Un conductor de noticieros califica
con justicia el impacto que produce la muerte de Digna:
-Hacía tiempo que un asesinato no suscitaba tantas
reacciones.
Este fin de semana los medios de
comunicación empiezan a expresar lo que el México informado piensa sobre los
hechos y los contenidos del golpe que el país en general siente recibir:
“Amenaza cumplida. Un trabajo de
profesionales, según los peritos.” (C40)
“Terror y confusión... (JORNADA, DÍA
20)”
“...había sufrido ya agresiones.” (UNI)
”... la estaban vigilando de día y de
noche.” (LA PRENSA)
“Apenas en septiembre pasado la
pesadilla del miedo se había vuelto a colar por debajo de la puerta de Digna
(JORNADA 21).”
“Bernardo Batiz, procurador de
justicia del DF, afirmó: ´Posiblemente busquemos la colaboración de la
Procuraduría del estado de Guerrero... y quizás también en Chiapas (MILENIO).”
“Mientras siguen llegando manifiestos de
organismos y personalidades de México y del exterior para condenar la infame
ejecución de la abogada Digna Ochoa y exigir el inmediato esclarecimiento del
crimen, no puede dejar de sorprender que pasaran más de 24 horas del asesinato
para que se rompiera, con un comunicado, el silencio por parte de la Secretaría
de Gobernación, pero no se tienen aún palabras expresas y precisas del
Presidente de la República (ASTILLERO).”
Hay quien
aventuradamente se atreve a presumir la forma en que se produjo la muerte: “Ese
viernes, en algún momento entre la una y las tres de la tarde, la prenda (una
gabardina) estaba en su sitio mientras la abogada conversaba con uno o dos
desconocidos. Tal vez por eso no se dio cuenta del momento en que uno de ellos
colocó una pistola calibre 22 en su muslo izquierdo y disparó.
“Digna se contrajo por el dolor, y en
ese momento el asesino puso el arma en su cabeza, arriba de la oreja izquierda,
y disparó de nuevo (NÁJAR).”
“Objetivo:
cumplido cabalmente”
Cuando el periodista que acabamos de
escuchar, al calor de los hechos hacía una reconstrucción de la muerte sin
mayores elementos de juicio, tal vez nadie calculaba el devastador efecto que
estaba en marcha entre los defensores de derechos humanos.
Al cabo de tres años, la comunidad
que éstos forman se debatirá, dividida sin aparente solución, ante el gran
dilema de su corta pero provechosa vida: dar un decisivo paso adelante,
reuniendo fuerzas para iniciar la auténtica transformación de un régimen de
justicia por casi 500 años sustentado en la corrupción y la impunidad, o
refugiarse en la dudosa esperanza de que el tránsito del país hacia la
democracia hiciera el trabajo, sin liquidarlos en el camino.
El proceso había comenzado mucho
antes del encuentro del cadáver de Digna. Lo había hecho con el mero contacto
de estas mujeres y hombres con la realidad más brutal de México. Víctor Brenes,
uno de los abogados que acompañó el nacimiento del Pro, hace un dibujo de este
proceso:
-Cuando defiendes los derechos
humanos, vives los extremos de la ecuación. Por un lado sueñas con las grandes
utopías. Pero por el otro lado, a lo que te enfrentas cotidianamente es a las
grandes miserias humanas.
“No es fácil que todos los días
cuando llegas a trabajar tengas que enfrentarte a esto. Cuando llegas a una
audiencia y tienes 40 personas que las habían dejado molidas a palos…
“Vives oyendo el drama de las
familias a quien acaban de matarle a alguien, o de secuestrarlo o de condenarlo
a diez, 20 años de cárcel arbitrariamente. O asistes a una necropsia o
compruebas las huellas de la tortura”, dice mostrando fajos de terribles fotografías
que obran en los expedientes de la Comisión de Derechos Humanos del DF.
O revisaban las pruebas de una
masacre. La de Acteal, en los Altos de Chiapas, pongamos por caso, que tocó
atender al centro Fray Bartolomé de las Casas. Donde grupos paramilitares
“tuvieron
tiempo no sólo de disparar a placer contra la gente arrodillada que rezaba en
el templo, sino de rematar cómodamente a los heridos y darse el gusto de
afilar, usar, limpiar, afilar y usar de nuevo los machetes, cuantas veces fuera
necesario, para mutilar los cadáveres de los nueve hombres, las veintiún
mujeres, los catorce niños y el bebé” (EL TONTO DEL PUEBLO).
-Es una cantidad de sentimientos y de
cargas emocionales, que hay que ir aprendiendo a procesar –continúa Brenes. –Y
a eso hay que sumar las amenazas, como que te llaman a la hora en que tus hijas
salieron de la escuela y todavía no llegaron a la casa, y te dicen por
teléfono: Las tenemos…
“Y son las amenazas y son los
atentados. Cuando vas bajando de la sierra de Guerrero o de Oaxaca, y lo que tratan
de hacer es matarte. O cuando acabas de regresar de una comunidad, y a la
semana el presidente municipal que tomó un curso contigo lo asesinan.
Entre esta carcoma de la vida de
todos los días, para cuando la muerte de Digna se produjo el total del pequeño
grupo de defensores humanos que retaban a los siglos de impunidad, estaba
expuesto a que un golpe dado donde se debía, amenazara derrumbarlos para
siempre.
La propia noche del 19 de octubre, al
pie del edificio de la calle de Zacatecas, sin haber observado siquiera el
cuerpo de la abogada ni el lugar de los hechos, que convencían al primer
encargado de la investigación de estar, sin dudas, ante un asesinato, dos
miembros del Pro afirmaban que se trataba de un suicidio. Y uno más, su ex
director en los tiempos más difíciles, el padre David Fernández, estaba
preparado para decirse a sí mismo que Digna tal vez
había sido una agente infiltrada.
Entre ellos, los años de acoso
parecían transformarse de ese modo en el
sentimiento de culpa y en la forma de sacudírselo, por el desamparo en
que la abogada había quedado, al sentirse obligada a romper con la institución.
Si a partir de ese momento no se
producía una investigación puntillosa, que no dejará la menor sospecha sobre
sus resultados, de seguro operaría un mecanismo previsto hacía mucho por los
sembradores del terror del Estado.
Era un mecanismo que la Alemania nazi
había probado hasta sus últimas consecuencias: la negación de la realidad como
medio de supervivencia. Y así una suerte de esquizofrenia, en la que podían
darse por buenos los mayores desatinos o conciliar las más absurdas
contradicciones, para terminar confrontando entre sí a las víctimas.
¿No resultaba una locura creer en la
abogada muerta como una “espía” que resolvía ponerse fin por propia mano?
Misantla, Veracruz
Hay una parte esencial en esta
historia toda, incluida la muerte de Digna y su investigación, que no se
entiende sin mirarla desde un hogar en Misantla, Veracruz, en las últimas
décadas del populismo posrevolucionario mexicano.
El padre de Digna, don Eusebio Ochoa,
creció como campesino hasta los 20 años, cuando se casó y vino su primera hija.
Entonces se dedicó a la albañilería:
-Era un oficio que desde muy chico
pensaba yo tener. Empecé a ganar más... y me gustaba mucho.
Pronto lo practicaba como trabajador
del ingenio azucarero de La Libertad, donde se convertía en uno de los
dirigentes del sindicato, dentro de este municipio en cuya cabecera vivía con
Irene Plácido, la madre de sus 13 hijos. Todos ellos, excepto los pocos que se
rehusaron, entre ellos un miembro del ejército, con estudios profesionales: dos
maestros, dos contadores, un ingeniero, dos abogados, una administradora…
Da la impresión de que fue sobre todo
la madre quien se empeñó en que hicieran una carrera:
-Había una señora que como yo no
había estudiado, pero todos sus hijos eran maestros. ¿Cómo le hará, me
preguntaba yo, si es muy pobre? Era mi delirio que mis hijos fueran algo, que
estudiaran.
Y tanto o más que los varones, las
hijas:
-Me les puse dura. No fueron a ningún
baile, ninguna fiesta.... Sino a esta hora estarían llenas de hijos, casadas
con un borrachito tal vez. ( )
¿De qué manera criar a 13 hijos y
asegurarse de que acudieran a la universidad o a la Escuela Normal? Gracias,
desde luego y en buena medida, al salario de don Eusebio, que parece haber
aprendido muchas artes especializadas de la albañilería y que tenía una plaza
de planta en el ingenio. Pero también a doña Irene, que además de las tareas de
la casa pizcaba café y recogía leña para vender. Y a los hijos:
-En nuestros ratos libres era el
trabajo –dice uno de ellos, Jesús. -Creo que mi primer trabajo a los seis años
fue vender paletas....Vendí enchiladas, gorditas, de masa y de plátano...
Vendimos periódicos, pan, gelatinas, todo, hasta billetes de lotería.
Era doña Irene quien los organizaba,
al menos en principio, porque como en la generalidad de las familias numerosas,
los hijos mayores pronto compartían las tareas de la casa:
-Digna fue quien me cuidó cuando era
niño, hasta los cinco años, creo –se acuerda, por ejemplo, Ignacio-. Me llevaba
10, 12 años, y yo siempre decía que era mi mamá ( ).
Ella a su vez había sido “hija” de su
hermana mayor:
-Fue creciendo -ahora es de nuevo
doña Irene quien habla- y yo la dejaba porque me iba yo a trabajar... Se
quedaba encargada con Carmen.
¿Cómo era la futura defensora de
derechos humanos, a los ojos de los suyos?
-Alegre, juguetona y traviesa... Muy
enojona, muy brava -cuenta su madre, y sin excepción los hermanos coinciden con
ella:
-Era correlona, juguetona,
bromista... A veces se enojaba, tenía un carácter fuerte.
-Hablaba mucho, era muy alegre, muy
escandalosa... nunca se dejaba.
Trabajaba y era dedicada igual que
todos los hijos, en especial las mujeres:
-Yo recuerdo que hablaban de que se
acostaban a la una, dos, tres de la mañana, porque estaban estudiando. –dice
uno de los varones, todavía hoy admirado.
Estos pocos, elocuentes datos
responden al boceto que los Ochoa y Plácido hacen de sí mismos, y hablan de una
de las familias extensas que por millones había en el país durante la época.
Un perfil psicológico de la abogada,
ordenado tras su fallecimiento, hace una caracterización sobre su infancia. La
caracterización se centra en un sólo aspecto y se permite una deducción sin
sustento:
“Ocupó el
quinto lugar de 13 hermanos. Esta situación la marcó porque ella representaba
una hija más que en un momento dado resultó prescindible… (PERFIL, FILTRADO A
PRENSA)”
Una quinta hija prescindible, a la
cual seguirían ocho más. La absurda conclusión no se deberá a un imperdonable
desconocimiento del México popular. Resultará de echar mano de un viejo recurso
para ocultar los abusos del poder: el desprestigio de la víctima.
La
investigación
-Cuando ocurrieron los hechos se
tomó una determinación un tanto sui generis. La persona que se haría cargo de
la investigación, que era el propio procurador, descansaba en dos
subprocuradores: uno de averigaciones previas, que era yo –cuenta Álvaro
Arceo-, y otro de derechos humanos, que a la sazón era el licenciado Renato
Sales.
“Entre los tres formamos un
equipo de investigadores: peritos, agentes del ministerio público, oficiales
secretarios, policías judiciales. La investigación comenzó como mandan los
cánones. Teníamos un fiscal y un responsable de agencia, que tuvieron un
entrenamiento especial en el FBI...
“Le dimos toda suerte de
protección, me refiero a caja de seguridad, a puertas blindadas,
computadoras... Lo hicimos autónomo. No tenía que pedir ayuda a ninguna
agencia...Y se llevaron a cabo todas las diligencias que debieron haberse
llevado a cabo.”
El Centro de Derechos Humanos Miguel
Agustín Pro Juárez y la familia participaban en la investigación como
coadyuvantes, y la Comisión de Derechos Humanos del DF seguía también de cerca
el proceso.
¿Cómo se establecían las líneas de
investigación durante esa primera etapa?, ¿y cuánto se avanzaba en la
indagatoria en general?
Los primeros días la procedencia del
arma de la cual habían salido los tres proyectiles, era una incógnita. Se
trataba de una pistola calibre 22 de modelo checoslovaco, cuyo lugar de
fabricación no se detallaba. El equipo especial de la Procuraduría del DF
solicitó ayuda a diversas instancias nacionales y extranjeras, sin éxito.
Luego supo que algunas réplicas del
modelo se habían decomisado a grupos paramilitares y guerrilleros en el sureste
del país. En cuanto a su pertenencia, la respuesta estaba a la mano: el arma
era propiedad de Digna, quien se la había mostrado en su casa a uno de sus
hermanos. Antes de preguntarse cómo había llegado al despacho, los
investigadores pusieron en claro otros aspectos.
Entre ellos, la hora de la muerte,
que según los médicos forenses se había producido entre las 12 del día y las
dos de la tarde. Las notificaciones que Gerardo González había encontrado en el
resquicio de la puerta, condujeron a la búsqueda de los actuarios que las
dejaron.
Los actuarios, una mujer y un hombre,
llegaron por separado, el primero hacia las doce de la mañana y el segundo a la
una tarde. Ambos aseguraron no haber visto ni escuchado nada significativo, a
pesar de que la puerta era, en su mitad, de un
vidrio cuya cortinilla descorrida permitía ver gran parte del interior
de la pequeña oficina.
De manera que se concluyó que para
cuando este par de funcionarios se presentó, lo más probable es que la muerte
se hubiera consumado. De acuerdo al equipo investigador, no había muestras de
lucha y dada la personalidad de Digna se dedujo que el asesino o uno de ellos,
en caso de tratarse de dos o más, era conocido suyo.
El mismo razonamiento valía, según el
subprocurador Arceo, para deducir que el orden de los disparos había sido
distinto al señalado por los peritos. Para éstos, el primero, hecho a
quemarropa, se había efectuado sobre el sillón; luego había venido el del muslo
y posteriormente el de la cabeza. Pero de haber sido así, argumentó Arceo, la
abogada habría tenido tiempo de reaccionar, dejando huellas de ello. A su
entender, pues, el primer impacto debió ser el de la cabeza.
¿Por qué no se consideraba la
hipótesis del suicidio? Antes que nada, desde luego,
por el disparo en el parietal del lado contrario, el izquierdo, a la mano
empleada naturalmente por Digna, y en la colocación del arma que sugería la
herida.
Pero también por la herida
de proyectil en el muslo del mismo costado, que al equipo investigador le
sugería sometimiento. Y por la ausencia de notas de despedida y el resultado
negativo de la prueba de absorción atómica en las manos de ella y en los
guantes de latex que las cubrían.
Para este primer equipo
investigador, la misma colocación de los guantes, “mal puestos”; la sangre,
tanto por la mancha en el piso como por sus escurrimientos sobre el rostro, y
otros elementos, parecían confirmar la hipótesis y presumir que el cuerpo había
sido movido de su posición original .
En cuanto a las líneas de
investigación:
-Uno empieza siempre por los círculos
cercanos, el entorno... El mayordomo, pues. Y uno va ampliando el espectro
–dice el subprocurador- En ese momento nos llamaba la atención la posible
intervención del ejército... del CISEN, de algunos caciques de Guerrero... de
alguna fuerza internacional...
Para entonces el trabajador ambulante
que por días siguió con la mirada los movimientos de hombres extraños alrededor
del edificio de la calle de Zacatecas, había decidido mudar de lugar, sin
rendir testimonio ante el ministerio público.
La presencia de aquéllos, sin
embargo, se comprobaba por las observaciones de padres de los estudiantes del
Consejo General de Huelga apresados en la UNAM, que habían estado en el
despacho el día anterior:
-Entraron y revisaron el patio y
demás, pero nosotros no pusimos mucha atención en ellos. Pero sí fue muy
evidente... porque entraron con mucho aparato, haciendo ruido. Eran tres
personas.
Además, se sostenía el
testimonio de la mujer que alrededor del probable momento de la muerte
aseguraba haber encontrado en el pasillo a un personaje desconocido en el
edificio, sobre el cual decía estar en condiciones de hacer un retrato
hablado.
México,
modelo para armar
La muerte de Digna, en efecto, volvía “a poner en cuestión todo”. El país estaba acostumbrado, de siempre, a que el
poder obrara a su voluntad tomando las decisiones en ámbitos a los cuales la
población podía acceder exclusivamente por la imaginación o por los fragmentados
informes llegados de aquí y de allá.
Pero los dos últimos sexenios
priístas le habían hecho acudir a una descomposición en la cual se llegaba a
extremos insólitos hasta hacia poco. Extremos muy variados.
Por una parte, los ajusticiamientos a
la vista pública, sin mayor pudor por el encubrimiento, de figuras públicas del
más alto nivel: Luis Donaldo Colosio, Francisco Ruíz Massieu, el Cardenal
Posadas Ocampo.
A su lado, las muertes sospechosas
que también sin remilgos se hacían pasar por suicidios: el magistrado Abraham
Polo Uscanga, en cuchillas con un disparo bajo la oreja, tras subir a su
oficina acompañado por dos hombres; el funcionario del Registro Nacional de
Automóviles (RENAVE), cortado incontables veces por una hoja de rasurar,
mientras se aireaba el escandaloso fraude del organismo, diseñado por un
militar argentino, Carlos Cavallo, responsable de un centro de detención famoso
por sus ejecuciones sumarias y sus torturas.
Por otra parte estaban las masacres
sólo equiparables a la “guerra sucia” de los 1970: Acteal, Aguas Blancas, El
Charco… y los secuestros y violaciones en las montañas del sur-sureste. Con ellos,
la liquidación, apenas advertida, de un número de perredistas que opacaba al de
los muertos del 2 de octubre de 1968 o del 10 de junio de 1971: cuatro
centenares.
En octubre del 2001, pues, México conocía
de sobra su grado de indefensión ante el poder,
el poder en su conjunto: el formal y el informal, el que podía reconocerse a
simple vista y el que obraba en secreto. Un poder cuyos instrumentos se habían
descubierto de una variedad y una substancia incompresibles para el llano
mortal.
La sociedad quería creer, sin embargo, que su voto en las pasadas
elecciones terminaba con todo eso. Si bien había ya al menos una clara advertencia
de que no sería así.
-Coello Trejo es tal vez un caso
emblemático –decía Sergio Aguayo poco después de que se encontrara el cadáver de
Digna, al referirse a la impunidad. -Un temible comandante policíaco, que a
fines de los 80 y principios de los 90, cuando Carlos Salinas de Gortari, tenía
un grupo de guardaespaldas que se dedicaban en sus ratos libres a matar y
violar mujeres en el sur de la ciudad de México.
Coello era un caso emblemático de
impunidad en el pasado reciente, pero en 2001 las fechorías de su pandilla de
agentes resultaban casi una anécdota frente a las 400 mujeres violadas,
torturadas y asesinadas en Ciudad Juárez. Cuatrocientas mujeres de las cuales
el gobierno de Vicente Fox no diría palabra sino hasta que le fuera imposible
acallar las voces internacionales de protesta, y cuyas muertes cuatro años más
tarde seguirían sin asomos de resolverse.
La de Digna y la reacción que
produjo, trajeron súbitamente de vuelta la pregunta que parecía desechada con
la derrota de candidato presidencial del PRI en 2000: ¿cuánto se movía en las
sombras mientras el hombre y la mujer de la calle apenas tenían tiempo para ir
y venir, apabullados por los mil apremios de cada día?
Carlos Montemayor, durante años
dedicado a buscar una rendija por donde asomarse a los fondos oscuros del país,
dejaba en claro lo poco que podíamos entrever.
-No sabemos cómo se va distribuyendo,
respetando o tensando el poder de una cúpula policiaca, de una cúpula militar,
de una cúpula de narcotráfico, de una cúpula de derrame de los fondos
públicos... Ese mapa es clandestino. Sólo quienes están dentro de esas cúpulas
saben cómo respetar, cómo apartarse, cómo enfrentarse a las cúpulas contiguas.
Montemayor se refería a Guerrero,
pero su razonamiento podía extenderse al país entero, donde el Estado no
parecía tener control sobre lo que pasaba, ni estar realmente informado de
ello.
-Creo que los servicios de
inteligencia en México se han fracturado severamente desde la década de los
1980... Hay una multiplicidad, una pulverización de estos servicios...
Actualmente quien controla los estados no son los servicios de inteligencia,
sino las fuerzas financieras.
Daba la impresión de ser, pues, entre
los encuentros y desencuentros de esa intrincado sistema de cúpulas, al empuje
de las grandes corporaciones internacionales, que el presente y el futuro se
decidían. ¿También la muerte de Digna Ochoa? ¿Quién o quiénes podían ser los
responsables? ¿Se sintieron afectadas por su trabajo alguna o algunas de
aquéllas cúpulas?
Los comentarios señalaban en muchas
direcciones:
“Llevaba, entre otros, los casos de
los guerrilleros del ERPI detenidos en Oaxaca, de los detenidos por la
colocación de petardos en tres bancos de la ciudad de México...”(UNI)
“Digna Ochoa comenzó a morir el 2 de
mayo de 1999. Ese día, una partida del 40 Batallón de Infantería del Ejército
Mexicano atacó la comunidad de Pizotla, en la sierra de Petatlán, estado de
Guerrero...” (GRANADOS EN PROCESO)
“Tal vez son grupos que quieren crear
una situación de ingobernabilidad.” (PILAR)
Los más cercanos a la abogada tendían
a indicar hacia un punto, de todas maneras vago:
-No sé por donde viene, si es una llamada de
atención, si son grupos que salen del control de gobierno... En una época de
transición, en la que hay muchos actores, a lo que no estábamos
acostumbrados... Hasta qué punto es una manera de decir: las amenazas se
cumplen –decía Pilar Noriega.
Miguel Concha se refería al
“reacomodo de las fuerzas tenebrosas del país”:
-Es una hipótesis que todos
tenemos que tener muy presente.
Blanche Petrich indicaba con relativa mayor
precisión:
-Mientras no se
desarticulen los viejos cuerpos represivos que actuaron desde los 60... van a
estar ahí activos, cometiendo asesinatos como los de Digna Ochoa, y
recordándoles a sus jefes que ellos pueden decir muchas cosas, que pueden
filtrar fotografías como las del 68 con los Halcones con guantes blancos, y que
pueden decir exactamente cómo han operado durante todas esas décadas.
Digna
-En
septiembre... Digna nos comentó que había recibido a principios de agosto, dos
días, no sé los días, amenazas – recuerda Pilar Noriega.
Habían sido, pues, amenazas previas
al viaje a la sierra de Petatlán. Tal vez ellas la habían convencido de no
asumir la defensa de los campesinos ecologistas, como le solicitaban. Sin
embargo, había viajado a la zona con Harald.
¿Cómo era la Digna que se atrevía a
estas cosas?
-La conocí en 94, en el Centro de
Derechos Miguel Agustín Pro Juárez. Yo era parte de otro bufete, con José
Lavanderos, pero participaba en algunos casos con ellos. En ese momento
estábamos trabajando juntos un informe para la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos. Ella acababa de llegar al Centro, y ahí fue donde la conocí.
Quien habla es la misma Pilar, otro
objeto preferido de la intimidación contra los defensores de derechos humanos.
-Los del Pro nos pidieron apoyo para
llevar el caso de los presuntos zapatistas en Yanga y Catalomacán. Creo que ahí
fue que empezamos a tratarnos y a trabajar juntas...
“Al principio, la mera observación
que le hice es que parecía demasiado monja, porque usaba el pelo cortito y
tenía un fleco redondito.”
Blanche Petrich comenzó a trabar
amistad con ella en la misma época:
-Enganchamos muy bien desde el primer
momento. Recuerdo que me llamó mucho la atención el atuendo: el suetercito, la
camisita rosa abrochada hasta arriba, los mocasines...
-La falda larga o el pantalón, cero
pintura... y el corte del pelo casi casquete –complementa la figura Adriana
Carmona, que la conoció unos meses antes que ellas.
-Aunque era muy coqueta, si se puede
decir –agrega Pilar-, porque aun monja se ponía tubos. Siempre fue muy
arreglada, muy cuidadosa... Ella me contaba que antes de ser monja se pintaba.
-En Xalapa era muy bullanguera, usaba
tacones altos. Decía que ella era socia de Comex, porque le gustaba pintarse
mucho –recuerda su hermana Guadalupe, si bien Pilar, que vio fotos de aquellos tiempos,
dice que lo del mucho pintarse era una exageración: simplemente se
maquillaba.
-La primera impresión como persona
–continúa Pilar -era alguien aparentemente muy suave, dulce, pero era una
persona muy fuerte. Creo que compartimos la rigidez, una cierta intransigencia
también, pero ella tenía la combinación esa: un tono de voz muy suave. Yo le
decía que ella podía mentar la madre y todavía uno le daba las gracias.
“Hacía una combinación muy útil para
el trabajo. Yo generalmente he sido más impulsiva, más agresiva, y ella era la
que nivelaba. Había quien me decía que no sabía cómo siendo tan diferentes nos
podíamos llevar tan bien.”
Bárbara Zamora, Adriana y Lamberto
González confirman la imagen:
-Era muy exigente como abogada, y
como compañera... siempre bromeaba.
-Bromeaba, pero era como fuerte.
-Si
confundía... En su exterior, en su físico y en sus modos, parecía ser una mujer
frágil, que con cualquier cosa podía ser movida, y en los hechos era una mujer
con una vitalidad enorme y con un carácter muy fuerte.
¿Era pues una mujer de
personalidades encontradas?
-No –dice Bárbara. –Se
complementaban.
Por más que como en todos, en Digna
había muchas facetas, que tal vez se remarcaban por etapas. Una sería entonces
la Digna que Victor Brenes conoció en 1988:
-El ambiente de trabajo del despacho
era muy bueno y ella entró muy bien al equipo. Tenía un carácter muy accesible,
amable.
Otra distinta seria la que Adriana
Carmona trató de cerca en los meses siguientes al levantamiento zapatista de
1994, porque si bien, dice, con ella había una “relación cálida, como en un
tono de mucha broma”, con otras personas lo que privaba era la sequedad.
Para Pilar y para Blanche, su
pertenencia a una orden religiosa tenía algo de incomprensible:
-Nunca pude conectar la idea de una
mujer bastante aguerrida, peleando una causa en una barandilla, con una monja
–dice Blanche.
De 1989 hasta poco antes de su muerte,
Digna, acompañando su definitiva incorporación al Centro Pro, había pertenecido
a la orden de las dominicas del Verbo Encarnado, que no porta hábito y que concentra
su obra en entregar trabajo profesional a
pequeñas comunidades y barrios populares. Cuatro años le llevó el proceso hasta
tomar los votos, en 1993.
-Siempre me pregunté realmente sobre
su vocación –dice Pilar. -Me parecía muy extraño que una persona con esa
inquietud, no sé si decir cierta rebeldía, fuera monja. Pero ella me daba
siempre su explicación: que no era una rigidez para el voto de obediencia lo
que había en su congregación.
Victor Brenes contempla esta doble
faceta de Digna desde la perspectiva de quien la conoció antes de que tomara
los hábitos, cuando ella acababa de llegar a la ciudad de México:
-Digna no veía que el ser abogada se
contrapusiera con ser religiosa. Al contrario: el ser abogada y el ser
religiosa le daban mayores herramientas para continuar un proyecto que ella se
había trazado.
-Mantenía como top.secret su identidad como religiosa. Yo creo que eso –le parece
a Blanche- demuestra mucho su naturaleza: esa forma como ella guardaba en la
absoluta discreción todo lo que correspondiera a la esfera personal de sus
sentimientos más profundos.
Adriana tenía una impresión semejante:
-No era una mujer que permitiera
cercanía, y a veces no hablaba. Yo creo que es parte de esta reflexión: No me abro con cualquiera.
Altos de
Chiapas, 1994
Digna había tomado su primer caso
mayor como defensora de derechos humanos, en 1991, llevando el juicio contra
Anaversa, una empresa fabricante de plagicidas, cuya planta en Córdoba,
Veracruz, al estallar había diseminado miles de litros de tóxicos que por años
producirían muertes y malformaciones .
Pero su gran prueba de iniciación la
había pasado en el lugar más difícil del México moderno: la zona del
pronunciamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), en pleno
1994.
Adriana Carmona compartió la
experiencia con ella.
-El trabajo jurídico de las organizaciones de derechos humanos en ese
momento era muy limitado, porque no tenían ni abogados ni abogadas contratadas.
Por eso éramos muy pocos y los pocos que existíamos nos teníamos muy cercanos
para hacer un trabajo más profesional. Porque no era un trabajo meramente de
litigio, sino de incorporar en los juzgados una práctica y una obligación de
revisar documentos en derechos humanos.
“Cuando se presentan los
zapatistas, vienen esos meses que fueron verdaderamente fuertes para las
organizaciones de derechos humanos en México. Porque si algo nos probó es que
no estábamos capacitados para recibir un problema de esa magnitud. Y que además
éramos organizaciones que se habían constituido mucho en la denuncia, la
difusión y la discusión, pero no en trabajo propiamente de defensa y de
litigio.”
“Entonces vinieron los
primeros asuntos que se presentaron y que se empezaron a documentar...”
El primero de enero de
aquel año, como recordamos, el EZLN tomó las principales poblaciones de los
Altos de Chiapas. Efectivos militares se
desplazaron al lugar, y en horas el estado de guerra era un hecho.
Tres días después los rebeldes se habían replegado,
pero combatían todavía al sur de San Cristóbal las Casas y en las inmediaciones
del cuartel de Rancho Nuevo, y llevaban con ellos a un ex gobernador del
estado, un general en retiro. El día cinco la Fuerza Aérea dio comienzo al
bombardeo de las posiciones insurgentes, y el ocho el gobierno anunció la
creación de una comisión especial para iniciar el diálogo, pero el ejército
aumentaba y avanzaba sus filas.
-Vivíamos casi permanente allá
–cuenta Adriana- y aparecieron los primeros documentos de ejecuciones, de
tortura, de desapariciones, que eran terribles. No sabíamos qué íbamos a hacer.
“Además también las
organizaciones internacionales, por el impacto del caso, vienen también a
México y nos dicen: Metan casos ante la
Comisión Interamericana. Nosotros decíamos: Sí, ¿pero cómo?
“No había más que muy pocas
experiencias, muy limitadas, del uso del sistema interamericano, por ejemplo.
Entonces tuvimos que sentarnos a trabajar y a responder en ese momento a una
demanda fuertísima, que era incluso muy nueva también para nosotros:
enfrentarnos con el ejército, y con esa cara del ejército, que igual habíamos
leído cuando apoyábamos gente de Centroamérica, pero no en México.”
El caso más representativo de los excesos de los
militares, eran los cuerpos de tres hombres del Ejido Morelia, población de
indígenas tzeltales. De acuerdo a las denuncias, habían sido torturados y
ejecutados de manera sumaria. En ellos concentrarían buena cantidad de
esfuerzos los defensores de derechos humanos:
-Y nos toca esto, y tenemos
que ir… a recoger los huesitos y a
pelearte por los huesos –continúa Adriana. -Era impactante estar en las
camionetas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, defendiendo los restos.
“Y decía yo: ¡Protege la prueba! Es decir, no puedes
quedarte allí parado. ¡Y ve y dile al ejército que no se lleve los huesos! Y a
fuerza lo hicieron. Pero en ese momento era así, como de reacciones. No era una
estrategia ensayada. Entonces de pronto era: Párate y dile que nos deje entrar, cuando ponían los retenes. Y no
nos dejaban pasar a ciertas zonas...
“Digna era de las que más
gritaba... ¡Cómo que no! Perdón, pero
dime quién proviene y cuál es la previsión y dónde está el documento y enséñame
la orden, y a cuestionarlos muy duro.”
Cuando vimos a Digna en la sierra de
Petatlán retando a los soldados que interrogaban a la comunidad, al voltear la
cámara de video hacia ellos, asistimos a una escena fácil de entender para
Adriana Carmona, su compañera en Chiapas durante los meses que siguieron al
levantamiento zapatista. También ella lo hizo en Oaxaca con los agentes que la
seguían tomándole fotos.
Los días aquellos, en que los
abogados de derechos humanos se contaban con los dedos de la mano, las habían
preparado a responder a la autoridad de una forma inexplicable para otros.
Los de los
confines
-Fue un fenómeno maravilloso: la
incorporación de los derechos humanos a la cultura política y ética mexicana,
en los 1980 y principios de los 1990 –recuerda Sergio Aguayo.
Habían sido las décadas de los 1960 y
1970, en que la confrontación de la sociedad con la cerrazón del Estado había
llevado a éste a extremos de violencia, las que animaron a ciertos sectores a
incorporarse a un movimiento en rápido avance por América Latina y el mundo
entero.
Digna Ochoa había vivido este
proceso, vinculada a él desde los inicios de su carrera profesional, en 1987,
pero sobre todo a partir del levantamiento zapatista.
La sensibilización de la prensa
crítica y la apertura al exterior, hacia los organismos internacionales
preocupados por el tema, contribuyó a que la esfera de acción de los defensores
se expandiera, para abarcar los derechos de las mujeres, de las personas con
discapacidad, de los niños. En un abrir y cerrar de ojos el número de las
Organizaciones No Gubernamentales pasaba de 500.
Todas remaban a contracorriente y
confrontaban de una o de otra manera al poder. Pero sólo una cuantas chocaban
con él de frente.
-Los que estamos en esto
–dice Aguayo- sabemos que hay organismos como el Pro, o defensores como Digna,
que están en los confines, en el último frente de batalla.... en aquellos
asuntos que irritan profundamente a la fraternidad de la muerte.
El grado de zozobra en el
cual viven quienes están en estos confines, puede ejemplificarlo Abel Barrera,
que pertenece a la Comisión de Derechos Humanos de La Montaña de Guerrero:
-Llegan las gentes y te
preguntan: “¿Cómo voy a hacer, que acaban de llevarse a mi hijo los judas y no lo quieren soltar y está
gritando ahí en la comandancia? Acompáñame, quiero que hables porque yo no sé
hablar”... Este tipo de dramas son los que nos van obligando a optar seriamente
por los derechos humanos y a vivir en este filo de la navaja...
“Y vienen las denuncias. Uno tiene que
aprender a callar... porque sabemos que detrás de la denuncia está latente una
amenaza. En cada caso que nos plantean siempre viene a la mente: “¿Y ahora qué
me va a pasar a mí? ¿Cómo le platicaré a mi mujer, a mis padres, de que tengo
que enfrentar otro problema más y de que tengo miedo?
“Y lo peor es que ese miedo
se llega a hacer tangible y amargo y duro cuando recibes una llamada y te
dicen: Ya párale... ¿Qué te crees? ¿No
crees que te vas a morir? O que se valen de la fragilidad de la esposa, de
la familia: Dile que se calme, que lo
piense. ¿No quiere vivir más?”
¿Cuál había sido la
situación de Digna? Blanche Petrich tiene la palabra:
-A mí me preocupaba
muchísimo el tema de las amenazas... Uno no se imagina, hasta que compartes un
poquito la vivencia de alguien que es amenazado de forma tan sistemática, la
terrible tortura que es vivir con esa sensación de ser cazada, perseguida, de
que en algún momento el cazador te va a dar alcance, de que tu perseguidor te
va a atrapar.
“Es una sensación de desasosiego, de
angustia, y en este caso un miedo que la hacía revolverse furiosamente contra
la incapacidad del Estado de amarrarle las manos a los asesinos. La falta de
voluntad y de determinación para actuar... Y era una cosa que ella
denunciaba... y actas van, actas iban, averiguaciones previas... (
Lunes 22
de octubre, 2001
“Fue sepultada ayer en el panteón de
Misantla... Canciones, rezos y cohetones enmarcaron el sepelio...Mientras, en
los archivos de las procuradurías General de la República y de Justicia del
Distrito Federal vagan por la ruta burocrática de los trámites inacabables las
múltiples denuncias de hechos que en vida presentó por diversas amenazas de
muerte.”
“Al funeral de la activista no
asistió ningún representante de la administración foxista .. no asistió tampoco
ningún representante de la Comisión Nacional de Derechos Humanos ni hubo
pronunciamiento alguno del organismo (BALNCHE).”
Por la noche Denis Merker, conductora
de noticias de Canal 40, y Emilio Älvarez Icaza, presidente de la Comisión de
Derechos Humanos del Distrito Federal, sostienen ante las pantallas la
siguiente conversación:
-Nada ha cambiado. Y tan no ha
cambiado, que ella es asesinada de una manera y con unos signos, que dejaron
los que la mataron, que no sabemos quiénes son,
que son muy parecidos a los que habían dejado ya una vez que la habían
secuestrado durante ocho horas en su casa... Y nada ha cambiado. No importa que
haya dos gobiernos distintos, que haya habido transición. Por el momento parece
ser que nada es distinto.
-Yo creería sin duda que estamos ante
la agresión más salvaje a un defensor de derechos humanos en el país. No sólo
por el contexto que vivimos, sino por la forma. Cinco años de impunidad. Eso
pesa. Y pesa en la conciencia colectiva del país, pesa en la transición... Eso
muestra que siguen habiendo fuerzas obscuras...
-Y que las fuerzas obscuras no le
tienen ningún miedo...
-A nadie.
Antes, el
abandono
Tres días
después de la muerte de la abogada, la secretaria general de Amnistía
Internacional declaraba:
-El homicidio pudo haberse evitado si
se le hubiesen brindado las garantías necesarias.
A fines de octubre de 1999, Digna
había denunciado el secuestro del cual había sido víctima, en su propia casa.
-Este episodio... que la amarraron en
la cama con el tanque de gas abierto, el país se debió haber puesto con los
pelos de punta –dice Blanche Petrich.
Pero no había sido así y, a pesar de
la pronta intervención de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, requiriendo
al Estado medidas de seguridad para garantizar la integridad de ella y de otros
activistas, las autoridades se habían comportado con diversos grados de
imperdonable negligencia.
La Procuraduría General de Justicia
del DF le había otorgado una protección deficiente, y la Procuraduría General
de la República (PGR) había terminado por desentenderse de una forma que luego,
exhibida, no encontraría cómo explicar. Tras la muerte de la defensora de
derechos humanos aparecía la siguiente nota en la prensa:
“Interrogado sobre el destino de las
investigaciones que realizó la PGR respecto de la denuncia que interpuso Digna
Ochoa, Rafael Macedo de la Concha aclaró que ese asunto quedó cerrado en
noviembre pasado, durante la administración de Jorge Madrazo Cuéllar: Esta fue una decisión de la anterior
administración, yo no tenía conocimiento de esta investigación, dijo.
(JORNADA)”
El mismo día otra fuente periodística
informaba lo que acabaría corroborándose:
“La Procuraduría General de la
República archivó desde el 31 de mayo de este año -y no en noviembre de 2000...
la averiguación previa... y acto seguido la cancillería solicitó a la Corte
Interamericana de Derechos Humanos que aprobara el cese de medidas
provisionales, es decir, el retiro de la seguridad que le brindaban a la
licenciada Ochoa con agentes policiales.”
La participación de la PGR había sido
solicitada por una buena razón, que explica Miguel Ángel Granados Chapa:
-Porque cuando Digna y otros
integrantes del centro Pro dieron su percepción de dónde estaría el origen de
esas amenazas, hablaron de agentes judiciales federales y de los servicios de
inteligencia militar. Eso involucró a personal federal...
“La PGR ignoró la denuncia, en dos
oportunidades la mandó al archivo sin hacer ninguna averiguación... La segunda
vez ya durante el nuevo gobierno, en que el Procurador General es un general
que antes había sido Procurador militar.”
Ahora, al conocerse los hechos, la
visitaduría ordenada por la PGR reconoció que en el caso hubo una conducta
“anómala” de parte de dos directores generales, cinco agentes del ministerio
público y cinco agentes de la policía judicial federal. Sin embargo, y de
vuelta en palabras de Granados Chapa, el reconocimiento no representó mayor
cosa:
-No tenemos base para esperar una
respuesta sana de la Procuraduría. Hay allí dos circunstancias preocupantes. El
que se haya entregado a un miembro del ejército la procuración federal de
justicia, es muy grave en sí mismo, porque denota la influencia militar en la
toma de las decisiones.
“Y es más grave aún, porque como
procurador militar el general Macedo de la Concha fue notablemente adverso al
respeto a los derechos humanos en general, y en particular en los casos en que
estuvo vinculada Digna Ochoa.”
Las
amenazas
¿De dónde
venían las amenazas? Las que ella, el Pro y los abogados de otros despachos
recibieron, eran escritas y telefónicas, y habían sido acompañadas de diversos
actos de acoso: presencia intimidatoria alrededor de las oficinas y, a veces,
de los hogares; seguimiento franco o solapado de sus movimientos, secuestro
momentáneo.
Los
escritos tenían uno o más patrones de conducta, pero eran similares, y tales y
cuales resultaban tan parecidos entre sí por el tipo de letra, la distribución
de espacios y la sintaxis, que lo expertos podían presumir tenían un mismo
autor o una misma procedencia. Durante seis años.
-A partir de que inician... sin duda hay una continuidad, surgen de la
misma mano, hasta la última de Digna Ochoa –afirma categórico el padre David
Fernández, ex director del Centro Pro, quien fue el primero en recibir los
mensajes.
¿Quién o quiénes habían mantenido un interés tan
constante? El propio David Fernández contesta de forma indirecta, al referirse
a las amenazas más tempranas:
-Empezaron después de unas
declaraciones mías en torno de los nuevos aparatos de seguridad que se estaban
conformando y yo daba algunos nombres de
las gentes que probablemente estaban armando estos aparatos... en el sexenio de
Salinas de Gortari.
En 1996 tendían a
concentrarse en Pilar Noriega y en Digna. Un día: “que se mueran todos los PRODH cabrones, principalmente ese par
de abogadas que tienen…” Otro: ”condolencias por el sensible fallecimiento de:
Digna y Pilar”.
Él o los responsables de la
muerte de Digna, ¿eran los autores del hostigamiento?
Todo era tan confuso como las
circunstancias en que la abogada había perdido la vida: la puerta de la oficina
cerrada con llave, ella, que usaba la mano derecha, muerta de un disparo en el
lado izquierdo de la cabeza; otro proyectil en un muslo, un par de guantes de
latex en sus manos y mal colocado; un polvo blanco,
que luego se sabría era almidón, por dentro y por fuera de aquéllos y
salpicando el entorno; su saco apretado entre el torax y un brazo, su diadema
tirada en la alfombra; versiones sobre la presencia en el edificio de
personajes extraños, una amenaza escrita dirigida al Pro, a pesar de que ella
había renunciado a la institución.
Todo confuso, en verdad: Digna, cuyas
36 últimas horas eran una interrogante, contra el habitual, meticuloso arreglo
de su persona, no se había bañado ni mudado de ropa desde el día anterior.