sábado, 9 de mayo de 2015

Cap II. 21 y 22 de octubre, 2001

Un conductor de noticieros califica con justicia el impacto que produce la muerte de Digna:
-Hacía tiempo que un asesinato no suscitaba tantas reacciones.
Este fin de semana los medios de comunicación empiezan a expresar lo que el México informado piensa sobre los hechos y los contenidos del golpe que el país en general siente recibir:
“Amenaza cumplida. Un trabajo de profesionales, según los peritos.” (C40)
“Terror y confusión... (JORNADA, DÍA 20)”
 “...había sufrido ya agresiones.” (UNI)
”... la estaban vigilando de día y de noche.” (LA PRENSA)
“Apenas en septiembre pasado la pesadilla del miedo se había vuelto a colar por debajo de la puerta de Digna (JORNADA 21).”
“Bernardo Batiz, procurador de justicia del DF, afirmó: ´Posiblemente busquemos la colaboración de la Procuraduría del estado de Guerrero... y quizás también en Chiapas (MILENIO).”
 “Mientras siguen llegando manifiestos de organismos y personalidades de México y del exterior para condenar la infame ejecución de la abogada Digna Ochoa y exigir el inmediato esclarecimiento del crimen, no puede dejar de sorprender que pasaran más de 24 horas del asesinato para que se rompiera, con un comunicado, el silencio por parte de la Secretaría de Gobernación, pero no se tienen aún palabras expresas y precisas del Presidente de la República (ASTILLERO).”
Hay quien aventuradamente se atreve a presumir la forma en que se produjo la muerte: “Ese viernes, en algún momento entre la una y las tres de la tarde, la prenda (una gabardina) estaba en su sitio mientras la abogada conversaba con uno o dos desconocidos. Tal vez por eso no se dio cuenta del momento en que uno de ellos colocó una pistola calibre 22 en su muslo izquierdo y disparó.
“Digna se contrajo por el dolor, y en ese momento el asesino puso el arma en su cabeza, arriba de la oreja izquierda, y disparó de nuevo (NÁJAR).”


“Objetivo: cumplido cabalmente”
Cuando el periodista que acabamos de escuchar, al calor de los hechos hacía una reconstrucción de la muerte sin mayores elementos de juicio, tal vez nadie calculaba el devastador efecto que estaba en marcha entre los defensores de derechos humanos.
Al cabo de tres años, la comunidad que éstos forman se debatirá, dividida sin aparente solución, ante el gran dilema de su corta pero provechosa vida: dar un decisivo paso adelante, reuniendo fuerzas para iniciar la auténtica transformación de un régimen de justicia por casi 500 años sustentado en la corrupción y la impunidad, o refugiarse en la dudosa esperanza de que el tránsito del país hacia la democracia hiciera el trabajo, sin liquidarlos en el camino.
El proceso había comenzado mucho antes del encuentro del cadáver de Digna. Lo había hecho con el mero contacto de estas mujeres y hombres con la realidad más brutal de México. Víctor Brenes, uno de los abogados que acompañó el nacimiento del Pro, hace un dibujo de este proceso:
-Cuando defiendes los derechos humanos, vives los extremos de la ecuación. Por un lado sueñas con las grandes utopías. Pero por el otro lado, a lo que te enfrentas cotidianamente es a las grandes miserias humanas.
“No es fácil que todos los días cuando llegas a trabajar tengas que enfrentarte a esto. Cuando llegas a una audiencia y tienes 40 personas que las habían dejado molidas a palos…
“Vives oyendo el drama de las familias a quien acaban de matarle a alguien, o de secuestrarlo o de condenarlo a diez, 20 años de cárcel arbitrariamente. O asistes a una necropsia o compruebas las huellas de la tortura”, dice mostrando fajos de terribles fotografías que obran en los expedientes de la Comisión de Derechos Humanos del DF.
O revisaban las pruebas de una masacre. La de Acteal, en los Altos de Chiapas, pongamos por caso, que tocó atender al centro Fray Bartolomé de las Casas. Donde grupos paramilitares “tuvieron tiempo no sólo de disparar a placer contra la gente arrodillada que rezaba en el templo, sino de rematar cómodamente a los heridos y darse el gusto de afilar, usar, limpiar, afilar y usar de nuevo los machetes, cuantas veces fuera necesario, para mutilar los cadáveres de los nueve hombres, las veintiún mujeres, los catorce niños y el bebé” (EL TONTO DEL PUEBLO).
-Es una cantidad de sentimientos y de cargas emocionales, que hay que ir aprendiendo a procesar –continúa Brenes. –Y a eso hay que sumar las amenazas, como que te llaman a la hora en que tus hijas salieron de la escuela y todavía no llegaron a la casa, y te dicen por teléfono: Las tenemos
“Y son las amenazas y son los atentados. Cuando vas bajando de la sierra de Guerrero o de Oaxaca, y lo que tratan de hacer es matarte. O cuando acabas de regresar de una comunidad, y a la semana el presidente municipal que tomó un curso contigo lo asesinan.
Entre esta carcoma de la vida de todos los días, para cuando la muerte de Digna se produjo el total del pequeño grupo de defensores humanos que retaban a los siglos de impunidad, estaba expuesto a que un golpe dado donde se debía, amenazara derrumbarlos para siempre.
La propia noche del 19 de octubre, al pie del edificio de la calle de Zacatecas, sin haber observado siquiera el cuerpo de la abogada ni el lugar de los hechos, que convencían al primer encargado de la investigación de estar, sin dudas, ante un asesinato, dos miembros del Pro afirmaban que se trataba de un suicidio. Y uno más, su ex director en los tiempos más difíciles, el padre David Fernández, estaba preparado para decirse a sí mismo que Digna tal vez había sido una agente infiltrada.
Entre ellos, los años de acoso parecían transformarse de ese modo en el  sentimiento de culpa y en la forma de sacudírselo, por el desamparo en que la abogada había quedado, al sentirse obligada a romper con la institución.
Si a partir de ese momento no se producía una investigación puntillosa, que no dejará la menor sospecha sobre sus resultados, de seguro operaría un mecanismo previsto hacía mucho por los sembradores del terror del Estado.
Era un mecanismo que la Alemania nazi había probado hasta sus últimas consecuencias: la negación de la realidad como medio de supervivencia. Y así una suerte de esquizofrenia, en la que podían darse por buenos los mayores desatinos o conciliar las más absurdas contradicciones, para terminar confrontando entre sí a las víctimas.
¿No resultaba una locura creer en la abogada muerta como una “espía” que resolvía ponerse fin por propia mano?


Misantla, Veracruz
Hay una parte esencial en esta historia toda, incluida la muerte de Digna y su investigación, que no se entiende sin mirarla desde un hogar en Misantla, Veracruz, en las últimas décadas del populismo posrevolucionario mexicano.
El padre de Digna, don Eusebio Ochoa, creció como campesino hasta los 20 años, cuando se casó y vino su primera hija. Entonces se dedicó a la albañilería:
-Era un oficio que desde muy chico pensaba yo tener. Empecé a ganar más... y me gustaba mucho.
Pronto lo practicaba como trabajador del ingenio azucarero de La Libertad, donde se convertía en uno de los dirigentes del sindicato, dentro de este municipio en cuya cabecera vivía con Irene Plácido, la madre de sus 13 hijos. Todos ellos, excepto los pocos que se rehusaron, entre ellos un miembro del ejército, con estudios profesionales: dos maestros, dos contadores, un ingeniero, dos abogados, una administradora…
Da la impresión de que fue sobre todo la madre quien se empeñó en que hicieran una carrera:
-Había una señora que como yo no había estudiado, pero todos sus hijos eran maestros. ¿Cómo le hará, me preguntaba yo, si es muy pobre? Era mi delirio que mis hijos fueran algo, que estudiaran.
Y tanto o más que los varones, las hijas:
-Me les puse dura. No fueron a ningún baile, ninguna fiesta.... Sino a esta hora estarían llenas de hijos, casadas con un borrachito tal vez. (  )
¿De qué manera criar a 13 hijos y asegurarse de que acudieran a la universidad o a la Escuela Normal? Gracias, desde luego y en buena medida, al salario de don Eusebio, que parece haber aprendido muchas artes especializadas de la albañilería y que tenía una plaza de planta en el ingenio. Pero también a doña Irene, que además de las tareas de la casa pizcaba café y recogía leña para vender. Y a los hijos:
-En nuestros ratos libres era el trabajo –dice uno de ellos, Jesús. -Creo que mi primer trabajo a los seis años fue vender paletas....Vendí enchiladas, gorditas, de masa y de plátano... Vendimos periódicos, pan, gelatinas, todo, hasta billetes de lotería.
Era doña Irene quien los organizaba, al menos en principio, porque como en la generalidad de las familias numerosas, los hijos mayores pronto compartían las tareas de la casa:
-Digna fue quien me cuidó cuando era niño, hasta los cinco años, creo –se acuerda, por ejemplo, Ignacio-. Me llevaba 10, 12 años, y yo siempre decía que era mi mamá (  ).
Ella a su vez había sido “hija” de su hermana mayor:
-Fue creciendo -ahora es de nuevo doña Irene quien habla- y yo la dejaba porque me iba yo a trabajar... Se quedaba encargada con Carmen.
¿Cómo era la futura defensora de derechos humanos, a los ojos de los suyos?
-Alegre, juguetona y traviesa... Muy enojona, muy brava -cuenta su madre, y sin excepción los hermanos coinciden con ella:
-Era correlona, juguetona, bromista... A veces se enojaba, tenía un carácter fuerte.
-Hablaba mucho, era muy alegre, muy escandalosa... nunca se dejaba.
Trabajaba y era dedicada igual que todos los hijos, en especial las mujeres:
-Yo recuerdo que hablaban de que se acostaban a la una, dos, tres de la mañana, porque estaban estudiando. –dice uno de los varones, todavía hoy admirado.
Estos pocos, elocuentes datos responden al boceto que los Ochoa y Plácido hacen de sí mismos, y hablan de una de las familias extensas que por millones había en el país durante la época.
Un perfil psicológico de la abogada, ordenado tras su fallecimiento, hace una caracterización sobre su infancia. La caracterización se centra en un sólo aspecto y se permite una deducción sin sustento:
“Ocupó el quinto lugar de 13 hermanos. Esta situación la marcó porque ella representaba una hija más que en un momento dado resultó prescindible… (PERFIL, FILTRADO A PRENSA)”
Una quinta hija prescindible, a la cual seguirían ocho más. La absurda conclusión no se deberá a un imperdonable desconocimiento del México popular. Resultará de echar mano de un viejo recurso para ocultar los abusos del poder: el desprestigio de la víctima.


La investigación
-Cuando ocurrieron los hechos se tomó una determinación un tanto sui generis. La persona que se haría cargo de la investigación, que era el propio procurador, descansaba en dos subprocuradores: uno de averigaciones previas, que era yo –cuenta Álvaro Arceo-, y otro de derechos humanos, que a la sazón era el licenciado Renato Sales.
“Entre los tres formamos un equipo de investigadores: peritos, agentes del ministerio público, oficiales secretarios, policías judiciales. La investigación comenzó como mandan los cánones. Teníamos un fiscal y un responsable de agencia, que tuvieron un entrenamiento especial en el FBI...
“Le dimos toda suerte de protección, me refiero a caja de seguridad, a puertas blindadas, computadoras... Lo hicimos autónomo. No tenía que pedir ayuda a ninguna agencia...Y se llevaron a cabo todas las diligencias que debieron haberse llevado a cabo.”
El Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez y la familia participaban en la investigación como coadyuvantes, y la Comisión de Derechos Humanos del DF seguía también de cerca el proceso.
¿Cómo se establecían las líneas de investigación durante esa primera etapa?, ¿y cuánto se avanzaba en la indagatoria en general?
Los primeros días la procedencia del arma de la cual habían salido los tres proyectiles, era una incógnita. Se trataba de una pistola calibre 22 de modelo checoslovaco, cuyo lugar de fabricación no se detallaba. El equipo especial de la Procuraduría del DF solicitó ayuda a diversas instancias nacionales y extranjeras, sin éxito.
Luego supo que algunas réplicas del modelo se habían decomisado a grupos paramilitares y guerrilleros en el sureste del país. En cuanto a su pertenencia, la respuesta estaba a la mano: el arma era propiedad de Digna, quien se la había mostrado en su casa a uno de sus hermanos. Antes de preguntarse cómo había llegado al despacho, los investigadores pusieron en claro otros aspectos.
Entre ellos, la hora de la muerte, que según los médicos forenses se había producido entre las 12 del día y las dos de la tarde. Las notificaciones que Gerardo González había encontrado en el resquicio de la puerta, condujeron a la búsqueda de los actuarios que las dejaron.
Los actuarios, una mujer y un hombre, llegaron por separado, el primero hacia las doce de la mañana y el segundo a la una tarde. Ambos aseguraron no haber visto ni escuchado nada significativo, a pesar de que la puerta era, en su mitad, de un  vidrio cuya cortinilla descorrida permitía ver gran parte del interior de la pequeña oficina.
De manera que se concluyó que para cuando este par de funcionarios se presentó, lo más probable es que la muerte se hubiera consumado. De acuerdo al equipo investigador, no había muestras de lucha y dada la personalidad de Digna se dedujo que el asesino o uno de ellos, en caso de tratarse de dos o más, era conocido suyo.
El mismo razonamiento valía, según el subprocurador Arceo, para deducir que el orden de los disparos había sido distinto al señalado por los peritos. Para éstos, el primero, hecho a quemarropa, se había efectuado sobre el sillón; luego había venido el del muslo y posteriormente el de la cabeza. Pero de haber sido así, argumentó Arceo, la abogada habría tenido tiempo de reaccionar, dejando huellas de ello. A su entender, pues, el primer impacto debió ser el de la cabeza.
¿Por qué no se consideraba la hipótesis del suicidio? Antes que nada, desde luego, por el disparo en el parietal del lado contrario, el izquierdo, a la mano empleada naturalmente por Digna, y en la colocación del arma que sugería la herida.
Pero también por la herida de proyectil en el muslo del mismo costado, que al equipo investigador le sugería sometimiento. Y por la ausencia de notas de despedida y el resultado negativo de la prueba de absorción atómica en las manos de ella y en los guantes de latex que las cubrían.
Para este primer equipo investigador, la misma colocación de los guantes, “mal puestos”; la sangre, tanto por la mancha en el piso como por sus escurrimientos sobre el rostro, y otros elementos, parecían confirmar la hipótesis y presumir que el cuerpo había sido movido de su posición original .
En cuanto a las líneas de investigación:
-Uno empieza siempre por los círculos cercanos, el entorno... El mayordomo, pues. Y uno va ampliando el espectro –dice el subprocurador- En ese momento nos llamaba la atención la posible intervención del ejército... del CISEN, de algunos caciques de Guerrero... de alguna fuerza internacional...
Para entonces el trabajador ambulante que por días siguió con la mirada los movimientos de hombres extraños alrededor del edificio de la calle de Zacatecas, había decidido mudar de lugar, sin rendir testimonio ante el ministerio público.
La presencia de aquéllos, sin embargo, se comprobaba por las observaciones de padres de los estudiantes del Consejo General de Huelga apresados en la UNAM, que habían estado en el despacho el día anterior:
-Entraron y revisaron el patio y demás, pero nosotros no pusimos mucha atención en ellos. Pero sí fue muy evidente... porque entraron con mucho aparato, haciendo ruido. Eran tres personas.
Además, se sostenía el testimonio de la mujer que alrededor del probable momento de la muerte aseguraba haber encontrado en el pasillo a un personaje desconocido en el edificio, sobre el cual decía estar en condiciones de hacer un retrato hablado. 

México, modelo para armar
La muerte de Digna, en efecto, volvía “a poner en cuestión todo”.  El país estaba acostumbrado, de siempre, a que el poder obrara a su voluntad tomando las decisiones en ámbitos a los cuales la población podía acceder exclusivamente por la imaginación o por los fragmentados informes llegados de aquí y de allá.
Pero los dos últimos sexenios priístas le habían hecho acudir a una descomposición en la cual se llegaba a extremos insólitos hasta hacia poco. Extremos muy variados.
Por una parte, los ajusticiamientos a la vista pública, sin mayor pudor por el encubrimiento, de figuras públicas del más alto nivel: Luis Donaldo Colosio, Francisco Ruíz Massieu, el Cardenal Posadas Ocampo.
A su lado, las muertes sospechosas que también sin remilgos se hacían pasar por suicidios: el magistrado Abraham Polo Uscanga, en cuchillas con un disparo bajo la oreja, tras subir a su oficina acompañado por dos hombres; el funcionario del Registro Nacional de Automóviles (RENAVE), cortado incontables veces por una hoja de rasurar, mientras se aireaba el escandaloso fraude del organismo, diseñado por un militar argentino, Carlos Cavallo, responsable de un centro de detención famoso por sus ejecuciones sumarias y sus torturas.
Por otra parte estaban las masacres sólo equiparables a la “guerra sucia” de los 1970: Acteal, Aguas Blancas, El Charco… y los secuestros y violaciones en las montañas del sur-sureste. Con ellos, la liquidación, apenas advertida, de un número de perredistas que opacaba al de los muertos del 2 de octubre de 1968 o del 10 de junio de 1971: cuatro centenares.
En octubre del 2001, pues, México conocía de sobra su grado de indefensión ante el poder, el poder en su conjunto: el formal y el informal, el que podía reconocerse a simple vista y el que obraba en secreto. Un poder cuyos instrumentos se habían descubierto de una variedad y una substancia incompresibles para el llano mortal.
La sociedad quería creer, sin embargo, que su voto en las pasadas elecciones terminaba con todo eso. Si bien había ya al menos una clara advertencia de que no sería así.
-Coello Trejo es tal vez un caso emblemático –decía Sergio Aguayo poco después de que se encontrara el cadáver de Digna, al referirse a la impunidad. -Un temible comandante policíaco, que a fines de los 80 y principios de los 90, cuando Carlos Salinas de Gortari, tenía un grupo de guardaespaldas que se dedicaban en sus ratos libres a matar y violar mujeres en el sur de la ciudad de México.
Coello era un caso emblemático de impunidad en el pasado reciente, pero en 2001 las fechorías de su pandilla de agentes resultaban casi una anécdota frente a las 400 mujeres violadas, torturadas y asesinadas en Ciudad Juárez. Cuatrocientas mujeres de las cuales el gobierno de Vicente Fox no diría palabra sino hasta que le fuera imposible acallar las voces internacionales de protesta, y cuyas muertes cuatro años más tarde seguirían sin asomos de resolverse.
La de Digna y la reacción que produjo, trajeron súbitamente de vuelta la pregunta que parecía desechada con la derrota de candidato presidencial del PRI en 2000: ¿cuánto se movía en las sombras mientras el hombre y la mujer de la calle apenas tenían tiempo para ir y venir, apabullados por los mil apremios de cada día?
Carlos Montemayor, durante años dedicado a buscar una rendija por donde asomarse a los fondos oscuros del país, dejaba en claro lo poco que podíamos entrever.
-No sabemos cómo se va distribuyendo, respetando o tensando el poder de una cúpula policiaca, de una cúpula militar, de una cúpula de narcotráfico, de una cúpula de derrame de los fondos públicos... Ese mapa es clandestino. Sólo quienes están dentro de esas cúpulas saben cómo respetar, cómo apartarse, cómo enfrentarse a las cúpulas contiguas.
Montemayor se refería a Guerrero, pero su razonamiento podía extenderse al país entero, donde el Estado no parecía tener control sobre lo que pasaba, ni estar realmente informado de ello.
-Creo que los servicios de inteligencia en México se han fracturado severamente desde la década de los 1980... Hay una multiplicidad, una pulverización de estos servicios... Actualmente quien controla los estados no son los servicios de inteligencia, sino las fuerzas financieras.
Daba la impresión de ser, pues, entre los encuentros y desencuentros de esa intrincado sistema de cúpulas, al empuje de las grandes corporaciones internacionales, que el presente y el futuro se decidían. ¿También la muerte de Digna Ochoa? ¿Quién o quiénes podían ser los responsables? ¿Se sintieron afectadas por su trabajo alguna o algunas de aquéllas cúpulas?
Los comentarios señalaban en muchas direcciones:
“Llevaba, entre otros, los casos de los guerrilleros del ERPI detenidos en Oaxaca, de los detenidos por la colocación de petardos en tres bancos de la ciudad de México...”(UNI)
“Digna Ochoa comenzó a morir el 2 de mayo de 1999. Ese día, una partida del 40 Batallón de Infantería del Ejército Mexicano atacó la comunidad de Pizotla, en la sierra de Petatlán, estado de Guerrero...” (GRANADOS EN PROCESO)
“Tal vez son grupos que quieren crear una situación de ingobernabilidad.” (PILAR)
Los más cercanos a la abogada tendían a indicar hacia un punto, de todas maneras vago:
-No sé por donde viene, si es una llamada de atención, si son grupos que salen del control de gobierno... En una época de transición, en la que hay muchos actores, a lo que no estábamos acostumbrados... Hasta qué punto es una manera de decir: las amenazas se cumplen –decía Pilar Noriega.
Miguel Concha se refería al “reacomodo de las fuerzas tenebrosas del país”:
-Es una hipótesis que todos tenemos que tener muy presente.
Blanche Petrich indicaba con relativa mayor precisión:
-Mientras no se desarticulen los viejos cuerpos represivos que actuaron desde los 60... van a estar ahí activos, cometiendo asesinatos como los de Digna Ochoa, y recordándoles a sus jefes que ellos pueden decir muchas cosas, que pueden filtrar fotografías como las del 68 con los Halcones con guantes blancos, y que pueden decir exactamente cómo han operado durante todas esas décadas.


Digna
-En septiembre... Digna nos comentó que había recibido a principios de agosto, dos días, no sé los días, amenazas – recuerda Pilar Noriega.
Habían sido, pues, amenazas previas al viaje a la sierra de Petatlán. Tal vez ellas la habían convencido de no asumir la defensa de los campesinos ecologistas, como le solicitaban. Sin embargo, había viajado a la zona con Harald.
¿Cómo era la Digna que se atrevía a estas cosas?
-La conocí en 94, en el Centro de Derechos Miguel Agustín Pro Juárez. Yo era parte de otro bufete, con José Lavanderos, pero participaba en algunos casos con ellos. En ese momento estábamos trabajando juntos un informe para la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Ella acababa de llegar al Centro, y ahí fue donde la conocí.
Quien habla es la misma Pilar, otro objeto preferido de la intimidación contra los defensores de derechos humanos.
-Los del Pro nos pidieron apoyo para llevar el caso de los presuntos zapatistas en Yanga y Catalomacán. Creo que ahí fue que empezamos a tratarnos y a trabajar juntas...
“Al principio, la mera observación que le hice es que parecía demasiado monja, porque usaba el pelo cortito y tenía un fleco redondito.”
Blanche Petrich comenzó a trabar amistad con ella en la misma época:
-Enganchamos muy bien desde el primer momento. Recuerdo que me llamó mucho la atención el atuendo: el suetercito, la camisita rosa abrochada hasta arriba, los mocasines...
-La falda larga o el pantalón, cero pintura... y el corte del pelo casi casquete –complementa la figura Adriana Carmona, que la conoció unos meses antes que ellas.
-Aunque era muy coqueta, si se puede decir –agrega Pilar-, porque aun monja se ponía tubos. Siempre fue muy arreglada, muy cuidadosa... Ella me contaba que antes de ser monja se pintaba.
-En Xalapa era muy bullanguera, usaba tacones altos. Decía que ella era socia de Comex, porque le gustaba pintarse mucho –recuerda su hermana Guadalupe, si bien Pilar, que vio fotos de aquellos tiempos, dice que lo del mucho pintarse era una exageración: simplemente se maquillaba. 
-La primera impresión como persona –continúa Pilar -era alguien aparentemente muy suave, dulce, pero era una persona muy fuerte. Creo que compartimos la rigidez, una cierta intransigencia también, pero ella tenía la combinación esa: un tono de voz muy suave. Yo le decía que ella podía mentar la madre y todavía uno le daba las gracias.
“Hacía una combinación muy útil para el trabajo. Yo generalmente he sido más impulsiva, más agresiva, y ella era la que nivelaba. Había quien me decía que no sabía cómo siendo tan diferentes nos podíamos llevar tan bien.”
Bárbara Zamora, Adriana y Lamberto González confirman la imagen:
-Era muy exigente como abogada, y como compañera... siempre bromeaba.
-Bromeaba, pero era como fuerte.
-Si confundía... En su exterior, en su físico y en sus modos, parecía ser una mujer frágil, que con cualquier cosa podía ser movida, y en los hechos era una mujer con una vitalidad enorme y con un carácter muy fuerte.
¿Era pues una mujer de personalidades encontradas?
-No –dice Bárbara. –Se complementaban.
Por más que como en todos, en Digna había muchas facetas, que tal vez se remarcaban por etapas. Una sería entonces la Digna que Victor Brenes conoció en 1988:
-El ambiente de trabajo del despacho era muy bueno y ella entró muy bien al equipo. Tenía un carácter muy accesible, amable.
Otra distinta seria la que Adriana Carmona trató de cerca en los meses siguientes al levantamiento zapatista de 1994, porque si bien, dice, con ella había una “relación cálida, como en un tono de mucha broma”, con otras personas lo que privaba era la sequedad.
Para Pilar y para Blanche, su pertenencia a una orden religiosa tenía algo de incomprensible:
-Nunca pude conectar la idea de una mujer bastante aguerrida, peleando una causa en una barandilla, con una monja –dice Blanche.
De 1989 hasta poco antes de su muerte, Digna, acompañando su definitiva incorporación al Centro Pro, había pertenecido a la orden de las dominicas del Verbo Encarnado, que no porta hábito y que concentra su obra en entregar trabajo profesional a pequeñas comunidades y barrios populares. Cuatro años le llevó el proceso hasta tomar los votos, en 1993.
-Siempre me pregunté realmente sobre su vocación –dice Pilar. -Me parecía muy extraño que una persona con esa inquietud, no sé si decir cierta rebeldía, fuera monja. Pero ella me daba siempre su explicación: que no era una rigidez para el voto de obediencia lo que había en su congregación.
Victor Brenes contempla esta doble faceta de Digna desde la perspectiva de quien la conoció antes de que tomara los hábitos, cuando ella acababa de llegar a la ciudad de México:
-Digna no veía que el ser abogada se contrapusiera con ser religiosa. Al contrario: el ser abogada y el ser religiosa le daban mayores herramientas para continuar un proyecto que ella se había trazado.
-Mantenía como top.secret su identidad como religiosa. Yo creo que eso –le parece a Blanche- demuestra mucho su naturaleza: esa forma como ella guardaba en la absoluta discreción todo lo que correspondiera a la esfera personal de sus sentimientos más profundos.
Adriana tenía una impresión semejante:
-No era una mujer que permitiera cercanía, y a veces no hablaba. Yo creo que es parte de esta reflexión: No me abro con cualquiera.


Altos de Chiapas, 1994
Digna había tomado su primer caso mayor como defensora de derechos humanos, en 1991, llevando el juicio contra Anaversa, una empresa fabricante de plagicidas, cuya planta en Córdoba, Veracruz, al estallar había diseminado miles de litros de tóxicos que por años producirían muertes y malformaciones .
Pero su gran prueba de iniciación la había pasado en el lugar más difícil del México moderno: la zona del pronunciamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en pleno 1994.
Adriana Carmona compartió la experiencia con ella.
-El trabajo jurídico de las organizaciones de derechos humanos en ese momento era muy limitado, porque no tenían ni abogados ni abogadas contratadas. Por eso éramos muy pocos y los pocos que existíamos nos teníamos muy cercanos para hacer un trabajo más profesional. Porque no era un trabajo meramente de litigio, sino de incorporar en los juzgados una práctica y una obligación de revisar documentos en derechos humanos.
“Cuando se presentan los zapatistas, vienen esos meses que fueron verdaderamente fuertes para las organizaciones de derechos humanos en México. Porque si algo nos probó es que no estábamos capacitados para recibir un problema de esa magnitud. Y que además éramos organizaciones que se habían constituido mucho en la denuncia, la difusión y la discusión, pero no en trabajo propiamente de defensa y de litigio.”
“Entonces vinieron los primeros asuntos que se presentaron y que se empezaron a documentar...”
El primero de enero de aquel año, como recordamos, el EZLN tomó las principales poblaciones de los Altos de Chiapas. Efectivos militares se desplazaron al lugar, y en horas el estado de guerra era un hecho.
Tres días después los rebeldes se habían replegado, pero combatían todavía al sur de San Cristóbal las Casas y en las inmediaciones del cuartel de Rancho Nuevo, y llevaban con ellos a un ex gobernador del estado, un general en retiro. El día cinco la Fuerza Aérea dio comienzo al bombardeo de las posiciones insurgentes, y el ocho el gobierno anunció la creación de una comisión especial para iniciar el diálogo, pero el ejército aumentaba y avanzaba sus filas.
-Vivíamos casi permanente allá –cuenta Adriana- y aparecieron los primeros documentos de ejecuciones, de tortura, de desapariciones, que eran terribles. No sabíamos qué íbamos a hacer.
“Además también las organizaciones internacionales, por el impacto del caso, vienen también a México y nos dicen: Metan casos ante la Comisión Interamericana. Nosotros decíamos: Sí, ¿pero cómo?
“No había más que muy pocas experiencias, muy limitadas, del uso del sistema interamericano, por ejemplo. Entonces tuvimos que sentarnos a trabajar y a responder en ese momento a una demanda fuertísima, que era incluso muy nueva también para nosotros: enfrentarnos con el ejército, y con esa cara del ejército, que igual habíamos leído cuando apoyábamos gente de Centroamérica, pero no en México.”
El caso más representativo de los excesos de los militares, eran los cuerpos de tres hombres del Ejido Morelia, población de indígenas tzeltales. De acuerdo a las denuncias, habían sido torturados y ejecutados de manera sumaria. En ellos concentrarían buena cantidad de esfuerzos los defensores de derechos humanos:
-Y nos toca esto, y tenemos que ir…  a recoger los huesitos y a pelearte por los huesos –continúa Adriana. -Era impactante estar en las camionetas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, defendiendo los restos.
“Y decía yo: ¡Protege la prueba! Es decir, no puedes quedarte allí parado. ¡Y ve y dile al ejército que no se lleve los huesos! Y a fuerza lo hicieron. Pero en ese momento era así, como de reacciones. No era una estrategia ensayada. Entonces de pronto era: Párate y dile que nos deje entrar, cuando ponían los retenes. Y no nos dejaban pasar a ciertas zonas...
“Digna era de las que más gritaba... ¡Cómo que no! Perdón, pero dime quién proviene y cuál es la previsión y dónde está el documento y enséñame la orden, y a cuestionarlos muy duro.”
Cuando vimos a Digna en la sierra de Petatlán retando a los soldados que interrogaban a la comunidad, al voltear la cámara de video hacia ellos, asistimos a una escena fácil de entender para Adriana Carmona, su compañera en Chiapas durante los meses que siguieron al levantamiento zapatista. También ella lo hizo en Oaxaca con los agentes que la seguían tomándole fotos.
Los días aquellos, en que los abogados de derechos humanos se contaban con los dedos de la mano, las habían preparado a responder a la autoridad de una forma inexplicable para otros.


Los de los confines
-Fue un fenómeno maravilloso: la incorporación de los derechos humanos a la cultura política y ética mexicana, en los 1980 y principios de los 1990 –recuerda Sergio Aguayo.
Habían sido las décadas de los 1960 y 1970, en que la confrontación de la sociedad con la cerrazón del Estado había llevado a éste a extremos de violencia, las que animaron a ciertos sectores a incorporarse a un movimiento en rápido avance por América Latina y el mundo entero.
Digna Ochoa había vivido este proceso, vinculada a él desde los inicios de su carrera profesional, en 1987, pero sobre todo a partir del levantamiento zapatista.
La sensibilización de la prensa crítica y la apertura al exterior, hacia los organismos internacionales preocupados por el tema, contribuyó a que la esfera de acción de los defensores se expandiera, para abarcar los derechos de las mujeres, de las personas con discapacidad, de los niños. En un abrir y cerrar de ojos el número de las Organizaciones No Gubernamentales pasaba de 500.
Todas remaban a contracorriente y confrontaban de una o de otra manera al poder. Pero sólo una cuantas chocaban con él de frente. 
-Los que estamos en esto –dice Aguayo- sabemos que hay organismos como el Pro, o defensores como Digna, que están en los confines, en el último frente de batalla.... en aquellos asuntos que irritan profundamente a la fraternidad de la muerte.
El grado de zozobra en el cual viven quienes están en estos confines, puede ejemplificarlo Abel Barrera, que pertenece a la Comisión de Derechos Humanos de La Montaña de Guerrero:
-Llegan las gentes y te preguntan: “¿Cómo voy a hacer, que acaban de llevarse a mi hijo los judas y no lo quieren soltar y está gritando ahí en la comandancia? Acompáñame, quiero que hables porque yo no sé hablar”... Este tipo de dramas son los que nos van obligando a optar seriamente por los derechos humanos y a vivir en este filo de la navaja...
 “Y vienen las denuncias. Uno tiene que aprender a callar... porque sabemos que detrás de la denuncia está latente una amenaza. En cada caso que nos plantean siempre viene a la mente: “¿Y ahora qué me va a pasar a mí? ¿Cómo le platicaré a mi mujer, a mis padres, de que tengo que enfrentar otro problema más y de que tengo miedo?
“Y lo peor es que ese miedo se llega a hacer tangible y amargo y duro cuando recibes una llamada y te dicen: Ya párale... ¿Qué te crees? ¿No crees que te vas a morir? O que se valen de la fragilidad de la esposa, de la familia: Dile que se calme, que lo piense. ¿No quiere vivir más?
¿Cuál había sido la situación de Digna? Blanche Petrich tiene la palabra:
-A mí me preocupaba muchísimo el tema de las amenazas... Uno no se imagina, hasta que compartes un poquito la vivencia de alguien que es amenazado de forma tan sistemática, la terrible tortura que es vivir con esa sensación de ser cazada, perseguida, de que en algún momento el cazador te va a dar alcance, de que tu perseguidor te va a atrapar.
“Es una sensación de desasosiego, de angustia, y en este caso un miedo que la hacía revolverse furiosamente contra la incapacidad del Estado de amarrarle las manos a los asesinos. La falta de voluntad y de determinación para actuar... Y era una cosa que ella denunciaba... y actas van, actas iban, averiguaciones previas... (


Lunes 22 de octubre, 2001
“Fue sepultada ayer en el panteón de Misantla... Canciones, rezos y cohetones enmarcaron el sepelio...Mientras, en los archivos de las procuradurías General de la República y de Justicia del Distrito Federal vagan por la ruta burocrática de los trámites inacabables las múltiples denuncias de hechos que en vida presentó por diversas amenazas de muerte.”
“Al funeral de la activista no asistió ningún representante de la administración foxista .. no asistió tampoco ningún representante de la Comisión Nacional de Derechos Humanos ni hubo pronunciamiento alguno del organismo (BALNCHE).”
Por la noche Denis Merker, conductora de noticias de Canal 40, y Emilio Älvarez Icaza, presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, sostienen ante las pantallas la siguiente conversación:
-Nada ha cambiado. Y tan no ha cambiado, que ella es asesinada de una manera y con unos signos, que dejaron los que la mataron, que no sabemos quiénes son,  que son muy parecidos a los que habían dejado ya una vez que la habían secuestrado durante ocho horas en su casa... Y nada ha cambiado. No importa que haya dos gobiernos distintos, que haya habido transición. Por el momento parece ser que nada es distinto.
-Yo creería sin duda que estamos ante la agresión más salvaje a un defensor de derechos humanos en el país. No sólo por el contexto que vivimos, sino por la forma. Cinco años de impunidad. Eso pesa. Y pesa en la conciencia colectiva del país, pesa en la transición... Eso muestra que siguen habiendo fuerzas obscuras...
-Y que las fuerzas obscuras no le tienen ningún miedo...
-A nadie.


Antes, el abandono
Tres días después de la muerte de la abogada, la secretaria general de Amnistía Internacional declaraba:
-El homicidio pudo haberse evitado si se le hubiesen brindado las garantías necesarias.
A fines de octubre de 1999, Digna había denunciado el secuestro del cual había sido víctima, en su propia casa.
-Este episodio... que la amarraron en la cama con el tanque de gas abierto, el país se debió haber puesto con los pelos de punta –dice Blanche Petrich.
Pero no había sido así y, a pesar de la pronta intervención de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, requiriendo al Estado medidas de seguridad para garantizar la integridad de ella y de otros activistas, las autoridades se habían comportado con diversos grados de imperdonable negligencia.
La Procuraduría General de Justicia del DF le había otorgado una protección deficiente, y la Procuraduría General de la República (PGR) había terminado por desentenderse de una forma que luego, exhibida, no encontraría cómo explicar. Tras la muerte de la defensora de derechos humanos aparecía la siguiente nota en la prensa:
“Interrogado sobre el destino de las investigaciones que realizó la PGR respecto de la denuncia que interpuso Digna Ochoa, Rafael Macedo de la Concha aclaró que ese asunto quedó cerrado en noviembre pasado, durante la administración de Jorge Madrazo Cuéllar: Esta fue una decisión de la anterior administración, yo no tenía conocimiento de esta investigación, dijo. (JORNADA)”
El mismo día otra fuente periodística informaba lo que acabaría corroborándose:
“La Procuraduría General de la República archivó desde el 31 de mayo de este año -y no en noviembre de 2000... la averiguación previa... y acto seguido la cancillería solicitó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos que aprobara el cese de medidas provisionales, es decir, el retiro de la seguridad que le brindaban a la licenciada Ochoa con agentes policiales.”
La participación de la PGR había sido solicitada por una buena razón, que explica Miguel Ángel Granados Chapa:
-Porque cuando Digna y otros integrantes del centro Pro dieron su percepción de dónde estaría el origen de esas amenazas, hablaron de agentes judiciales federales y de los servicios de inteligencia militar. Eso involucró a personal federal...
“La PGR ignoró la denuncia, en dos oportunidades la mandó al archivo sin hacer ninguna averiguación... La segunda vez ya durante el nuevo gobierno, en que el Procurador General es un general que antes había sido Procurador militar.”
Ahora, al conocerse los hechos, la visitaduría ordenada por la PGR reconoció que en el caso hubo una conducta “anómala” de parte de dos directores generales, cinco agentes del ministerio público y cinco agentes de la policía judicial federal. Sin embargo, y de vuelta en palabras de Granados Chapa, el reconocimiento no representó mayor cosa:  
-No tenemos base para esperar una respuesta sana de la Procuraduría. Hay allí dos circunstancias preocupantes. El que se haya entregado a un miembro del ejército la procuración federal de justicia, es muy grave en sí mismo, porque denota la influencia militar en la toma de las decisiones.
“Y es más grave aún, porque como procurador militar el general Macedo de la Concha fue notablemente adverso al respeto a los derechos humanos en general, y en particular en los casos en que estuvo vinculada Digna Ochoa.”


Las amenazas
¿De dónde venían las amenazas? Las que ella, el Pro y los abogados de otros despachos recibieron, eran escritas y telefónicas, y habían sido acompañadas de diversos actos de acoso: presencia intimidatoria alrededor de las oficinas y, a veces, de los hogares; seguimiento franco o solapado de sus movimientos, secuestro momentáneo.
Los escritos tenían uno o más patrones de conducta, pero eran similares, y tales y cuales resultaban tan parecidos entre sí por el tipo de letra, la distribución de espacios y la sintaxis, que lo expertos podían presumir tenían un mismo autor o una misma procedencia. Durante seis años.
-A partir de que inician... sin duda hay una continuidad, surgen de la misma mano, hasta la última de Digna Ochoa –afirma categórico el padre David Fernández, ex director del Centro Pro, quien fue el primero en recibir los mensajes.
¿Quién o quiénes habían mantenido un interés tan constante? El propio David Fernández contesta de forma indirecta, al referirse a las amenazas más tempranas:
-Empezaron después de unas declaraciones mías en torno de los nuevos aparatos de seguridad que se estaban conformando y yo daba algunos nombres  de las gentes que probablemente estaban armando estos aparatos... en el sexenio de Salinas de Gortari.
En 1996 tendían a concentrarse en Pilar Noriega y en Digna. Un día: “que se mueran todos los PRODH cabrones, principalmente ese par de abogadas que tienen…” Otro: ”condolencias por el sensible fallecimiento de: Digna y Pilar”.
Él o los responsables de la muerte de Digna, ¿eran los autores del hostigamiento?
Todo era tan confuso como las circunstancias en que la abogada había perdido la vida: la puerta de la oficina cerrada con llave, ella, que usaba la mano derecha, muerta de un disparo en el lado izquierdo de la cabeza; otro proyectil en un muslo, un par de guantes de latex en sus manos y mal colocado; un polvo blanco, que luego se sabría era almidón, por dentro y por fuera de aquéllos y salpicando el entorno; su saco apretado entre el torax y un brazo, su diadema tirada en la alfombra; versiones sobre la presencia en el edificio de personajes extraños, una amenaza escrita dirigida al Pro, a pesar de que ella había renunciado a la institución.

Todo confuso, en verdad: Digna, cuyas 36 últimas horas eran una interrogante, contra el habitual, meticuloso arreglo de su persona, no se había bañado ni mudado de ropa desde el día anterior.