“Aclarar la muerte de Digna Ochoa, la mejor protección para defensores de derechos humanos: Zamora López La ex asesora del Ejército Zapatista ha recibido vía telefónica mensajes amenazantes.”
“El efecto Digna llegó para
quedarse. ¿Por cuánto tiempo? Atento a la guerra interna de su gabinete y a la
suya propia contra los medios, el presidente Vicente Fox decidió dejar libres a
los campesinos ecologistas de Guerrero. El marketing se impone a la justicia.
Lamentablemente, tuvo que morir una defensora de los derechos humanos para que
el jefe del Ejecutivo accediera a dar el paso que había ofrecido como
candidato... mientras el coctel guerrerense sigue ahí:
talamontes-narco-militares-guerrilla... uno de los grandes pendientes del
gobierno "del cambio"
El “efecto Digna”
Por el realce y
el sentido simbólico de la abogada, y por las circunstancias que rodeaban su
muerte, ésta debía producir por sí misma el “efecto Digna” al que se refería un
diario.
Sin embargo,
durante cuatro días el presidente Fox se limitó a decir que se trataba de un
caso que competía a la autoridad del DF, y desde luego no se había perdido el
“virreinal” concierto de Elton John organizado por su señora esposa en el
Castillo de Chapultepec. La Secretaría de Gobernación y la Procuraduría General
Justicia, por su parte, o no decían gran cosa o callaban.
Fue
necesario que la sociedad, a través de la congregación de los defensores de
derechos humanos y de los medios, hicieran suyo el caso y apelaran a los
organismos internacionales, para que primero Washington y luego el gobierno
federal mexicano reaccionaran.
“En
la semana que siguió a la ejecución el
Presidente condenó otras dos veces el atentado, y el jueves 25 se reunió con
organizaciones no gubernamentales, entre ellas representantes del Centro Miguel
Agustín Pro.
“De
este encuentro surgió el compromiso de instalar una mesa de discusión sobre las
condiciones y el futuro de los derechos humanos en México, en la que se
abordarán, además del homicidio de Digna Ochoa, casos como el encarcelamiento
del general Francisco Gallardo. (PROCESO).
En
diciembre el general quedaba libre tras ocho años de prisión y recomendaciones
de Amnistía Internacional y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
También
se liberaba a Rodolfo Montiel y Teodoro Cabrera, a quienes a pesar de la prueba
irrebatible del careo con los militares, apenas en el mes de julio anterior se
les habían ratificado las sentencias a seis y diez años.
Sólo
así, con el compromiso activo de un sector de la sociedad, podía conservarse el
“efecto Digna”. Primero evitando que se diera carpetazo a la investigación
sobre su muerte, y después diseccionando el proceso para mostrar las enormes
deficiencias del sistema jurídico mexicano y promover reformas al único de los
tres poderes del Estado que no había sido alcanzado por el empuje hacia la
transición democrática.
Xalapa, Veracruz, 1987
La muerte prematura tiende a glorificar, y en una figura como la de
Digna, a conferir un aire de santidad. Cuando escuchamos hablar de ella, por
ejemplo, a Lamberto González o a Silvia Mariñelarenas, su afecto se vuelve
devoción, y Digna un personaje legendario.
El martirologio toca todo con una luz literalmente sobrenatural. La
defensora de derechos humanos dejaba así de pertenecer a la tierra de los
vivos, de la más plena manera. Nada mundano, ninguna miseria humana, la
alcanza, ni ahora ni a lo largo de su existencia.
Y así se producía una paradoja. Porque tal vez lo que más singularizaba a
Digna, era su terrenalidad. ¿Qué más a ras de tierra que su infancia, tarea
tras tarea, o su juventud, con magros recursos convirtiéndose en abogada; o su
vida profesional, batallando con asesinos, torturadores, hombres que ejercían
su poder con el abuso sexual; magistrados, peritos, médicos, policías,
secretarias, corruptos; ella siempre con unos pocos pesos en la bolsa, por
Metros, autos destartalados, camiones que debieron jubilarse hace mucho, caminos
de terracería, pueblos sin luz ni agua, niños con hambre, hombres y mujeres que
no podían aspirar sino a la mitad de los 70 ó 75 años a los cuales tenían
derecho los demás mexicanos.
Todo indica que para Digna los años en Xalapa, a la que fue a hacer sus
estudios de derecho, resultaron intensos y, a final de cuentas, determinantes.
Sobre ellos en 2003 la fiscalía especial para investigar su muerte, echará un
velo negro que los hará aparecer como la tortuosa muestra de una personalidad
desquiciada.
Y lo hará realizando una investigación que a partes iguales será
intrascendente y dolosa.
¿Qué es lo que la futura defensora de derechos humanos recordará de esta
etapa? Que llegó a la ciudad con 18 años y mientras hacía la adusta vida del
grueso de los estudiantes universitarios del lugar, se entregó a una gran
pasión amorosa que había iniciado en Misantla.
Recordará que como muchas jóvenes mexicanas de todas las épocas, escogió
al hombre que seguramente no podía cumplir sus expectativas, porque tenía esposa
y una hija. Aunque éstas vivían en Michoacán y él, fiel a su vez a una
tradición nacional, se prestó al romance.
Dos de los equipos de la Procuraduría General de Justicia del DF
encargados del caso, primero filtrarán a los medios y luego exhibirán documentos
que para apoyar su tesis sobre el suicidio, dejarán a la vista de todos
fragmentos inconexos y a veces adulterados, de la intimidad de Digna: algunas
cartas, partes de su diario personal, el testimonio orientado por la autoridad,
de un amante despreciable.
Desde luego, la vida de la joven Ochoa en la capital de Veracruz no se
redujo a un delirio de amor. En un resumen autobiográfico ella recordará dos
momentos. Uno era el fin de su primer trabajo profesional, en la procuraduría
del estado, como continuación de su servicio social:
“Mi jefe quería que fincara cargos en contra de una persona inocente, me
negué y él mismo se encargo del caso. Me di cuenta que eso no era lo que yo
quería y decidí renunciar.” Dos “estudios”
de 2003, sin documentación que los avale, convertirá este hecho en despido,
frustrante pérdida de la fuente laboral.
El segundo momento vendría al abrir una oficina con otros abogados. “El
primer caso en el cual trabajamos –cuenta de nuevo ella por boca de xxxxx xxxxx-
fue una denuncia contra oficiales de la policía judicial, que habían estado
involucrados en la detención ilegal y la tortura de varios campesinos...
“Me moví para obtener evidencia substancial contra la policía, así que
empezaron los acosos cada vez más fuertes en mi contra, hasta que fui detenida.
Antes me enviaron mensajes telefónicos diciéndome que abandonara el caso.
Entonces por carta me amenazaron de que si continuaba me matarían, o que
algunos miembros de mi familia serían asesinados.”
A su decir, Digna tuvo entonces una respuesta que no era extraña, de
acuerdo a a lo que Blanche Petrich y Victor Brenes apreciaron incluso en los
peores momentos, cuando para enfrentar las amenazas no contaba ya con el apoyo
del Pro.
“La intimidación –continúa el resumen escrito por la abogada- me hizo
sentir tan enojada que me motivó a trabajar aún más fuerte. Estaba atemorizada
también, pero sentí que no debía demostrarlo. Yo siempre me mostré, al menos
públicamente, como muy segura de mi misma... Si mostraba miedo ellos sabrían
cómo dominarme. Era un mecanismo de defensa.
“Entonces fui desaparecida y mantenida incomunicada ocho días por la
policía. Querían que les entregara toda la evidencia en su contra. Había
guardado el archivo muy bien, no en mi oficina ni en mi casa, ni donde vivían
las víctimas, porque temía que la policía lo robara...
“Los agentes me dijeron que habían agarrado a miembros de mi familia, y
me dieron sus nombres. Lo peor fue cuando dijeron que habían detenido a mi
padre... Aunque me dieron toques eléctricos y me echaron agua mineral por la
nariz, nada se comparaba con la tortura psicológica. Fue un mes de tortura. “
El testimonio al cual en 2003 dará prioridad la fiscalía especial de la
Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, asegurará que el
secuestro y la tortura no existieron
sino en la mente de Digna. Ella recordaría el suceso más de una década después,
ante las organizaciones internacionales de derechos humanos, cuando le sobraban
medallas que exhibir:
“Conseguí escapar de donde me tenían. Estuve escondida durante un mes
después de eso, incapaz de comunicarme... no sabía qué hacer. Entonces entré en
contacto con mi familia.”
Cuando la joven terminó en Yucatán, tras lo que ella aseguraba fue el
escape de sus captores, amigos suyos de la universidad habían denunciado la
desaparición y se movilizaban en su búsqueda. Fue entonces que llamó a su
familia.
Su hermano Jesús tiene fresca la memoria de cómo fue a buscarla y de cómo
fue el regreso:
-Me llevaron unos judiciales, que les comentamos aquí a la Procuraduría
estatal... Estaba en un convento, no recuerdo cómo se llama... Los policías
hasta ahí se habían portado a la altura. Ya una vez que pudimos hablar con
Digna, aquella gente nos dio la seguridad para que se viniera, porque ella
venía con temor.
“Saliendo del convento los policías asumieron una actitud áspera, ruda,
llegando al extremo de traernos en la batea, a mi hermana y a mí, y había un
sol quemante. Y mi hermana venía muy enojada, porque a ella la traían esposada,
como una delincuente...
“En Tabasco, creo, nos quedamos a dormir, y nos metieron en una celda
pequeña... Y Digna estaba furiosa, llorando, toda la noche se la pasó ahí..
Entrando ya al estado de Veracruz, no recuerdo el municipio ese, donde hay una
gasolinera, ellos pararon a echar gasolina.”
En ese momento los dos se pusieron de acuerdo para encontrar la forma de
llamar a Xalapa. Ella se quejó de hambre y Jesús avisó a los judiciales que
iría a comprarle una torta.
-La verdad muy nervioso, que me voy al restaurante y les pedí el teléfono
–continúa él su relato. -No me lo querían prestar, pero les dije de qué se
trataba... Nos pudimos comunicar a Xalapa, no recuerdo con qué amistades
fueron... y ya les avisamos dónde estábamos...
“En Coatzacoalcos había un retén y algo así como una pequeña cárcel de un
metro y medio por metro, algo así. Y ahí metieron a Digna mientras ellos
platicaban con los otros policías. Digna les gritaba, enojada, brava,
furiosamente.
“De ahí ya nos venimos, todavía nos traen en la batea, y llegando por
donde estaban las oficinas de Inmecafé aquí en Xalapa, había patrullas de lado
y lado... Nosotros íbamos a llegar a la Procuraduría, había varios medios de
comunicación, televisoras, y nuestros familiares.
“Pero no nos llevaron a allá. Nos llevaron al cuartel San José. Llegamos
a las ocho, nueve de la noche, y ahí la bajaron inmediatamente... La bajaron
como si fuera una delincuente. Y Digna iba enojadísima. La llevaron a los
separos y yo quería hablar con ella,
me la negaron totalmente...
“Me acuerdo que me alcancé a manifestar que yo tenía hambre, que dónde
había unos tacos... Y de inmediato me voy no a la esquina, sino a agarrar taxi.
Y de ahí vengo a la Procuraduría y ya les comento... Y todos se fueron al
cuartel San José. La policía se molestó bastante.”
Al correr
del tiempo Digna escribiría: “Al principio yo quería quedarme, porque sabía que
podía reconocer a los policías que me detuvieron. Teníamos un archivo criminal
completo. Pedimos los registros de la policía, seguros de que podíamos
identificar a algunos de los agentes. Pero era tanta la presión... que decidí
irme de Xalapa por un tiempo.”
“Así se los cargará su madre a todos”
Durante los años 1990 sistemáticamente los organismos internacionales
hacían observaciones a nuestros gobiernos sobre el incremento de los ataques a
los defensores de derechos humanos. Era parte de un panorama de impunidad
generalizada:
“Son excepcionales los casos de abuso de derechos humanos que llegan a
una sentencia de un juez –decía en 1996 un documento presentado por Amnistía
Internacional. -Las propias autoridades han llegado a reconocer que
funcionarios acusados de tortura y maltrato o alguna otra seria violación, son
frecuentemente transferidos a una jurisdicción distinta.''
El acoso al Pro y a sus litigantes había iniciado en agosto de 1995, con
llamadas telefónicas al en ese momento director del Centro, David Fernández, y
a uno de los abogados, José Lavanderos. Como hemos visto, Fernández presumía
que las amenazas eran producto de sus declaraciones sobre la formación de un
nuevo sistema de seguridad nacional.
Entre septiembre y octubre del año siguiente, Digna, Pilar Noriega,
Victor Brennes y otros dos abogados del Pro recibieron cinco anónimos “que
fueron remitidos o colocados en el buzón y oficinas del Centro” (INFORME
CITDH).
Estas amenazas parecían relacionadas con la defensa de los 33 detenidos
en Yanga y Catalomacan, como presuntos zapatistas y presuntos responsables de
la detonación de los artefactos que echaron abajo torres de electricidad en los
estados de México y Veracruz. Y en particular con la de Javier Elorriaga
Berdegué, su esposa, María Elisa Benavides Guevara, y Sebastián Entzin,
acusados de terrorismo por pertenecer al EZLN.
Al año siguiente la Organización Mundial contra la Tortura publicaba el
Informe sobre Graves Violaciones contra Defensores de Derechos Humanos 1997, y
el padre Miguel Concha, director del Centro Vitoria, escribía:
“De las agresiones que con mayor frecuencia han sido sufridas por los
defensores de Derechos Humanos de México en el Informe se mencionan las amenazas de muerte, contra sí mismos o
contra sus familiares; la vigilancia o el seguimiento constante; registros de
oficinas, destrucción de archivos y equipos de oficina; intervenciones telefónicas;
allanamientos; campañas difamatorias y acusaciones; arrestos o detenciones
arbitrarias; investigaciones policiales ilegales; interrogatorios, etcétera.”
La lista de organizaciones y personas que habían sufrido estas
agresiones, era larga, y entre quienes se ponía a la cabeza estaban Digna y
otros integrantes del Pro.
En 1999 la titular del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los
Derechos Humanos (ACNUDH), Mary Robinson, visitaba el país confiando en
“reforzar el trabajo de ONG”, con quienes se entrevistaba.
Para entonces Digna había sufrido el secuestro exprés y uno mucho más
grave, en su casa, y al Pro habían llegado los tres “escritos anónimos que
fueron remitidos o colocados en el buzón y oficinas” (CIDH), y que parecían
ligados a los juicios de los campesinos ecologistas:
"Reverendo padre, aquí está tu sentencia de muerte". "El
que sigue es otro hijo de puta. Así se los cargará su madre a todos".
"A los que se creen los omnipotentes también se mueren."
Alguien advirtió la singularidad de este lenguaje que, por ejemplo,
suplía el mexicanísimo “hijos de la chingada”, por “hijos de puta”. ¿De dónde
salía? ¿Y no era una calca el que se había descubierto en la oficina, el día de
la muerte de ella?
"Pros, hijos de puta, si siguen así, a ustedes también les va a
tocar. Conste que bajo advertencia no hay engaño."
Yanga, Veracruz, 1995
La muerte de Digna había dirigido la atención hacia la sierra de Petatlán
y Coyuca de Catalán, ¿pero cómo olvidar, pues, esa constancia del
hostigamiento?
Todo había comenzado cuando en 1995 el Pro y el despacho de José
Lavanderos y Pilar Noriega tomaron la defensa de los supuestos integrantes del
EZ aprendidos en el centro del país.
Digna se
encontraba en los inicios de su carrera, sin embargo estaba preparada para una
historia modélica del sistema de procuración de justicia en México. Comenzando
por el procedimiento para aprehender a los seis primeros inculpados, en Yanga,
Veracruz.
De modo
de mal cubrir las formas, las autoridades desenterraron el expediente de un
crimen sucedido años atrás en el estado. Uno de los presumibles autores
permanecía cómodamente prófugo y su viejo domicilio servía de pretexto ahora.
Así se produjo el allanamiento en un taller de plomería, sin importar que su
número exterior fuera el 508 y el del inmueble aquél el 805.
Lo que
vendría de inmediato era una copia de prácticas cotidianas, llevada a sus
últimas consecuencias:
-Apenas
fui detenido... fui vendado y empezaron los golpes: golpes con la culata, con
las palmas en los oídos, azotaban mi cabeza contra el piso de un carro donde
nos amontonaron -declaró en su defensa xxxxxxx Sánchez Navarrete, dueño del
taller. -Sufrí un simulacro de fusilamiento, con el cañón de un arma en la
cabeza me decían que me iban a matar a la de a tres y sonaba el gatillo... el
arma estaba descargada. Me pusieron bolsas de plástico en la cabeza, me
amarraron un cable en el pescuezo, me asfixiaban. Como a todos, amenazaban con
matarme y yo sí lo creía, sentía que me iba a morir.
“Luego
escuchamos que habían recibido la orden de trasladarnos al aeropuerto de
Veracruz. Arrastrados como un animal cualquiera, esposados, con los ojos
vendados nos echaron a lo que supuse era un avión. Oía que estaban todos los
compañeros. Ya en el vuelo amenazaron a Alvaro con tirarlo del avión; a los
demás nos seguían diciendo que nos iban a matar.
“Yo
escuché que entre ellos, los judiciales, decían que habían recibido orden de
llevarnos al Campo Militar Número Uno. Estoy seguro que a donde nos trasladaron
era un cuartel militar... eran otras voces, otra forma de actuar, aunque igual
de violenta. En el interrogatorio me decían que yo era el experto en
explosivos, que yo era el que conocía a Marcos. Me subieron a una plancha y me
dieron toques eléctricos. Querían que les dijera dónde había más armas, dónde
habían más casas de seguridad.
“Supongo que era ya el día siguiente cuando me subieron varias escaleras,
todavía vendado. Oí nuevas voces, abogados, máquina de escribir. Siguieron los
golpes y las amenazas. Finalmente me pusieron contra la pared y me quitaron la
venda de los ojos. Firmé unos papeles que ni vi.''
Es del momento en que se asumió la defensa de éste y de los cinco
presuntos zapatistas de Yanga, y de los que fueron hechos presos en
Catalomacán, estado de México, hasta completar 33 personas, incluidos cuatro
menores de edad, de donde vienen los episodios de Digna que sus compañeros
gustan recordar:
-Cuando fueron detenidos... fue herido uno de ellos –dice Lamberto
González. -Fue hospitalizado con heridas graves, y ante el temor de que fuera
desaparecido, Digna estuvo haciendo guardia en el hospital, día y noche.
-En una ocasión estaba José Lavanderos interrogando a unos de la policía
municipal, en Toluca, y Digna estaba ahí entre ellos según ella para que no los estuviera
preparando el abogado –ahora es Pilar Noriega quien habla-. Se sentó entre
ellos y los siguió incluso hasta el baño.
Eran actos que correspondían a la lógica de una exhibición de poder que
podía atreverse a cualquier cosa. Como de hecho sucedió con los asegurados en Yanga. En el momento
final, el equipo de abogados defensores sabía que “la única prueba que le
quedaba al juez eran las propias declaraciones autoinculpatorias de los
detenidos”.
Por ello deberían ser anuladas al comprobarse la tortura y la orden
ilegal de cateo, reconocidas por el juez. Sin embargo resultaron la base de la
sentencia a 13 años de prisión a los seis acusados, y de que uno de los menores
de edad continuara su aprendizaje sobre el país de los desamparados, en uno de
los que eufemísticamente se conocen como Consejos Tutelares..
¿Exageraba, pues, Digna en sus desplantes?
El tercer pecado
Pocas veces alguien reúne tantos tipos de ofensas al poder, como Digna
Ochoa, tres veces culpable: de ser defensora de derechos humanos, de ser de
origen popular y de ser mujer.
Rafael Álvarez, su compañero en una provechosa época del Pro, tiene muy
claro el comportamiento discriminatorio del sistema de justicia hacia las
abogadas de su oficio:
-En los distintos juzgados a los que fui con ella, trataban de
intimidarla, pero no podían. Entonces se volvían agresivos. Y ni así…
Adriana Carmona se sabe la película de memoria.
-Sobre todo en un pueblo chico, que es a donde más tenemos que ir… Entras
como que es un clima de: A ver ésta que
quiere.... LA PRIMERA FRASE ES: Usted
no puede pasar, detrás de las barandillas… Y te ponen todos los obstáculos...
desde que no te prestan el expediente...
-Sin ofender –dice Bárbara Zamora-, yo creo que las mujeres somos más
valerosas en determinadas situaciones, que los hombres. Los hombres prefieren
conciliar o desentenderse de alguna situación difícil, y las mujeres, al menos
el caso de la abogada Digna y de otras compañeras abogadas y el mío, optamos
por enfrentar el problema y no evadirlo.
-En una visita que yo tenía que hacer al Reclusorio Norte -recuerda
Rafael-, los guardias de la puerta no la dejaban pasar, porque decían que su
vestido era azul, cuando era gris. Pero nos decían que era azul, porque era un
color prohibido.
“Y entonces ella decía: ¿Y el
blanco sí está permitido?. Si, le contestaban. Y ella: Bueno, yo vengo de fondo blanco. Me voy a quitar el vestido, y
cuando se lo estaba quitando le dijeron: Pase,
pase.
-Cuando
íbamos con ellas -con Digna y con Pilar, reconoce Lamberto González-sabíamos
que iba a haber trabajo y más trabajo… Y en especial con Digna, uno de varón,
yo tengo que confesarlo, me sentía llevado más allá de donde normalmente iba.
Para Carlos Monsivaís no hay misterio en esta historia:
-La mayor parte de esta promoción (generacional) que está muy centrada en
los derechos humanos, pero también en una reflexión constante acerca de sus
deberes religiosos para con los demás, son mujeres. Y esto no es de sorprender.
“Cuando uno ve la emergencia de las mujeres en las colonias populares en
América Latina, en todos los movimientos sociales, no tienen la dirección,
porque esa sí se la reserva por lo común el machismo... tienen la decisión de
al mismo tiempo subsanar con su conducta el postergamiento del género.
“Ellas actúan feminístamente y demuestran femístamente, su capacidad y la
capacidad de quienes son como ellas frente a un medio que ha dado siempre por
considerar que el papel de las mujeres es absolutamente secundario o auxuliar.
“Digna Ochoa en este sentido también tenía esa otra poderosa motivación: demostrar
la enorme injusticia que se ha cometido históricamente con un género, y el de
actuar en consecuencia.”
-Sí, sin duda –dice el padre Miguel Concha-, en esto de los derechos
humanos son las mujeres las más entregadas, constantes, valientes…
La investigación
A menos de dos meses de la muerte de Digna, el 12 de diciembre, el
procurador capitalino, Bernardo Batiz, relevaba del caso al Lic. Arceo. De
acuerdo a éste, el motivo no era la duda
sobre la forma en que había conducido el trabajo:
-En algún momento la labor del equipo, sus modos, la manera de actuar,
causó alguna preocupación del Centro Agustín Pro. A ellos les pareció que
estaban actuando con un poco de rudeza, quizá, o que estaban llevando a cabo
diligencias innecesarias, en fin. Y así lo manifestaron...
“Presumo que esa fue la base de
que un momento el Señor Procurador tomara la determinación de cambiar al
grupo.”
La responsabilidad quedaba ahora por entero en el Lic. Renato Sales, el
otro subprocurador que había estado colaborando en la investigación. Así el
primer equipo, incluidos cuando menos algunos peritos, era suplido por uno
nuevo.
En febrero la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) designó
al doctor Pedro Díaz Romero como consultor del organismo “para conocer, evaluar
y formular recomendaciones pertinentes sobre la investigación que adelanta la
Procuraduría de Justicia del Distrito Federal”.
Un mes más tarde el Dr Diaz presentó su informe, que señalaba ya una gran
cantidad de irregularidades. La primera se refería a la errónea colocación del
cuerpo para el examen médico forense, de la que hemos hablado, y que en principio
condujo a un equivocado establecimiento de la trayectoria de la bala en el
muslo.
Otro de los aspectos que destacaba el consultor, era el que se
hubieran efectuado una serie de pruebas
“sin relación aparente o explicable con los hechos”. Ello parecía revelar “la
ausencia de un planteamiento para la averiguación”. Algo similar encontraba en
la toma de declaraciones, que “fueron inconsistentes, inconducentes y
genéricas” y no tocaban “aspectos substanciales como la precisión de fechas,
épocas, lugares o descripciones morfológicas que pasaron inadvertidas por los
investigadores”.
Más graves aún resultaban, a su entender, las interpretaciones que
establecían una mecánica de los hechos, y “que pueden llevar a confusión con
otras pruebas” practicadas por los miembros del segundo equipo a partir de los
“datos y elementos” que se recabaron inicialmente.
El representante de la CIDH recogía a la vez la solicitud del Pro y de la
familia de Digna, para contar con la opinión independiente de un experto
criminalista que revisara los exámenes realizados. Y proponía que se buscaran
candidatos “preferentemente extranjeros y ajenos a las instituciones oficiales
o privadas mexicanas”.
Una cosa más llamaba la atención de forma extraordinaria: que a casi seis
meses de los hechos, el expediente no contuviera registro sobre algo tan
primario como “cuáles fueron las actividades de Digna en la semana que
antecedió a su muerte”.
Hasta donde los documentos oficiales mostraban, no se había investigado
“qué sitios frecuentó, con quién se reunió o se comunicó, que trabajos de tipo
intelectual desarrolló, de acuerdo a lo encontrado en su computador y su
escritorio”.
No se establecía siquiera “si pernoctó en su departamento del 15 al 19 de
octubre”, ni los números de teléfono a los cuales pudo haberse comunicado,
desde el aparato de la oficina o desde su celular.
Tampoco se mencionaba un punto cuya omisión era absolutamente
imperdonable: “con qué personas se reuniría ese día en el despacho”. Entre
ellas, las de las dos citas que según aseguraba su novio, Juan José Vera, la
noche anterior ella le había dicho que tenía concertadas para ese día.
El informe recomendaba además, reunir mayores datos acerca de este
hombre, Juan José: “sus actividades desde años atrás, su círculo social y profesional,
intereses, etc.” Para el doctor Díaz el tema no era secundario, porque “aún la
investigación no muestra si esta persona pudo llegar a jugar algún papel en los
hechos”.