sábado, 9 de mayo de 2015

Cap. VII ¿Perdiendo o ganando el control?

En la segunda mitad de 1999 el asedio a los defensores de derechos humanos alcanzó con mucho su punto más alto hasta entonces, con Digna y el Pro.

Como recordamos, la abogada había sufrido el secuestro exprés el 9 de agosto del mismo año. El 3 de septiembre, por correo llegaron al domicilio al cual recientemente se había mudado el Centro, “tres sobres que contenían diversas amenazas”.
Los tiempos se acortaban y el 8 la intimidación dio un llamativo paso adelante, con cuatro notas confeccionadas con recortes de periódicos. Estaban depositadas dentro del edificio, y no en un lugar de fácil acceso, sino “bajo una maceta”, indicando así que las oficinas de la institución eran fácilmente vulnerables.
En la progresión, el 14 Digna encontró, ni más ni menos que “en el cajón central de su escritorio”, dos sobres blancos con nuevas avisos. Fue ahí que, en apariencia para señalar la conexión con su rapto, se anexó una de las tarjetas de presentación de ella, presumiblemente tomada del portafolio que le habían quitado entonces, firmada con la cruz.
Por si quedaba duda al respecto, tras tres semanas de respiro, y tal vez más allá de la casualidad en cuanto a la fecha, el 9 de octubre, a dos exactos meses del secuestro exprés, fue que la abogada halló en su casa la credencial de elector y otros papeles que iban en el portafolio aquél.
De ese modo también se confirmaba la advertencia: el o los hostigadores podían entrar y salir adonde y cuando quisieran.
Y el juego continuaba cuatro días más tarde, el 13, con otro mensaje que empleaba un sentido del humor por el cual hablaba el nivel de poder y acostumbramiento a él, y de negro refinamiento, digamos, de quien o quienes habían redactado el textos: "¡Cuidado! Bomba en casa. Sólo una, no es para tanto".
Tenía pues razón el para ese momento director del Pro, Edgar Cortez, al declarar que no se trataba de hechos fortuitos; sino de "una acción diseñada”.
Para nada había servido la vigilancia que en septiembre otorgó la Secretaría de Seguridad Pública del DF, ni los decires del Procurador General de la República, Jorge Madrazo Cuellar, ante una comisión del senado, asegurando que “se está investigando”.


Si de terror se trata
En la noche del 28 de octubre, a 15 días de la última nota, Digna experimento la que quizá fue la peor experiencia de su vida. Dejemos que su declaración ministerial la cuente:
“…la declarante llegó a su domicilio que citó en sus generales, y lo hizo sola, procediendo a las 20:30 horas a abrir la cerradura de la puerta única de acceso a su domicilio, percatándose en esos momentos de que una de las dos cerraduras dio nada mas un giro, siendo que normalmente la deja con dos giros dicha cerradura, no dándole importancia a dicha situación toda vez que pensó que se le había olvidado cerrar debidamente…
“ingresando a su domicilio no notando nada extraño en el interior de su departamento, por lo que continuó efectuando una revisión a las dos habitaciones que se hallan en la parte superior no notando nada extraño…
“y que siendo aproximadamente las 22:00 horas (…) es que procede a salir a la sotehuela (…) a fin de subir la flama del calentador, y enseguida ingresa a su domicilio, cerrando la puerta (…) y se metió a bañar, saliendo aproximadamente a las 10:20 horas de la noche, y enseguida procede a dirigirse a una de las habitaciones a encender su televisor…
“y una vez que lo hizo (sic) haciendo es que se percata de la presencia de alguien detrás de la emitente y al intentar voltear solo ve una sombra y enseguida siente que la abrazan sujetándola de ambos brazos y al mismo tiempo le tapan la boca, con un objeto suave y húmedo, sintiendo en ese momento perder el conocimiento y al recuperarlo se da cuenta que se hallaba sentada en el interior de una de las habitaciones que se hallan en la parte superior y la cual utiliza como cuarto de televisión y estudio…
“y es en esos momentos que observa únicamente que enfrente de la emitente se hallaba una persona la cual vestía pantalón obscuro sin precisar características, el cual carecía de calzado, ya que únicamente vestía calcetines, y que así mismo menciona que la luz de dicha habitación se hallaba encendida, y que fue en estos momentos que le cubren sus ojos con una venda, y enseguida un sujeto masculino del cual precisa tiene voz bastante grave y en tono autoritario le manifiesta: ´CÓMO TE LLAMAS, DÓNDE TRABAJAS, QUÉ ES LO QUE HACES, DE DÓNDE ERES´, dándole contestación a dichas preguntas la emitente, escuchando que al preguntarle este sujeto y responder la declarante se escuchaba que otra persona tecleaba una computadora tipo personal…
“y enseguida dicho sujeto le manifiesta ´CÓMO ESTÁN ORGANIZADOS EN EL CENTRO DE DERECHOS HUMANOS AGUSTÍN PRO´, a lo que la emitente le manifestó que se hallaban agrupados en áreas, preguntándole el número de áreas igualmente, a lo que la emitente al momento manifestó que no precisaba el número y fue cuando el sujeto procedió a indicarle de que fuera diciéndole el nombre de cada área a lo que la emitente le fue precisando el nombre de cada área así como los nombres de sus integrantes…
“y dicho sujeto procede a manifestarle de que le dijera el nombre ´DE SUS CONTACTOS´, de sus compañeros, a lo que la emitente le manifestó de que sus contactos eran los ofendidos de violaciones a sus derechos humanos, así como las mismas autoridades que conocieran de dichas violaciones, y que posteriormente dicho sujeto al contar con los nombres de los treinta compañeros de trabajo, le manifestaba que le proporcionara los datos personales de cada uno de sus compañeros, con quiénes vivía, qué es lo que hacía, y qué lugares frecuentaban a lo que la declarante les contestaba que desconocía dichos datos…
“y enseguida dicho sujeto le preguntó cuáles eran los contactos del Centro Pro, en los estados de Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Puebla, Hidalgo, Veracruz y Distrito Federal, a lo que la deponente le manifestó que eran los mismos ofendidos de violaciones de sus derechos humanos, así como las autoridades estatales, y enseguida dicho sujeto le preguntó que a quiénes veían cuando acudían a los referidos estados, a lo que la emitente le dio la contestación antes referida y enseguida éste sujeto comenzó a preguntarle que a qué personas conocía del E.Z.L.N., DEL E.P.R. y DEL E.R.P.I., a lo que la emitente le manifestó que no conocía a ninguna persona de esos cuerpos paramilitares, a lo que dicho sujeto le manifestó “PENDEJA, NOSOTROS SABEMOS QUE SI SABES”…
“y enseguida dicho sujeto comenzó a preguntarle que quiénes eran sus contactos en dichos cuerpos Guerrilleros, así como dónde se hallaban sus casas de seguridad, puedes ubicarlas, sabrás reconocerlas, puedes llevarnos, a lo que la deponente le contestaba que no tenia ningún contacto de dichos cuerpos guerrilleros y que no conocía ninguna de las casas de estos, y enseguida dicho sujeto le comienza a decir muchos nombres sin precisar la cantidad ni nombres en específicos, indicándole de que dónde los había conocido quiénes eran, cómo se llamaban, dónde vivían, a lo que la emitente le contestó que no conocía a ninguna de estas personas…
“y fue enseguida que este sujeto le manifestó que si sabia usar armas, que quiénes de su trabajo sabían utilizar armas, que quiénes les habían enseñado, que donde tenían guardadas las armas, a lo que la emitente les manifestó que no sabia usar armas y que tampoco sus compañeros sabían el manejo de armas…
“y enseguida dicho sujeto le manifestó ´TE VAMOS A QUITAR LAS VENDAS PARA MOSTRARTE UNAS FOTOS Y NOS DIGAS QUIÉNES SON´, procediendo a quitarle el vendaje de los ojos, y es en estos momentos que ve una luz muy intensa hacia sus ojos por lo que tuvo que agachar la vista, y es enseguida que este sujeto le coloca en ambas manos a la emitente varias fotografías en un numero no inferior a cincuenta, y que en cada de estas fotografías se apreciaban gentes solas y en ocasiones en grupo y que esta personas que aparecían eran de origen humilde, es decir campesinos quienes en ocasiones se veían portando a nivel de la cintura con machetes, y que dicho sujeto en cada una de las fotos le proporcionaba un nombre y le manifestaba que dónde lo había conocido… “
De acuerdo a este testimonio de Digna, sucedió algo a lo que se habían familiarizado los integrantes de organizaciones guerrilleras de los 1970 cuando los apresaron:
“…y posteriormente dicho sujeto procedió a mostrarle aproximadamente treinta fotografías propiedad de la emitente, se dice y corrige que fueron en un número aproximado de cincuenta fotografías, unas de estas que tomó en el mes de mayo del año de 1999 esto en Córdoba, Estado de Veracruz, y que son las que tomara referente a un caso de una explosión en el estado de Veracruz, así como otras de las fotografías eran de sus familiares y amigos, así como compañeros de su centro de trabajo, así como de otras que tomara en la Ciudad de los Ángeles en los Estados Unidos de América, en la que se aprecia la emitente con personal de Amnistía Internacional, así como en la que se observaba a la declarante con un monje del Tibet…
“y que en cada una de estas fotografías dicho sujeto le iba preguntando por cada una de las personas que aprecia en dichas fotografías, a lo que la de la voz le iba proporcionando (sic) así como su relación con dichas personas y que indica de que cada vez que manifestaba no conocer a las personas que aparecían en las fotografías, dicho sujeto le agredía verbalmente diciéndole PERRA, PENDEJA, HIJA DE PUTA,…
“y que posteriormente dicho sujeto procedió a vendarle los ojos y le indica CAMINA PARA ACÁ, al momento de que sentía que alguien le sujetaba el brazo, por lo que caminó y momentos después siente que la conducen a su recamara en donde al llegar junto al borde de su cama dicho sujeto le indica siéntate, lo cual hace la emitente sobre la cama…
“y es en estos momentos que le colocan en la boca vendas, y es cuando le indican que se acueste, lo cual se niega la emitente y es en estos momentos que siente que la empujan de los hombros hacia atrás, ocasionando con esto que la emitente se recueste en la cama, y al estar sucediendo esto es siente que le suben los pies a la cama, y enseguida le comienzan a amarrar los pies a la altura de los tobillos, y enseguida le amarran las manos quedando estas al frente…
“y al hacer esto, es que escucha que es abierto el gas, así como huele el olor característico de este, por lo que al suceder esto la emitente comienza a desesperarse, por lo que procede a intentar desamarrarse, escuchando que cerraban la puerta de su recamara, y momento después que era cerrada la puerta principal de su departamento…
“por lo que continua intentando desamarrarse, logrando primeramente aflojar las vendas de los ojos, y es cando observa que en el interior de su recamara se hallaba un tanque de gas de su propiedad el cual se hallaba en la sotehuela (sic), y posteriormente logra aflojar las ataduras de sus manos y procede a incorporarse logrando cerrar la llave del gas de dicho tanque de gas…
“y de inmediato abre la puerta de su recamara y a continuación abre la puerta de la sotehuela (sic), y al hacer esto procede a desamarrar sus manos, e intenta efectuar una llamada telefónica, ya que su línea telefónica se hallaba en dicho momentos sobre el barandal de la escalera, no siendo esto posible toda vez de que ´NO HABÍA LÍNEA´ por lo que procede a sentarse en la escalera hasta que logra quitarse las amarraduras de los tobillos…”
“estima que estos sujetos se fueron de su domicilio aproximadamente a las 07.30 horas” del día siguiente, y que “únicamente presenta lesiones físicas exteriores en ambas muñecas producidas al intentar desamarrarse de las vendas”.
Lo que no depuso Digna fue el descubrimiento del último mensaje relacionado con el asalto exprés: el portafolio. Dentro estaban dos de sus libretas, y en una de ellas, como detalle final, cuatro palabras que no eran de su puño y letra: "Ja, ja".
Juan Angulo Osorio escribió entonces, en tono profético:
“Es mejor que documentemos ahora lo que ha sido un brutal episodio de guerra sucia contra una frágil y bondadosa mujer, lo cual tal vez mañana ya no podamos hacer, aunque queramos.”

 


El miedo “como gota de agua”
-Cuando se da el tema de las amenazas, yo sabiendo lo que ella había vivido en Xalapa, platicábamos mucho –recuerda Victor Brenes. -Si era un tema que le preocupaba...
“Digna tenía como dos facetas, que a veces pasa, que yo creo que es común cuando vives un proceso de amenazas. Hacía afuera aparentaba ser muy fuerte, que a ella no le importaban las amenazas y que no iba a dejar lo que hacía... Pero internamente también se preocupaba, también se angustiaba.

“Yo me acuerdo que platicábamos ese proceso que se da cuando a ti te amenazan… Es como una gota de agua que va cayendo y va abriendo un huequito, aunque trates de aparentar que tienes el control.”

-Digna estaba totalmente vulnerada por esa persecución –dice Blanche Petrhich. -Su reacción no era de dolor. Yo creo que eso también habla mucho de su naturaleza. Su reacción era de enojo, de coraje, muy echada para adelante...
“Una no se imagina la terrible tortura que es vivir con esa sensación de desasosiego, de angustia, y en este caso un miedo que la hacía revolverse furiosamente contra la incapacidad del Estado de agarrarle las manos a los asesinos. La falta de voluntad y determinación para actuar...
“Y era inclusive la autoridad de un gobierno venido de la posición, ya no era un gobierno del Distrito federal priísta, con toda la tradición de impunidad del priísmo.
“No, era una nueva esperanza. Y esos procuradores de justicia fueron absolutamente, no sólo incapaces: inactivos, pasivos, despreocupados, negligentes en el asunto de la investigación. Fue algo totalmente criminal.
“Y ella vivía en un estado permanente de enojo. Era su manera, muy valiente, con una gran vena, con una naturaleza verdaderamente admirable, de vivir esto. No era una quejetas. No era que se fuera a chillar por los rincones.... Tenía una gran entereza y tenía miedo...
“Fue una persecución sádica. O sea, los perseguidores pudieron haberla matado tres años antes. Pero la hicieron sufrir el miedo, que debe ser uno de los peores sentimientos que hay...
“Hicimos muy poco. La sociedad hizo muy poco. Esa indolencia...”


“Protegida”

Entretanto, la misma noche el domicilio del Pro era violado. Al día siguiente, los primeros en llegar encontraron que “en la oficina del área jurídica la ventana estaba abierta” y los escritorios en desorden, con papeles regados por el suelo. Sobre uno de los escritorios, llamando la atención, “una carpeta con una leyenda” impresa en color rojo, que podía resultar muy elocuente: “Poder suicida”.
La jugarreta se completaba con la desconexión del sistema de video en circuito cerrado, con el cual el Centro confiaba estar a salvo.
La Procuraduría del DF (PGJDF) ofreció vigilancia a las instalaciones y una custodia para Digna. ¿Serviría para algo?, fue la pregunta de los miembros del Pro. Porque los operativos anteriores habían mostrado su incapacidad ante quienes, para ellos quedaba claro, pertenecían a "instancias altamente profesionales”.
Digna en particular se mostraba renuente a la protección sobre su persona, pero a principios de noviembre la PGJDF se hizo cargo de ella, al tiempo que iniciaba una investigación que cerca de un año después no daba resultado alguno.
En cuanto a la custodia, a la abogada le disgustaba “traer cola, agentes que la seguían por todos lados”. Pilar Noriega conocía el tema de cerca:
-Eran mujeres de la Policía Judicial del DF, sin entrenamiento de ninguna especie para hacer frente a alguna contingencia. Como Digna era de camioncito, le servían de chofer. Pero le chocaba tenerlas.
Las prefería, sin embargo, a los guardaespaldas ofrecidos por la Policía Judicial Federal, debido a que ella y el Centro todo presumían que en los actos de acoso participaban áreas del gobierno federal.
Esa fue el motivo para que en septiembre del 2000 las autoridades del DF transfirieran el caso a la Procuraduría General de la República.
La manera en que procedió ésta, exhibió su total desinterés. Ya el 17 el noviembre había resuelto que el expediente “estaba bajo la figura de la no consulta del ejercicio”.
Le había tomado, pues, menos de treinta días, convencerse de que debían desestimar una denuncia sobre “allanamiento de morada, golpes, robo y privación ilegal de la libertad”, por “falta de elementos” (LA JORNADA)
Para entonces Digna no contaba ya con las custodias, pues se había marchado a los Estados Unidos.


La investigación
En marzo de 2002, mientras el Lic. Renato Sales empezaba a filtrar documentos a la prensa y a defender “con pasión” la tesis del suicidio, ante los medios el procurador capitalino se mostraba más prudente:
“Detalló que en los últimos meses se ha seguido la línea de los contactos y enemistades que Ochoa pudo realizar durante su labor como abogada defensora de los derechos humanos y como luchadora social –decía, de acuerdo al diario que con mayor constancia había seguido la historia-. También se han investigado todos los contactos familiares y afectivos de la occisa. Incluso, afirmó, se ha contemplado la posibilidad de un suicidio, pues no se quiso dejar nada sin investigar.”
Sin embargo, quedaba envuelto en los errores de su equipo. Por ejemplo, en cuanto a la pistola desde la que probadamente se habían efectuado los tres disparos:
“…no hemos logrado encontrar las conexiones entre los hechos, los posibles responsables, los detalles del crimen y el arma empleada ….Se han hecho estudios muy minuciosos del arma, que es un arma muy peculiar; sin embargo, no hemos llegado a nada positivo.”
¿De qué meticulosidad estaba hablando? ¿No se le informó, por ejemplo, que habían olvidado etiquetar los casquillos, complicando el entendimiento de cuál pertenecía a cada impacto? ¿Ni de que se registro equivocadamente el número de serie del revolver? ¿No sabía tampoco que éste había caído de su envoltorio, desarticulado, y que como consecuencia toda huella, incluidos los restos de masa encefálica que por fuerza debía guardar, desaparecieron?
Entonces le habrían ocultado a la vez que el fragmento de la propia sustancia cerebral depositado en el guante de la mano izquierda, se había extraviado también.
El Lic. Batiz cedía además a las tentaciones de Renato Sales, refiriéndose al “misterio del cuarto cerrado”, “que es un clásico de las novelas policíacas” en el cual se concluye el suicidio en razón de que el único acceso al “teatro de los hechos” está cerrado con llave y no guarda muestras de forzamiento.
Y así por un lado se enredaba en el círculo vicioso de presumir una investigación realizada conforme a los cánones, y por otro convertía en irrefutable su deducción para resolver un enigma para el cual el primer encargado del caso, Alvaro Arceo, tenía una explicación plausible: el asesino o uno de los asesinos, era conocido de Digna. Explicación que para otros abarcaba la posibilidad de que la mujer llegara despacho acompañada por el homicida o los homicidas, de buen grado o forzada.
Sí, el procurador estaba atrapado en una averiguación previa abundante en fracturas e irregularidades. ¿De que manera sostener, digamos, su segundo argumento a favor del suicidio, basado en la supuesta imposibilidad de que “nadie podría haber estado en el lugar exacto desde donde se disparó”, de suyo no comprobada, si como estaba demostrando en ese momento el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), se había manipulado la “escena cuando evacuaron las pruebas técnicas”?
¿Y la feria de fotografías publicadas, que además contradecían el testimonio de Gerardo y Lamberto González y del Dr. De León? Más de un año después de los hechos, el Lic. Batiz reconocía:
-Hubo una fotografía que publicó un periódico, que indebidamente salió de la Procuraduría. Hicimos una averiguación al respecto… La historia es esta. Las fotografías que oficialmente se tomaron por los peritos obran en el expediente, son muchas. Hay varias de ellas parecidas a la publicada, pero la que fue publicada no fue tomada por los peritos…
“La policía judicial tenía la costumbre, que ya prohibí, de que llegaran con sus cámaras polaroid… Y hubieron dos policías, una mujer y un hombre, que tomaron fotografías, además de las de los peritos. Los dos declararon que se las entregaron a un comandante que falleció, ya era una persona mayor… Independientemente de que les creamos o no, sí sabemos que hubieron otras fotografías.”
Seguramente el Procurador no quería echar más leña al fuego sobre las prácticas que quería erradicar de la institución y explicaba la costumbre de los agentes de tomar fotografías, por el interés en realizar “su propia investigación”.
En realidad, como bien se sabía en el ambiente, el motivo tradicional era vender este material a la prensa. A veces se llegaba a más, permitiendo a los reporteros gráficos estar en contacto con la escena del crimen. De donde legítimamente podía preguntarse si algo similar había sucedido en el caso Ochoa y si no era esa la razón no ya de las fotografías con correspondencia con las oficiales, sino de las que la contradecían, a las cuales el Lic. Batíz no hacía referencia.
Para terminar, respecto al tema más delicado el hombre aseguraba que se seguían todas las líneas posibles, pero al enumerarlas dejaba fuera una, que la prensa le señalaba: las amenazas y los secuestros.
-Mire –respondía el Procurador a un periodista -, entre las posibilidades está que algún grupo de personas con mucha capacidad de acción y de imaginación…. Puede ser que un sector dentro del poder público. No hemos encontrado ningún indicio hacia allí…
Los seis años de hostigamiento, cuyo último mensaje se había producido tres días antes de la muerte ¿no eran precisamente eso, indicios, y de la mayor relevancia?
Un periodista lo interrogó sobre sus primeras declaraciones tras el encuentro del cuerpo de Digna, y el contestó:
-Yo mencioné que tenía el estilo de cuando se deja un mensaje. Dije yo: un crimen de extrema derecha. Pero era una opinión personal.
¿Qué diferencia había entre esta opinión personal y la que se desprendía de la referencia al “misterio del cuarto cerrado”?
Una hipótesis había quedado desechada, de acuerdo al Lic. Bátiz: la de la participación en los hechos de Juan José Verá, el novio de Digna. No hacía mención al por qué, pero hasta donde se sabría, al equipo investigador le había bastado establecer que el hombre podía corroborar su presencia, entre las horas probables de la muerte, en puntos de la ciudad lejanos de la oficina de la calle de Zacatecas.
A unos días de las declaraciones del Procurador, el informe de la CIDH advertía, como hemos visto, que “la coartada” no era suficiente, en la medida en que podía inferirse una participación indirecta.
Advertía eso y muchas cosas más. Una de ellas, que la indagatoria se había olvidado por completo de los “tres sujetos con ciertos rasgos característicos”, que “procedieron en forma sospechosa” la tarde anterior al fallecimiento.
Pista esta que el primer encargado de la averiguación había tratado de seguir “obsesivamente” y que de la noche a la mañana quedó sepultada. De esa manera se olvidaba el recurso de hacer retratos hablados para cotejarse, por recomendación del informe, “con fotografías de miembros de los cuerpos de policía y de seguridad que pudieron haber estado presentes por ese lugar de acuerdo a reportes de organismos de seguridad”.
Este aspecto señalado por la Comisión resultaba de un obvio sentido común y de enorme trascendencia. En un despacho donde trabajaban defensores de derechos humanos de los cuales se sabía, sin rastro de duda, eran observados por servicios de inteligencia nacionales; en el que entonces se llevaban casos que interesaban de sobremanera al Estado, como el de los hermanos Cereso, presuntos miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo; en un lugar así era de esperarse la presencia de agentes de alguna corporación.
Sin embargo, el comisionado de la CIDH no encontraba documento que indicara la realización de investigaciones en tal sentido. Se trataría de investigaciones dirigidas, antes que nada, a saber si los factibles observadores habían estado en el edificio de la calle de Zacatecas o en su entorno, durante la mañana y el mediodía del 19 de octubre, y si habían apreciado algo fuera de lo común.
Lo que antes se había dicho respecto al CISEN, para el consultor de la Comisión, Pedro Díaz, valía en cuanto a la Secretaría de la Defensa Nacional:
“…la información suministrada… sobre las fichas curriculares o de inteligencia que de la víctima se poseen en sus archivos es incompleta y no obedece a aquella que los organismos de seguridad e inteligencia tienen de activistas de derechos humanos a quienes suelen clasificar en bancos de acuerdo a sus ´supuestas´ filiaciones ideológicas o políticas.”
El por qué era claro: “Para la averiguación penal –continuaba el informe- es de vital importancia conocer de estos archivos que permitan evaluar y explicar de ser el caso, si hubo relación con las anteriores amenazas”.
Casi para finalizar, Pedro Díaz dejaba constancia de que había “expresado en forma directa al Señor Procurador”, la necesidad de “agotar todas las líneas de investigación propuestas desde un comienzo, con igual énfasis y dedicación, a pesar de que a consideración de los investigadores oficiales pareciera que se avanza en alguna de ella (sic) con preeminencia sobre las otras”.
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Es difícil decir lo que pensó al respecto el Lic. Batiz, pero sí lo que hizo con la recomendación su subprocurador encargado del caso. A principios de junio del mismo 2002, la oficina de Renato Sales volvía a filtrar información confidencial a los medios.
Esta vez se llegaba al extremo de entregar la copia de dos cartas escritas por Digna en 1987, durante su estancia en Xalapa y el triste fin de su relación amorosa con un hombre casado. En ellas la joven hablaba de un intento de suicidio, aparentemente tras haber abortado.
La suciedad de la maniobra descubría el espíritu de hacer lo indecible por cerrar la investigación cuando en la práctica se habían abandonado todas las otras líneas, sin profundizar en ellas. Es decir, sin virtualmente haberlas tocado.
La mala fe del acto llevaba a sospechar si había algo más que descomunal negligencia en el subprocurador, al ordenar la limpieza de la alfombra del despacho, borrando cualquier huella.
En realidad ya no había manera de restaurar la escena, porque el Lic. Sales había hecho trasladar los muebles a una oficina de la Procuraduría para, según se rumoraba, reconstruir los hechos ante su jefe.


La peor semilla
Si uno de los grandes instrumentos de la impunidad es el tiempo, su paso, otro es una de las máximas del fascismo alemán: cuanto más increíble es una mentira lanzada por el poder, más creída será.
Es conocido el manual del FBI sobre la forma de sembrar la duda dentro de un grupo de oposición, haciendo caer sobre uno de sus miembros la sospecha de ser un agente infiltrado.
Como hemos dicho, al parecer desde la noche misma de la muerte de Digna algunos integrantes del Pro estaban convencidos de que se trataba de un suicidio, aun sin ver ni el despacho ni el cadáver.
En el transcurso de dos años, conforme el subprocurador Renato Sales y la fiscal especial que lo substituirá, den por descontada cualquier hipótesis que no sea esa, no pocos defensores de derechos humanos se convencerán de que así fue.
El primero de ellos, el ex director del Centro, David Fernández, como podía intuirse si se leía con cuidado la siguiente entrevista, dada antes de confesar públicamente que se afiliaba a la idea de la “autoinmolación”:
-Es interesante hablar de una primera etapa en Digna Ochoa, porque me parece que... fue viviendo un proceso de evolución y transformación de su propio carácter y de su identidad como tal.
“Me parece que en el transcurso del Pro se va endureciendo, y poniéndole tonos dramáticos a su propia vida...
“Pero también en todo momento me parece que Digna vivía como una personalidad contradictoria   . Podía ser, efectivamente, muy dulce, afectuosa... pero también podía ser muy distante, muy agresiva, muy dura, no sólo frente a los adversarios, pero también en sus propias relaciones dentro del Centro... y con sus amigos.
“Dependía mucho del humor con el que llegara, la conducta que iba a tener en un momento dado... no era una persona sencilla, transparente... estaba sujeta a vaivenes... a respuestas diferentes... en distintos momentos del día…
“Su actitud laboral era diligente, se ofrecía, no le rehuía al trabajo, sabía trabajar en equipo... Me parece que esta actitud también fue cambiando. Oí quejas, hacia el final de su vida, de que más bien no cumplía con ciertas responsabilidades que le eran asignadas…
“Me parece que la personalidad de Digna caminaba siempre en el filo de la navaja… me parece que tenía proclividad a caer del lado de la imprudencia. Con frecuencia se le señalaba esto en su confrontación con fuerzas de seguridad, con elementos policíacos, con elementos del poder judiciales del ejército…
“Digna no era muy faciilita para mandarle cosas. Sé de conflictos que tenía en su convento. Entonces seguramente no era fácil tenerla como subordinada para su superiora...
“Digna... confundía, me parece, lo fundamental con lo secundario…  O había esta audacia temeraria que quería acarrear algún tipo de agresión  o había un afán de notoriedad, no lo sé...
 “El distanciamiento (con el Centro) aparentemente se da, yo ya estaba lejos, estas son versiones de oídas, porque no sintió suficiente respaldo. Dicho de otro modo: el distanciamiento viene de que la gente del Pro empieza a dejar de creer respecto de las agresiones que ha vivido… ya parecía que las agresiones que decía haber vivido parecían venir muy adornadas, con una serie de elementos difíciles de cree…
-¿Qué fue lo que Digna aportó?
-Claramente aportó su trabajo, su talento... Objetivamente mirado, independientemente de sus motivaciones internas, legítimas o espurias
En privado, según aseguraban Lamberto González y Pilar Noriega, entre otros, el padre Fernández afirmaba que su ex compañera había inventado sus secuestros y que posiblemente había sido la autora de las amenazas a la institución y a los demás abogados. Lo habría sido por una sencilla razón: trabajaba para un servicio de inteligencia del Estado, tal como él sospechó muy pronto.
Independientemente de la pregunta que enseguida salta a la cabeza, sobre la forma en la cual el ex presidente del Pro explicaba para sí el suicidio de la probable agente, lo que parecía observarse era el éxito del largo y cruel hostigamiento:
David Fernández se convencía de la locura de Digna y estaba dispuesto a creer que había sido una infiltrada, y aparecía así a su vez como un hombre desleal, poco equilibrado y terriblemente irresponsable, en la medida en que no había compartido con sus compañeros las dudas sobre una mujer insertada en el corazón de las organizaciones de derechos humanos.
Quien quisiera profundizar en esta serie de desatinos, podía llegar muy lejos, hasta los extremos más absurdos. 


La culpa y sus aberraciones
La aceptación del Pro como coadyuvante no fue bien vista por la totalidad de los defensores de derechos humanos y de quienes eran cercanos a ellos. A Miguel Ángel Granados Chapa, por ejemplo, la medida no le pareció adecuada en consideración a que el Centro era “juez y parte” y de que Digna había roto con él justamente porque sus responsables habían dudado del último acto de hostigamiento contra ella (ENTREVISTA NUESTRA).
De seguro el periodista conocía además el comentario que la abogada había hecho a algunos de sus amigos: “Si algo me pasara, no quisiera que el Pro lleve mi asunto” (PILAR EN ENTREVISTA NUESTRA POSTERIOR).
El subprocurador Álvaro Arceo, encargado de la averiguación previa en la única etapa en que ésta se centró sobre las líneas basadas en la hipótesis de homicidio, explicaba así el haber sido relevado del caso:
-Inevitablemente entre ese material de investigación había unas menciones no muy alagüeñas para algunos integrantes del Centro. Y eso nos hizo presumir que en algún momento iba a haber una reacción mayor…
“Presumo que esa fue la base de que un momento el señor Procurador tomara la determinación de cambiar al grupo.”
Quienes, como efecto de la semilla de la desconfianza sembrada por el acoso, hablaban de una suerte de conspiración jesuita para detener el avance de la investigación, podían mal emplear esas y otras declaraciones del subprocurador:
-Lo previsible es que (los miembros del Pro, en tanto coadyuvantes) nos dieran información, pruebas, y que nos sugirieran hechos. No lo hicieron. Ocurrió lo contrario.
¿Podía dudarse de la integridad de uno de los organismos que había sido punta de lanza en México, con el Centro Vitoria y los espacios relacionados con la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, en la defensa de los derechos humanos allí donde se irrita “profundamente a la fraternidad de la muerte”?
Los grupos de poder que habían sido confrontados por estas mujeres y hombres del “último frente de batalla”, con la muerte de Digna y su indagatoria parecían lograr que una de sus mejores herramientas diera resultado.
Era como si se accionara un mecanismo de autodefensa semejante al que había permitido al mundo entero negar la existencia, mientras estaban en pie, de los campos de exterminio nazi.
Admitir, sin pruebas, el suicidio de Digna, y dejar de lado las obvias líneas de investigación que partían del asesinato, era cómodo y tranquilizador, pero conducía a un desatino tras otro.
En tanto la única explicación posible en caso de suicidio, era que la abogada lo había preparado para simular un homicidio, rodeándolo por capricho con toda clase de confusos elementos, sin recurrir a los más naturales (signos de pelea en la oficina, etc.), debía presumirse un trastorno emocional de grandes proporciones.
Éste a su vez conducía a creer en una personalidad alterada, que tenía que haberse revelado antes: en la creación imaginaria, por ejemplo, de un una serie de actos de intimidación. De ser así, las amenazas al Pro y a otros despachos vinculados a él, quedaban en entredicho o tenían que atribuírsele a ella, porque los peritos señalaban su “alto grado de uniprocedencia”..
En conclusión: ningún órgano de poder, formal o informal, había atentado nunca contra el Centro ni contra los demás.
El mismo razonamiento podía aplicarse, y de hecho era aplicado por órganos del Estado, a los cuerpos hallados en el Ejido Morelia tras el levantamiento del EZLN, a los muertos en Aguas Blancas, a los presuntos zapatistas de Yanga y Catalomacán torturados, a los cadáveres encontrados a las afueras de la escuela de El Charco, a los campesinos ecologistas presos por falsas acusaciones, etcétera: quienes denunciaron los hechos mintieron; ningún institución pública estuvo involucrada.
¿Era consciente el padre Fernández de la trampa y de sus terribles consecuencias, que para 2004 se reflejarán en la profunda división de la comunidad de defensores de derechos humanos y en terrible decaimiento del centro jesuita, regresado en mucho a sus orígenes de simple organismo consultor?
Tal vez no le importaba, si atendemos al artículo con el cual en julio de 2003 romperá el acuerdo que, con un dejo doloso, él mismo confiesa haber hecho con una porción de sus mejores compañeros:
“Había permanecido callado respecto a la muerte de Digna porque así me lo pidieron mis amigos de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal. Con ellos establecí un pacto en el sentido de que nadie se pronunciaría ni en pro ni en contra de la hipótesis de suicidio hasta que las investigaciones de la Procuraduría del Distrito Federal concluyera sus investigaciones y éstas fueron analizadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Por mi parte considero que cumplí el pacto.”
¿Lo había cumplido? En términos formales sí, pero no éticos, porque el estudio se manifestaba justamente contra un trabajo de la PGJ que impedía pronunciarse por cualquiera de la dos tesis. Sin referirse a ello, manipulando al lector, el padre continuaba con otra afirmación malintencionada:
“Sin embargo, este tiempo de silencio ha operado en contra de la verdad y la justicia.” ¿A qué se refería? El tiempo en verdad había obrado contra la verdad y la justicia, aunque el responsable no era el silencio, y menos aún el de él, si leemos con atención el resto del articulo:
“… desde el momento mismo en que fui informado de su muerte intuí que se trataba de un suicidio. Entonces era una certeza moral. Hoy se trata de una certeza sostenida en evidencias.”
¿Cuáles? ¿Las que el propio informe final de la CIDH desnudaba y las que pronto veremos resultarán una aberración para psicoanalistas independientes, para la CDH DF y para el sentido común de quien quisiera conocerlas? ¿No estaba curándose en salud el padre, ante una opinión pública que esperaba fuera enterada por quienes si cumplieron el pacto hasta el final?
Curándose en salud, decimos, ante lo que desnudaba otro párrafo del artículo:
“No es verdad, sin embargo, que haya sido quien esto escribe el que abrió la hipótesis del suicidio a la PGJDF. Tampoco es verdad que yo haya cabildeado con nadie este asunto.”
¿No? En todo caso, quedaba confeso de apoyar el trabajo de Renato Sales, insalvable en términos de investigación y de probidad, y por torpeza o por algún oscuro motivo daba el golpe que faltaba para animar los recelos contra el Pro. Porque ponía en entredicho la participación de éste en el caso, de principio a fin.
Ahora podían darse por buenas las sospechas de que el Centro no sólo no había colaborado realmente con el equipo de Arceo, sino que lo había saboteado y había logrado su retiro del caso.
Y de que cuando menos determinados miembros de él habían guiado a Sales hacia la hipótesis del suicidio, en un soberbio acto de corrupción e impunidad, al aprovechar su carácter de “representante de la víctima”.
Si así había sido, se permitía pensar a quienes dudaban del comportamiento del organismo jesuita en la coadyuvancia, que por la misma vía llegaría a la próxima substituta del subprocurador, la Lic. Margarita Guerra, la pista para buscar probar el papel de Digna como probable agente, demoliendo su figura.
Las razones de los integrantes del Pro a quienes se podía responsabilizar de ello, no tendrían secretos entonces: el sentimiento de culpa, o la culpa escueta, por abandonar a la mujer en el momento más delicado.
Más adelante en el mismo texto, el ex directo del Centro escribirá:
“… la hipótesis del asesinato hubiera cubierto con un halo de gloria a todos los que compartimos trabajo y amenazas con ella.” ¿Lo dirá en serio? ¿No había sentido perder con la muerte de ella, el especio protagónico que con tanto afán había cultivado? ¿No pensaba que de haber un mártir en esta causa, la aureola le tocaba a él? ¿No eran pues viles celos lo que lo movían, como estaban convencidos algunos de quienes lo conocían bien?
Como sea, el padre desvirtuará o no entenderá un aspecto central:
“Y no es verdad –seguía- que en la reivindicación de Digna esté en juego la de los defensores de derechos humanos. Esa es una afirmación retórica poco honesta.”
No, no era eso lo que la sociedad de los abogados de los confines decía, sino otra cosa: cerrar el caso sin haber indagado donde se debía, y aceptar sin elementos válidos que se había tratado de un suicidio, era enviar un mensaje de impunidad que se volvería contra todo el gremio. Un gremio al que, dicho sea de paso, Fernández había dejado de pertenecer en la práctica.
Menguado favor hacía, con su texto y su proceder entero, al Pro y al pequeño, estresado universo de los defensores de derecho humanos.


La varita mágica: una fiscalía especial
A unos días de que, a principios de ese junio de 2002, la oficina del Lic. Renato Sales filtrara a la prensa las cartas de juventud de Digna, en supuesto apoyo a su tesis sobre el suicidio, José Reveles, el conocido periodista e investigador en derechos humanos, advertía que esta versión tenía “fines siniestros, para llevar al fracaso una indagatoria que apunta a la supuesta responsabilidad de militares, agentes de los sótanos del espionaje y autoridades de alto rango”.
Como al poco parecerá probar un artículo del diario La Jornada, y contra las declaraciones de Bernardo Bariz asegurando que “ni hemos cerrado la investigación, ni hemos desechado otras líneas”, su subprocurador estaba “a punto de concluir el caso con esa resolución”.
No pudo hacerlo, en todo caso, porque muy pronto debió presentar la renuncia como encargado de la indagatoria. El procurador del DF tomó entonces una decisión que parecía sabia: dejar que tres representantes de la sociedad civil, reconocidos por todos, designaran al titular de una fiscalía especial creada para el efecto.
A principios de marzo la prensa informaba que esta pequeña comisión, formada por Rosario Ibarra de Piedra, Magda Gómez y Miguel Ángel Granados Chapa, había llegado a un acuerdo: la fiscalía especial estaría en manos de la Lic. Margarita Guerra.
Ninguno de los tres hizo pronunciamientos entonces, pero un año después dos de ellos negarían haber intervenido realmente en el nombramiento. La primera fue la Sra. Ibarra:
“Quiero explicar a quienes se enteran de los cotidianos aconteceres que me equivoqué. Sí, cometí un error, pero es preciso que diga lo que sucedió después.
“Como espero que quienes leen la prensa lo sepan, nunca he estado en favor de las llamadas ´fiscalías especiales´, pero el año pasado, a raíz del asesinato de Digna Ochoa, acepté la invitación del jefe de Gobierno del Distrito Federal para formar un grupo con Magdalena Gómez y Miguel Angel Granados Chapa con el fin de buscar a la persona que pudiera dirigir los trabajos de investigación necesarios para el esclarecimiento de ese crimen (que no suicidio), como lo querían hacer aparecer algunos funcionarios de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal. Por ello, y porque no se trataba de una desaparición sino de un asesinato, acepté y propuse a los licenciados José Lavanderos y Pilar Noriega. Ninguno de los dos aceptó. Ambos adujeron su cercanía y amistad con Digna Ochoa para fundar su negativa. Quedé sin candidato y así se lo hice saber a Magda Gómez y a Granados Chapa, diciéndoles que, por tanto, ellos eligieran. Así lo hicieron y se decidieron por Margarita Guerra, a quien no conocí entonces ni conozco ahora. Reconozco que fue parte de mi error no haber dado a la luz como lo hago ahora, que nada tuve que ver en la elección, pero nunca es tarde…”
Luego Granados Chapa aceptaría a su vez que no sabiendo qué determinación tomar, dejó el asunto en manos de Magda Gómez y del Procurador, en quien confiaba (ENTREVISTA NUESTRA).  
Debían admitir, sin embargo, que tácitamente habían convalidado la resolución. Por lo demás, sólo muy pocos pondrían peros al notable currículum académico de la Lic. Guerra, ni a su reconocida honradez en una larga carrera dentro del sistema de procuración de justicia del DF, donde había alcanzado la Corte Suprema.
Las objeciones que entonces o después hicieron unos cuantos, señalaban sólo dos grandes puntos negros, si bien de consideración dado el caso que se le comisionaba.
El primero estaba relacionado con su investigación sobre las tres jóvenes violadas por 15 policías montados de la delegación Tláhuac, en 1998. En él las organizaciones civiles habían cuestionado agriamente el nombramiento que la Lic. hizo, como su segundo, de Victor Carrancá, quien había participado en la defensa de la escolta aquella del procurador Coello Trejo, acusada precisamente de violar y asesinar mujeres en el sur de la ciudad.  
El segundo era su responsabilidad en el dictamen final sobre la muerte de su compañero y amigo, Abraham Polo Uscanga, que, como hemos visto, se pronunció por la tesis del suicidio.
Bárbara Zamora, representante de la familia Ochoa en la coadyuvancia con la autoridad, había hechos serias y repetidas críticas al trabajo de Renato Sales, pero se preocupaba de que con el cambio la investigación siguiera de “mano en mano”.
¿Cuál era el motivo de que en breve los responsables del Pro empezaran a hablar de su retiro del acompañamiento de la investigación, que en octubre hicieron efectivo?.
-Margarita Guerra no ha brindado las condiciones necesarias para una labor conjunta, además de que no ha aportado información sobre los avances en la investigación del crimen –dijo Edgar Cortéz, todavía director del Centro.
Conforme a sus declaraciones Fiscalía les había notificado que “su derecho de coadyuvancia se restringía únicamente a las amenazas de muerte encontradas en el lugar de los hechos”. Así extraía como conclusión que “la Fiscalía toma las amenazas y la muerte de Digna como hechos distintos”.
Por ello resolvía hacerse a un lado, previniendo del peligro de que se terminara estando “frente a un caso más que queda sin esclarecer”.
A pesar de la contundencia de las afirmaciones, el comportamiento de Cortez  despertaba recelos entre los hermanos de la abogada, que también estaban involucrados en la coadyuvancia. Por esos mismos días Jesús Ochoa aseguraba a los medios que el Pro había tenido conocimiento tiempo atrás del manejo de la hipótesis del suicido y que nunca “se dignó comunicarnos dicha hipótesis y otras cuestiones que hemos venido viendo en el desempeño de estas personas” (PROCESO).
¿El titular del Centro hacía, pues, un doble juego? ¿Con qué objeto? ¿Consciente o inconscientemente se sentía de algún modo responsable de la muerte, en la medida en que al dudar del último acto de acoso denunciado por Digna, la habían orillado a renunciar al organismo y quedar desamparada?
Y de ser así, ¿intentaba proteger al Centro o sólo a sí mismo, de las acusaciones en tal sentido?
¿La culpa, pues, operaba en él, como parecía operar en David Fernández, un resorte perverso? ¿Caía también en el engaño de su predecesor en el cargo, y de ese modo ambos contribuían a que se cumpliera el objetivo del tesonero hostigamiento sufrido por ellos y otros?


Petatlán, ¿línea de investigación agotada?, ¿”contraprocuraduría”?
Más allá de sus antecedentes favorables o desfavorables, la Lic. Margarita Guerra quedaba ahora expuesta al juicio por su trabajo en un caso harto complejo y de la mayor connotación social.
Aproximadamente un mes antes de que entrara en funciones, la prensa había reavivado los indicios que conducían a la sierra de Petatlán y Coyuca de Catalán. El origen eran los artículos de Maribel Gutiérrez, que con otros periodistas de dentro y de fuera del estado de Guerrero, en 1993 habían creado allí el diario El Sur.
Fuera de sus pobladores y de sus poderes legales y secretos, poca gente sabía tanto sobre la región como esta mujer. Muy temprano tras la fundación del periódico, se había encontrado con la problemática del arduo miniuniverso serrano.
Por eso sus artículos señalando por nombre y apellido a los probables autores materiales e intelectuales de la muerte de Digna, debían ser tomados en cuenta. El último de éstos, de acuerdo a sus informes, era Rogaciano Alba, a quien la PGJ del DF identificaba a lo simple como ganadero y cacique local.
¿Un personaje de este tipo era capaz de organizar un asesinato sofisticado, digamos, al estilo del que se presumía? La periodista precisaba:
-No estamos hablando de un caciquillo de pueblo. Actualmente es presidente de la Asociación Ganadera Regional de Guerrero. Es muy cercano al ex gobernador Rubén Figueroa Alcocer, su compadre. Muy vinculado a las corporaciones policíacas. Hay pruebas de que actúa, de repente, al mando de grupos de la Policía Judicial Federal y también del ejército.
De acuerdo a Maribel, el poder de este hombre se extendía también a otra rentable actividad:
-Se dice que es el principal personaje del narcotráfico en esa área -lo que no resultaba cuestión de poca monta, tomando en cuenta que Guerrero era el primer productor de amapola en el país.   
¿Pero cuál sería el motivo para que este personaje ordenase la muerte de la abogada?
-Hubo un caso muy destacado, muy conocido y conflictivo, entre otros que llevaba Digna -continúa la periodista. - Era precisamente el de los ecologistas… No me refiero a los dos presos que fueron muy famosos no sólo en el país, Rodolfo Montiel y teodoro Cabrera… sino a otros integrantes de la Organización de Campesinos Ecologistas y a otros ecologistas que incluso no están en la organización pero que desarrollan una lucha…
“Justamente para buscar apoyo para estos campesinos que no estaban teniendo respaldo de alguien, llamaron a Digna Ochoa a que fuera a la sierra… Se trata de campesinos que han vivido huyendo mucho tiempo, meses, algunos más de un año, algunos siguen todavía perseguidos; se tienen que esconder en el monte, viven en cuevas.”
Al viajar a la zona en octubre, lo que la veracruzana hacía era inmiscuirse en “un lugar altamente conflictivo”, subrayaba la periodista, concordando con cuanto escuchamos antes sobre Petatlán:
-Hay poderosos intereses, muy poderosos, económicos, vinculados al narcotráfico, a la explotación forestal, y políticos, vinculados a la contrainsurgencia, al combate al EPR, al ERPI y a grupos que se rumora se han desprendido de éstos.
En todo caso, Maribel Gutiérrez no había deducido la participación de Rogaciano Alba en la muerte de la abogada. Habían sido fuentes confiables para ella, quienes le habían indicado el nombre y apellido de dos hombres que se aseguraba fueron los responsables directos, solos o asociados a otros, de lo sucedido el 19 de octubre de 2001 en el despacho de la calle de Zacatecas. De acuerdo a estos informes, Nicolás Martínez Sánchez, el Cuarentón, y Gustavo Zárate Martínez, el Tavo, habían obrado por órdenes de Alba. 
Había varias partes que cubrir en la investigación. Una de ellas estaba dentro de la sierra misma y, como hemos visto reconocía el propio Procurador capitalino, en sus primeros intentos había fracasado.
La Lic. Guerra se daba luego por satisfecha con una actuación ministerial a la que la periodista de El Sur tuvo oportunidad de acudir, siquiera parcialmente:
-Yo entreviste al agente del ministerio público que envió la Procuraduría General de Justicia del DF…  Platiqué con él cuando terminó el recorrido … Por cierto, sus actuaciones fueron muy cuestionadas.
“En primer lugar el agente del MP y su equipo de investigadores subieron acompañados por grupos de la Policía Judicial del estado. Eso hizo que los campesinos de las comunidades no pudieran declarar con libertad. Aparte, de los campesinos que son perseguidos y que llamaron a Digna, algunos realmente tienen órdenes de aprensión formales. Entonces no pudieron ellos bajar a declarar… De los principales actores, porque son perseguidos, no declararon…
“En segundo lugar, ellos se apoyaron, para hacer las convocatorias, en el ayuntamiento de Petatlán, que está controlado por el mismo poder al que vienen enfrentándose los campesinos.”
Si bien lo más discutible era otra cosa:
-Cuando yo platico con el agente del ministerio público… con él estaba un agente de la policía judicial del DF, que antes había sido comandante de la Judicial Federal en las Bases de Operaciones Mixtas que funcionan con el ejército en Guerrero, en el año 99, que fue un año de muchos conflictos.
Un buen dato hacía presumir a la periodista que en ese entonces el agente podía haber estado comisionado, ni más ni menos, en Petatlán, de donde valía preguntarse si no se repetía lo sucedido en la investigación sobre las mujeres violadas en Tlahuac, en la cual la Lic. Guerra había buscado ayuda de quien conocía el problema, aunque estuviera del lado de los acusados. 
Tal vez el ex integrante de la Judicial Federal obraba honestamente, pero de vuelta no se podían olvidar las palabras de Miguel Ángel Granados Chapa, sobre una factible contraprocuraduría dentro de la PGJ, obrando quizá por mera inercia, en tanto legado del viejo régimen. Como sea, ¿había sido el mejor guía para el equipo investigador?
Respecto a la otra parte de averiguación, la fiscalía especial se daba por satisfecha con el interrogatorio hecho a Rogaciano Alba, el cacique mencionado como autor intelectual, y con la imposibilidad de que los dos presuntos autores materiales hicieran declaración alguna. Porque casualmente habían muerto. Ambos, en emboscadas.


De víctima a sospechosa
En el México moderno las campañas de descrédito acompañando los atentados contra defensores de derechos humanos, periodistas y militantes de organizaciones sociales y políticas que se friccionaban con el poder, se contaban por cientos.
Pero dos de ellos llamaban particularmente la atención, porque habían concluido con la muerte: el de la periodista Norma Corona y el de magistrado Abraham Polo Uscanga. Del trabajo para ensuciar la memoria de este último y desviar las miradas hacia la extrañísima forma en que había perdido la vida, se refería una periodista:
“Desde su ejecución, voces siempre de hombre, siempre anónimas, han llamado a sus familiares acusándolo de haber tenido múltiples amantes, a lo mejor... todas inventadas. Prostitutas de planta y ocasionales, bailarinas y meseras, jóvenes y viejas, bonitas y feas... Las llamadas dan buena cuenta de las cañerías del sótano en las que se mueve nuestra deplorable procuración de justicia.”
En el caso de Digna, conforme la Procuraduría General de Justicia del DF abandonara, sin seguirlas realmente, las líneas de investigación señaladas originalmente, se intensificaría la labor de zapa en este sentido.
Una labor que debería ir muy lejos, porque ese sector de la sociedad que había probado su disposición a no permitir que el caso siguiera el destino de costumbre: terminar en una gaveta.
Ya en octubre de 2002 la familia Ochoa se quejaba ante la prensa:  
“Quisiéramos que con la misma intensidad con que hemos sido interrogados, lo hicieran con miembros del Ejercito y de la Policía Judicial Federal involucrados en los casos de defensa que tenía a su cargo Digna.”
La queja podía deberse al mero empeño de la fiscalía especial por no dejar rastro por seguir. La verdad es que atinaba: Margarita Guerra y su equipo se concentraban en una sola línea de investigación, y empleaban en ella recursos diez, 20 veces o más amplios que los utilizados para seguir cualquier otra hipótesis, al menos desde los tiempos de Álvaro Arceo.
Se trataba de confeccionar una historia personal de Digna, para servir de soporte al frágil perfil psicológico favorable a la tesis de suicidio, que la fiscalía pudo obtener.
Parte del documento se hizo a partir, en efecto, de los informes proporcionados por la familia, en interrogatorios que no se transcribían, sino se resumían, a la manera acostumbrada por los ministerios públicos.
En él, uno de los temas predilectos era la carrera escolar de la abogada, que probaría una tendencia hereditaria a mentir.
“…que su hija siempre fue una buena estudiante”, dice allí doña Irene Plácido por boca del interrogador, a quien la comisión que se le encargo resultaba de tal importancia que se tomó la molestia de buscar las entrevistas de la señora en la radio. Como esta:
“… y yo veía como le echaba ganas buscaba que luego no tenía libros y ella buscaba, que ya conseguía por aquí, ya conseguía por allá, siempre trataba ‘...’ de estar al corriente en la escuela, muchos decían yo quiero ser como ella...”
“…sin embargo –precisaba la funcionaria encargada de tan prolija y vital investigación-, de conformidad con su expediente académico que comprende desde el nivel medio superior hasta el superior, se tiene que realmente en la secundaria (Digna) obtuvo un promedio de 8.6 ocho punto seis, en el bachilleres de 7.7 siete punto siete y, en la universidad de 7.8 siete punto ocho, en ésta última reprobó 9 nueve materias, habiéndolas aprobado en examen extraordinario…”
En principio no se entendía el ahínco de la Fiscalía en esta cuestión, al tiempo que dejaba prácticamente sin indagar el origen de seis años de hostigamiento o las señales que conducían a la sierra de Petatlán.
Pero en un momento dado, el propósito quedó claro. Lo hizo al llegar al tema de la tesis de Digna para obtener la licenciatura, sobre el cual daba la impresión de advertir a los acuciosos investigadores un triste personaje que dirá cuanto acomodé a la autoridad: Adrián Alejandro y Lagunes (ASÍ ES, NO HAY ERROR), con quien Digna mantuvo la que en apariencia fue su única relación amorosa de juventud.
“... yo termine esa relación –dijo el hombre- en el año de 1987…  ya que yo notaba desde que la conocí que tenía mucha imaginación… pues fantaseaba mucho y mentía, pues me decía que haría cosas, tales como que iba a exentar exámenes y que en cuanto a su elaboración de tesis decía que lo harían muy rápido… y la realidad no era posible…”
El paso siguiente era introducir algo más que la duda sobre la forma en la cual Digna había obtenido su título profesional. El propio Adrián Alejandro se encargó de proporcionar, o de repetir por pedido, el camino a seguir por los investigadores, al referirse a una carta de la joven: 
“Recuerda si no sales en la lista de los del Prope busca a Mario Pérez Soler si no está en la facultad búscalo en rectoría, pero pídele que ayude también a Chucho ahí esta el número de su credencial y entre las enciclopedias esta su credencial...”.
“Y, sobre el sujeto de nombre MARIO PÉREZ SOLER –apuntará complacido el documento de la fiscalía -, existe un informe de policía judicial de fecha 27 veintisiete de mayo de 2003 dos mil tres, en donde el personal comisionado, al trasladarse al estado de Veracruz, después de haber realizado diversas investigaciones en la Facultad de Derecho en donde DIGNA OCHOA cursó su carrera, obtuvo, entro otros datos, los siguientes: ´... en esos tiempos (cuando estudiaba DIGNA OCHOA) dentro de la universidad existía mucho movimiento porril, con gran poder e influencia dentro de la facultad, que uno de los grupos mas fuertes era el encabezado por Mario Pérez Soler, conformado por estudiantes de fueras de la ciudad de Xalapa, que portaban armas y eran sumamente violentos, logrando con ello amedrentar a los profesores y aun al mismo director de aquel entonces, logrando obtener beneficios en sus calificaciones, en sus tesis y exámenes en general...”
La conclusión entonces fue que los elementos de información recabados “nos conducen a deducir válidamente que la tesis profesional que DIGNA OCHOA ´elaboró´, muy probablemente se tramitó en forma irregular”.
Digna había sido, pues, una estudiante mediocre, una mentirosa consuetudinaria, como su madre tal vez, y conectada desde sus tiempos universitarios con personalidades siniestras cercanas al poder, podría haberse relacionado después con algún servicio de inteligencia del Estado.

Para ello se necesitaba de escrupulosos rastreos entre docenas de personas y toda clase de archivos del estado de Veracruz, al tiempo que, como se había temido, las líneas originales de investigación sencillamente desaparecían del mapa.