sábado, 9 de mayo de 2015

Cap. IV. 28 de octubre, 2001


“Misantla, Ver., 27 de octubre. Familiares de Digna Ochoa y Plácido informaron que solicitarán protección al gobierno del estado debido a que desde el asesinato de la defensora de los derechos humanos se incrementó el espionaje telefónico y la vigilancia a sus domicilios por parte de personas desconocidas.”
“Digna Ochoa presintió que, esta vez, sería la definitiva: ´Acabo de entrar a la defensa de los estudiantes de la UNAM que acusan de pertenecer al EPR -escribió el 21 de agosto a su hermana Esthela-, y aunque no es para preocuparse sí es para tomar medidas por ello te digo que si algo me llega a pasar te recuerdo que (en) mi seguro de vida en Seguros Tepeyac estás tú y Juan José, él ya lo sabe..."
“Supo, además, de dónde podría venir el golpe mortal: los mismos que durante cinco años la mantuvieron permanentemente amenazada: Por el tipo de personas -dijo en 1999 a la Comisión Internacional de Observación por los Derechos Humanos (CIODH)-, nosotros decimos o inteligencia militar, la Policía Federal Preventiva, la PGR o el CS (¿el Cisen?). Probablemente uno de estos grupos, primero, porque tienen toda una infraestructura, son profesionales."


“Esto es para Digna”
-Era una abogada muy especial -dice Lamberto González. -Quienes litigábamos con ella difícilmente podíamos seguirle el paso... Cuando se trataba de un asunto en que Digna intervenía, había que tomar un poco más de aire, había que estar de otra manera, porque era una situación mucho más pesada, mucho más comprometida.
Pilar Noriega confirma la imagen:
-Durante las diligencias no dejaba el menor resquicio. En una ocasión estaba José Lavanderos interrogando a unos de la policía municipal, en Toluca, y Digna estaba ahí entre ellos, según ella para que no los estuviera preparando el abogado. Se sentó entre ellos y los siguió incluso hasta el baño.
-¿Por qué cuando se presentaba un caso difícil decían “este un caso para Digna”? –se le pregunta a Rafael Álvarez, quien compartió con ella años de trabajo.
-Porque para asumir muchas veces la defensa de una persona que no es conocida o porque va a tener una repercusión controvertida en la opinión pública, o cuando se trata de casos que tienen una consecuencia política importante, muchos abogados se niegan a asumirla.
“Luego también hay casos arriesgados, en los que los que son señalados como presuntos responsables pueden ser mandos militares, pueden ser el titular del poder ejecutivo o el Procurador General de la República, que son autoridades que difícilmente son tocadas...
“Entonces a veces es muy difícil incluso desde que el agente del ministerio público se atreva a tomar la declaración, una denuncia de hechos de la persona que presuntamente ha sido víctima de una violación de derechos humanos.”
-Imagínense ustedes a Digna, distribuyéndose el trabajo –dice Lamberto González. -Los ministerios públicos tratan de aprovechar descuidos. Y ahí estaba ella haciéndoles ver su suerte...
“Empezaba a sentirse un algo pesado. Si era algo humillante para quien se enfrentara a Digna... Si hay que promover 100 recursos durante la audiencia, no importa. A veces terminar a las cuatro de la mañana....
“Todo mundo entendía a la situación a la que se estaban enfrentando ellos como autoridad; era muy distinta a la que están acostumbrados....
“Se constituyó en el símbolo de una actitud ante la autoridad. Me tocó ver a jueces, peritos, etc., que se iban vapuleados....”
-En este sentido el decir esto es para Digna,  es porque necesitábamos de una defensa fuerte, rigurosa, con una gran convicción, y que no se intimidara incluso ante las amenazas- –dice Rafael, y Lamberto:
-Yo entiendo que la matan no sólo por defensora de los derechos humanos, sino porque representa una forma distinta de hacer las cosas.


La investigación
La de digna era una muerte extraordinariamente compleja de investigar, por la forma en la cual se produjo y por las líneas a seguir, que indicaban, entre otros, hacia cúpulas de poder de Guerrero y hacia servicios de inteligencia nacionales.
¿Por qué el primer encargado de la averiguacíón previa, Álvaro Arceo, pensaba sin dudas que se tratada de un asesinato obra de uno o más profesionales?
-No se encontró ninguna huella ajena. Eso quiere decir que la persona que lo hizo, si existe una persona que lo hizo, se tomó el trabajo de no dejar ninguna huella... Todo eso demuestra preparación. Y desde luego las preparaciones llevan un objetivo o dos. El hallazgo del mensaje en la entrada, en el escritorio de entrada, la harina en el suelo, los guantes de latex, los tres disparos...
“Se antoja un poco elaborado, como para crear una serie de confusiones y llevar a los investigadores por diversos caminos y entorpecer la investigación.”
Todavía tiempo después de haber sido relevado del caso y de que la tesis sobre el suicidio se abriera paso, el subprocurador Arceo desglosaba las razones que lo llevaban a afirmar que la posibilidad de éste era absurda:
“(Respecto al disparo en la pierna) no sé dónde leí que de lo que se trataba era encontrar la femoral. Sería un procedimiento raro encontrar la femoral con una pistola... Y además tuvo que haberse disparado así, por la trayectoria del proyectil: de adelante hacia atrás y de arriba hacia abajo... con la derecha.
Es decir, en una posición difícilmente verosímil para la mano de la víctima. Lo que sucedería enseguida, de acuerdo a la idea del suicidio, también costaba creerlo:
-El disparo del parietal fue hecho (de creerse en esta hipótesis) con la mano izquierda. Esto es, utilizó las dos manos... Pero además fue otra posición incómoda, porque el disparo se produjo de arriba hacia abajo. Generalmente (los suicidas) ponen el arma así (de abajo hacia arriba).
En cuanto a la pistola:
-Estaba debajo del cuerpo. Cuando se suicidan de un disparo, el arma cae a un lado de la víctima, no acomodada debajo del cuerpo... Por otro lado, los guantes no estaban colocados correctamente; esto es, con los dedos hasta el final... como si se hubieran quedado a medio camino.
“Supongamos –seguía su razonamiento Arceo- que tenía los guantes a medio camino para producir los disparos. No se puede meter el dedo con un guante, que además está doblado, por el espacio que deja para el gatillo.
“Eso hace pensar que los guantes fueron colocados después. Y que incluso ya tenía cierto rictus la mano, y entonces no pudieron ser colocados como si los dedos hubieran estado extendidos, entonces hubieran penetrado bien.
“Es obvio que si alguien le puso los guantes, ese alguien no era el occiso. Generalmente después de muerto uno ya no se preocupa de esas cosas.”


¿Digna y la soledad?
Quizás la persona más cercana a Digna en los últimos años, ha escrito Blanche Petrich, era Pilar Noriega  Aún así, ésta dice:
-Ahora nos va a resultar que Digna tenía un gran abanico de relaciones.
El comentario de Pilar no repara en que de una u otra manera era normal que así fuera. Victor Brenes define de esta manera al sector al cual pertenecen los defensores de derechos humanos:
-Una característica de quienes hemos estado metidos es esto que llamamos la opción preferencial por el más pobre, es que nos hemos tratado durante muchos años, y que a final de cuentas nos hemos hecho como un grupo de referencia. Desde muy distintos lugares, desde muy distintas trincheras, hemos tenido como proyectos de vida parecidos. Llámales ideales comunes.
A pesar de ello, en este relativo pequeño círculo hay muchos rincones de la vida personal de cada uno, que para los demás parecen existir de una cierta vaga manera, al menos por etapas.
Pilar había estado en contacto con Digna a lo largo de los últimos años, pero sólo había compartido fragmentos de la carrera profesional de Digna y había sido ajena a su vida religiosa. Otro tanto podía decirse de Lamberto González.
Brenes, aunque por muchos años había estado cerca, desde 1997 la veía esporádicamente, y de febrero de 2001, cuando ella regresó de su estancia en Washington, al 19 de octubre en que la perdió la vida, se habían encontrado apenas en un par de ocasiones.
Adriana Carmona, por su parte, dejó de verla en 1995 y su rencuentro, más bien episódico, no sucedió sino a unos meses de la muerte de Digna. Barbara Zamora acababa de conocerla.
Hay una anécdota sugerente en este sentido. Al abandonar el organismo jesuita y la congregación del Verbo Encarnado, Digna había encontrado un novio, Juan José Vera.
-Lo vi dos veces –dice Bárbara, que era justamente con quien ella había mantenido la relación laboral más estrecha en esa época. -Porque en mayo fue el cumpleaños de Digna. Le hicimos una comida. Fue la primera vez. Y luego la fiesta de cumpleaños de Pilar Noriega. No sé si dijo si era su pareja. Aunque todos lo entendimos así.
-Juan José suscribe una carta, el 19 de junio o de julio de 2001, con ustedes, por unos terrenos expropiados a favor de TV Azteca. ¿Por qué, Bárbara?
-Porque en aquella fiesta quedamos en que había que pronunciarse, porque los del bufete estábamos muy solos en eso. Él dijo que lo pusiéramos, aunque no fuera abogado. No teníamos ninguna referencia de él. Bastaba con que fuera pareja de Digna. No podemos preguntarle a un amigo: ¿Por qué traes esta persona, de dónde viene? Respetamos en todo momento la vida íntima de nuestros compañeros.
La propia Bárbara Zamora, por ejemplo, no conocía la casa de la veracruzana, “porque a raíz de las amenazas ella procuraba mantener en secreto donde vivía”.
¿Con quién compartía Digna su mundo interior? Con Blanche, la amiga periodista, se abriría hacia un lado entrañable de sí misma, pero del cual quedaban fuera sus inquietudes religiosas. En las hermanas de su congregación encontraría un espejo empañado en cuanto a su actividad profesional, porque sin duda ellas, trabajadoras sociales enclavadas en el medio urbano, tenían una imagen distante de una vida sucedida entre juzgados, agentes, militares, zonas de conflicto.
Las hermanas carnales más próximas serían un consuelo, y el resto de la familia algo menos, por su apartamiento, de modo que ni el padre ni la madre ni los hermanos varones tenían una idea medianamente clara de cuanto había sucedido desde el momento en que abandonó el hogar.
El Pro debía ser su gran cobijo, y por ello haberlo perdido, en 2000, fue profundamente traumático, como revelan su estancia en Washington, las cartas que desde allí envió al Centro y su aparente conciencia de desamparo al regresar a México.
Aunque la institución se reciclaba cada poco, y sólo su fundador, Jesús Maldonado, el Chuche, como se lo conocía familiarmente, había permanecido a su lado del principio hasta cerca del fin. Era además su confesor. Una suerte de figura paterna, pues, con la cual había roto también, por las desavenencias aquéllas de 2000.
Luego daría la impresión de encontrar una nueva, promisoria vida afectiva. Nadie sabe, sin embargo, cuánto participaba de este redescubrimiento un hombre, Juan José Vera, que hasta donde se conoce venía de una realidad absolutamente extraña a ésa de quienes habían escogido “la opción preferencial por el más pobre”, sin la cual Digna sería inexplicable para sí misma.


2 Noviembre, 2001
“En el caso de los asesinatos políticos, y éste (de Digna Ochoa) lo es irremisiblemente, el mensaje es múltiple. En primer lugar, se dirige a la víctima: Hasta aquí llegaste...En segundo lugar, a los que comparten su causa...
“En tercer lugar, a la sociedad en general: Elogien a su muerto o muerta, que hasta allí llega la aplicación de la justicia....
“A lo mejor, también el asesinato incluye un mensaje al gobierno: Te dejo dos tareas: que te frustres y que te resignes a no entender.
“En cuanto a los poderes fácticos, ¿por qué el 2 de julio de 2000 los haría desaparecer? (MONSIVAÍS)”


Sierra de Petatlán, Guerrero. 2 de octubre de 2001
¿Quiénes eran los tres hombres que, según los padres de los estudiantes del CGH, entraron aparatosamente al edificio que ocupaba la oficina de Digna, la tarde previa a la muerte?
¿Es a ellos a quienes se refería Julio Mata, de la Asociación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a los Derechos Humanos, cuando hacía la siguiente afirmación, sin que quedara en claro la fuente en la cual se basaba?
-Un día antes de que la ejecutaran, hay un elemento militar que llega a la oficina de Digna a ver si ahí trabajaba realmente. Incluso se menciona que saca un intercomunicador y de ahí se reporta que sí vive ahí.
Para Mata, está presencia tiene su origen en el trabajo de la abogada en la Sierra de Petatlán. ¿La precipitó el viaje de ella con Harald Ihmig, el alemán, a dos  semanas de que ella perdiera la vida?
Después del primer encuentro aquél con la patrulla militar, en el poblado de Banco Nuevo, cuando un soldado preguntó, por su nombre, quién era Digna, y ésta volteó hacía él la cámara de video y anotó el número de la matrícula de sus vehículos, los soldados se marcharon y ella y Harald fueron a conocer los alrededores con la gente del lugar.
Al volver del paseo encontraron de nuevo a los militares en el poblado.
-Dejaron pasar a todo el grupo sin decir nada -cuenta Eva Alarcón, quien forma parte de uno de los dos sectores en que quedaron divididos los campesinos ecologistas. -Pero luego se fueron sobre Digna y le pidieron que se identificara. Ella les dijo que no tenían derecho a pedir que lo hiciera, que estaba en territorio mexicano y la Constitución la amparaba.
“Entonces le pedí la cámara al muchacho que estaba grabando, la apunté a dónde estaba Digna, y los soldados se espantaron y se fueron.”
Es muy posible que se tratara de un incidente cualquiera. Como accidental había sido, quizá, que en cada pueblo dejado por ellos en el camino entrará un contingente del ejército. En todo caso, los acontecimientos caían sobre terreno abonado.
En 1999 Digna, como parte del Centro Pro, se había hecho responsable con otros abogados de la defensa de dos dirigentes de la organización de campesinos ecologistas de la zona, la OCESP. Teodoro Cabrera y Rodolfo Montiel habían ido a parar a la cárcel de Iguala, detenidos por el ejército tras el bloqueo de la carretera por donde bajaba la madera que negociaba una empresa transnacional. La acusación era, sin embargo, por narcotráfico y portación ilegal de armas.
Habla Rodolfo Montiel:
-El origen de la organización fue en febrero de 98... a raíz de la tala inmoderada de la Boise Cascade –a quien el mismo año de la matanza de Aguas Blancas, 1995, el gobernador Rubén Figueroa había dado los derechos exclusivos para la explotación de los bosques de la Costa Grande.
“Nosotros desde el 92 fuimos sintiendo como que el sol tenía pilas nuevas y fuimos viendo como que se agotaba el agua, pero ignorábamos un poco debido a qué era. Pero de la llegada de la Boise... solamente dejaron algunos árboles al bordo para que la gente siguiera pensando que está normal todo... Si nos subimos a un avión o nos metemos cincuenta metros, no hay nada.”
Así lo comprobaban los informes de las organizaciones internacionales, quienes determinaban que de 1992 a 2000 la zona había perdido entre 35.8 por ciento y 40.7 por ciento de sus bosques abiertos y cerrados.  
En 1999 el representante de la Secretaría de Medio Ambiente en el Estado acusó a la OCEPS de ser un grupo armado. Cuando la organización bloqueó el camino por el cual bajaba la madera de la Boise...
-Como es un solo camino  –dice Cuauhtémoc González-, pues paró todos los camiones que abastecían a la empresa. Y esto molestó mucho al gobierno de Rubén Figueroa, molestó mucho a los dueños de la empresa y también molestó a los pocos ejidatarios que recibían ganancias....Entonces la empresa termina por irse. Y esto no se lo perdonan al grupo de ecologistas.
La respuesta de la autoridad fue contundente:
-Llegaron los militares disparando- dice Rodolfo. -Había hombres, mujeres, niños, niñas, mataron al difunto Salomé Sánchez Ortiz, y nosotros tuvimos que salir corriendo. No llevaban una orden de aprehensión, a nadie nos marcaron el alto. Iban, puedo decir, directamente a matar.
Se giró una docena de órdenes de aprensión, y las de Cabrera y Montiel se cumplieron un año después. Un diario reseñó el momento: “un comando del 40 Batallón de Infantería del Ejército irrumpió a tiros en el pueblo de Pizotla, Guerrero, y los detuvo”.
-Fuimos torturados –cuenta Montiel- para podernos hacer de un delito... Estamos vivos por voluntad de Dios..


Iguala, Guerrero. 22 de agosto de 1999
Los abogados del Pro consiguieron que se efectuara un careo entre los dos campesinos presos en la sierra de Petatlán y los dos militares que encabezaron su detención y tortura.
Digna se hizo cargo de la preparación de la audiencia y de su desarrollo. Jorge Fernández Mendiburu, el joven abogado que hacía pareja con ella, recuerda así la jornada:
-Los militares están poco acostumbrados a que los llamen a este tipo de diligencias, porque son pocos los abogados que los llaman... Mucho menos en provincia... Y sobre todo en Guerrero...
“Entonces me parece que llegaron con esa cierta seguridad de que todo iba a salir bien, que iban a estar un ratito, que les iban a hacer dos, tres preguntas.
“Pero conforme fue avanzando la audiencia, conforme Rodolfo y Teodoro fueron encarándolos de una manera muy firme, señalándolos directamente como aquellas personas que los habían torturado... y posteriormente, conforme se fue dando el interrogatorio de ellos, por parte de nosotros, los militares perdieron toda esa seguridad que generalmente tienen cuando están con un uniforme..  Además fue una audicencia que duró como nueve horas. Entonces sí buscaban esquina, ya no sabían qué hacer...
“Los acusaban de haber sido quienes los detuvieron... quienes los incomunicaron, quienes los amarraron, los llevaron al río, y quienes los torturaron, durante dos días en la comunidad, y posteriormente otros dos días en el 40 Batallón, de Ciudad Altamirano, Guerrero...
“Les aplicaron, por supuesto, toques eléctricos, les jalaron los testículos, los golpearon en los testículos, en la clavícula... Les hacían simulacro de ejecuciones, metiéndoles el arma en la boca o poniéndoselas en la sien. Los amenazaban psicológicamente con matar a sus familias.
“Era fundamental comprobar esas torturas, porque de ahí se derivaron las declaraciones autoinculpatorias que posteriormente fueron la base para que sentenciaran a Teodoro y a Rodolfo.... Entonces era muy importante que quedara asentado, que se demostrara...
“Conforme se va desarrollando el careo hay una evidente merma en el ánimo de los militares. Hay una cosa muy importante, y por eso siempre se dice que el juez debe estar presente en las audiencias, porque es importante ver no únicamente el contenido de lo que se dice, sino muchas veces la actitud.
“En el caso de los militares, yo recuerdo que cuando estaba sobre todo el careo, y por la firmeza de Rodolfo y de Teodoro, los militares siempre estaban así, con la cabeza abajo. No podían ni ver de frente a los dos ecologistas, que es una señal evidente... Estaban totalmente desmoralizados.
“Y posteriormente el interrogatorio los hizo caer en muchas contradicciones, en cuestiones de tiempo o de lugar, de cómo los detuvieron...
“Si bien es cierto que no admitieron, con estas palabras, que torturaron a los campesinos ecologistas, sí es cierto que admitieron que los incomunicaron, que hubo un interrogatorio, cuando ellos no tienen por qué interrogar a nadie. Y estos dos elementos forman parte de los que conforman la tortura...
“Además de los careos, hubo una serie de pruebas que consolidaron justamente lo que se había dicho en los interrogatorios. Sobre todo, pruebas de peritos expertos en tortura.”
Nunca antes en la sierra de la Costa Grande de Guerrero, elementos del ejército habían sido expuestos de esa manera. El careo no bastó para romper el círculo de impunidad, y Cabrera y Montiel permanecieron en la cárcel, mientras se hacían efectivas otras órdenes de aprensión. Pero el eco del acontecimiento retumbó en el corazón de una zona que de siempre había estado al margen del país.
¿En qué medida la audiencia de ese 22 de agosto, y los presumibles oficios de Digna y del Pro a nivel internacional, contribuyeron a que al año siguiente la Fundación Goldman le diera a la Organización de Campesinos Ecologistas un reconocimiento considerado como el Nobel de los defensores del medio ambiente; a que Greenpeace destinara un lugar privilegiado en su página Internet a los problemas de deforestación en los bosques de Petatlán, y a que en 2001 el esfuerzo no cejara, con el premio de la Internacional Sierra Club a Rodolfo y Teodoro?.
Tras la muerte de la abogada, Julio Mata, el representante de la Asociación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a los Derechos Humanos, abundaba en la intervención de Digna y de su organismo en la sierra en particular y en Guerrero en general:
-Había otros casos que ya venía el Pro siguiendo, con muchas otras organizaciones, alrededor del ejército... Y a mi parece que Digna empezó a hacer un trabajo, incluso internacional, para denunciar las atrocidades que cometía el ejército.
Por ello Mata se arriesgaba a afirmar:
-De acuerdo a lo que hemos visto... son los grupos de inteligencia militar los que ejecutan a Digna Ochoa.
¿En verdad Digna estaba involucrada en una investigación sobre la presencia militar en el estado de Guerrero? Abel Barrera, de la Comisión de Derechos Humanos de la Montaña, estaba seguro de ello:
-Se estaba haciendo una investigación profunda de la actuación del ejército  ... y sobre todo cómo fue el caso de los ecologistas y cómo se seguía repitiendo el mismo patrón de hostigamiento, de persecución, de criminalización.”
Deducía, entonces, algo parecido a lo que aseguraba Julio Mata:
-El empeñarse por encontrar el hilo de la madeja, creemos que eso fue, que es parte de lo que a Digna le costó.
Guerrero en su conjunto era pues una referencia, aunque el sólo caso de Petatlán podía ser suficiente y no por el caso de los dos campesinos detenidos en Iguala y su careo con los militares.


Un extraño secuestro de rutina
En seis años Digna fue objeto de diez amenazas escritas, dirigidas a ella exclusivamente o a ella y a otros, y de dos secuestros. Eran actos de hostigamiento que se producían por plazos. Parecían estar relacionados, pues, con acontecimientos particulares.
El primera mensaje, por ejemplo, sucedió justo en los meses en que, durante 1995, ella formaba parte del equipo que defendía a los detenidos en Yanga y Calcalomacán por aducidas ligas con el EZLN.
El careo de los militares con los campesinos ecologistas se realizó en 22 de agosto de 1999. Doce días antes Digna fue objeto de un primer extraño secuestro, cuyas secuelas podían seguirse tiempo después.
Había nacido la industria del secuestro exprés, manteniendo a la víctima las dos, tres o más horas necesarias para ordeñar sus tarjetas de banco.
La abogada caminaba por la calle, un hombre se le acercó para preguntarle por una calle, “y antes de que pudiera responder la tomó por el brazo y la introdujo por la fuerza en un coche blanco, de cuatro puertas. Dentro había dos individuos más”.
Luego tuvo el trato de rutina: la obligaron a cerrar los ojos, le dieron un golpe en el vientre por un comentario intrascendente, le pidieron el número confidencial de su tarjeta y durante unas tres horas la tuvieron dando vueltas y, en algún momento antes de dejarla en un lugar solitario, acariciando o tratando de acariciar sus pechos, soltaron las frases de jactancia usuales:
-No te excites, orita no podemos, si quieres, luego.
Parecía un asalto común y Digna no reparó en su primera peculiaridad sino hasta contar a sus amigos que, entrando en el auto, uno de los hombres había preguntado a otro:
-¿Es ella?
Y su pareja le había contestado, aparentemente contemplando algo que ella no pudo apreciar:
-Sí es, mira.
Un día no mucho después, al llegar a su casa la mujer se encontró con que los asaltantes habían tenido la gentileza de regresarle la credencial de elector, que se habían llevado con el resto de sus cosas. Lo curioso es que, morosa, Digna no tenía actualizado el documento, que registraba no su domicilio actual, sino el anterior.
La señal daba para muchas especulaciones, y con el tiempo se completó con una ya muy evidente: las nuevas amenazas eran las tarjetas de presentación que le fueron quitadas durante el robo, o unas iguales, firmadas con la cruz mortuoria que se haría característica.
No hay más conclusión posible: el asalto contenía un mensaje inmediato, que fue subrayado en breve con la aparición de la credencial, y tomaba en cuenta la posibilidad de continuarlo y profundizarlo en el futuro.
¿A quién podía ocurrírsele un plan así y quién ponía ponerlo en práctica? 


El general Gallardo
Digna, fiel representante de los defensores humanos de “los confines”, se comprometía en todos los casos delicados que le era posible. En su lista de defendidos tenía que estar, por lo tanto, el único militar que se había atrevido a poner en tela de juicio al régimen de justicia del ejército.
El general brigadier Francisco Gallardo había sido llevado ante un tribunal castrense, por publicar un articulo que pugnaba, precisamente, por la creación de una defensoría encargada de examinar las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos en las fuerzas armadas.
Entre los delitos que se le imputan estaba, ni más ni menos, que el de sedición, “y cuando los juzgados civiles los desestimaron, se le adjudicaron nuevos cargos para impedir que fuera puesto en libertad.”
En 1994 Amnistía Internacional lo adoptó “como preso de conciencia”, y en 1996 la Comisión Intermaricana de Derechos Humanos (CIDH) formuló una serie de recomendaciones al gobierno mexicano sobre el caso:
“Se libere inmediatamente... se tomen las medidas necesarias para que cese su campaña de persecución, difamación y hostigamiento... se investigue y sancione a los responsables... se le pague una justa indemnización como reparación...”
Pero en 1998 se le sometió a dos nuevos Consejo de Guerra, haciéndolo aparecer como culpable de enriquecimiento ilícito y estafa, y condenándolo a 28 años de cárcel. No importaba que el análisis por organismos internacionales, estableciera que el proceso no cumplió con las normas reconocidas continentalmente, ya que se lo había sometido a un “tribunal parcial, porque sus miembros dependen jerárquicamente del titular en turno de la Defensa... quien es la parte acusadora, y ninguno de ellos es abogado”.
Cuando Digna se involucró en la defensa de este hombre que había tocado el punto más sensible para las fuerzas militares, entró en choque directo con aparatos y personajes de enorme poder.
A ellos se refería en una entrevista el hijo de general Gallardo: “Fue Macedo (de la Concha) quien sentenció a mi padre cuando fue juez militar... después como asesor en materia jurídica del Secretario de Defensa... evitó que se acatara la recomendación de la CIDH, y después como Procurador Militar fue el responsable de las sentencias arbitrarias contra mi padre”.


La investigación
-¿Si la principal línea de investigación era Petatlán, como dice usted, ¿por qué tardaron en seguirla? –se le preguntó a Álvaro Arceo, el primer encargado de la averiguación previa.
-Una de las razones fue muy vulgar. No había presupuesto... Lo hubo una semana o diez días después... Tuvimos que conseguir los vehículos, las personas que iban a estar, los oficios de coordinación, en fin.
“Finalmente fueron. Como ocurrió después... no se obtuvo ninguna prueba determinante... Sí se supo que están ocurriendo actos allá reñidos con la ley penal, incluso reñidos, quizá, aventurándonos un poco, con la seguridad nacional. Me refiero a rutas de narcotráfico, compraventa de armas, en fin...
“Por ese lado no obtuvimos mayores datos. Lo mismo ocurrió con los elementos del ejército que fueron entrevistados. Sí se habló con todos. Incluso tuvimos comunicación con la persona que fue con Digna –decía el subprocurador refiriéndose a Harald.
Hacía bien en precisar que en el viaje no encontraron “prueba determinante”. ¿Podían haberlo hecho? Hemos entrevisto las condiciones de la sierra, con sus 90 mil habitantes regados por una accidentada geografía cuyo aislamiento sobrecoge a los extraños.
¿Hastá dónde llegaron y a quién interrogaron los agentes acostumbrados a hacer su trabajo en la ciudad de México, en este auténtico otro mundo, de códigos desconocidos para ellos? ¿Y que evidencias concluyentes pudieron hallar a través de las entrevistas?
-La gente vive un miedo constante –dice Julio Mata sobre las zonas rurales de Guerrero en general. -La convivencia es muy complicada. La gente es muy callada, difícilmente establece confianza y la comunicación con gente que no conoce de tiempo atrás, no se da.
El procurador, Bernardo Batiz, admitiría después que debieron realizar cuatro viajes a la región y que los dos primeros no tuvieron utilidad, porque sus agentes fueron acompañados por policías judiciales del estado, ante quienes la población no estaba dispuesta a hablar.
También se interrogó a los dos militares careados por Montiel y Cabrera, sin sacar nada en claro, dice Arceo.
La otra línea de investigación que debía ser privilegiada y que señalaba hacia algún órgano de seguridad nacional, se seguía sólo parcialmente, hasta donde confesaban las autoridades del DF, en la medida que no se hacían avances con los servicios de inteligencia del ejército. Y la explorada, referente al Centro de  Investigación y Seguridad Nacional (Cisen), quien se supo tenía un archivo de seguimiento sobre Digna, no prosperaba.
El 28 de noviembre, a casi seis semanas de la muerte de la abogada, Arceo respondía al reclamo de información de la Corte Interamericana de Derechos Humanos:
-El Cisen básicamente nos envió recortes de periódicos que cualquiera puede conseguir en una hemeroteca. Presuntamente ellos tienen expedientes más extensos, los cuales deberían estar ya en poder de las autoridades capitalinas.
Sobre lo que se ponía mucho empeño era en obtener los retratos hablados de los hombres de “aspecto sospechoso” vistos en los alrededores del despacho.
Pero no se conseguía nada. Los padres de los estudiantes del CGH no habían prestado mayor atención, y la única testigo que se decía en capacidad de reconocerlos, daba marcha atrás y no volvía a presentarse, argumentando haber recibido presiones excesivas de parte de los investigadores.
Fueran o no responsables de la muerte, el encuentro de estos personajes era de la mayor importancia. Porque si habían vigilado el lugar la tarde anterior, como afirmaban los testimonios, y posiblemente otros días, bien podían haber estado presentes en las cercanías cuando ocurrieron los hechos.
Qué de extraño sería, por lo demás, que un despacho que llevaba casos tan delicados como el de los propios presos del CGH y el de los hermanos Cerezo, de interés para autoridades locales y federales, estuviera bajo vigilancia. ¿No la habría el viernes aquél?

¿Y las dos amenazas de agosto último, que según su médico le habían producido un “insomnio severo”? ¿Cuál era el motivo, si para entonces había dejado el Pro y no había reiniciado sus actividades como abogada, desde que un año antes el Centro la decidiese a salir de escena, marchando a Washington?