Según entrevimos si Digna se suicidó, necesariamente lo
hizo simulando un asesinato, y muchas y muy diversas razones podían inferirse
de ello.
Pero lo monstruoso de que en junio de 2002 Renato
Sales estuviera a punto de cerrar el caso y de que en marzo del 2003 Margarita
Guerra lo hiciera, iba más allá del tipo de conclusión.
Porque como demostraría detalladamente el informe de 2004
de la Comisión de Derechos Humanos del DF, el cúmulo de errores y omisiones
advertidos por la CIDH hacía del todo imposible llegar a un fallo.
El documento final de ésta, que siguió a cargo del
experto colombiano Pedro Díaz Romero, comenzó señalando las fallas del examen
médico forense, realizado “inusualmente en un tiempo record de una hora y
quince minutos”.
En él, decía Díaz, la “descripción de lesiones
externas” fue “insuficiente”, al menos en la “información consignada”. Se
trataba de una deficiencia mayor, que por ejemplo incidía directamente en la
“futura determinación de la distancia del disparo”.
El examen, plagado de lagunas, no permitía establecer
tampoco “aspectos relacionados con cadena de custodia, embalaje de la
evidencia, manipulación previa”, etc. Ni precisaba “aspectos importantes de las
características de las heridas por proyectil de arma de fuego, a saber: Características
de los orificios, color, forma, tamaño, bordes, presencia o ausencia de
residuos de disparo”.
Esta deficiencia era particularmente grave en cuanto a
la herida del muslo, y había orillado a que a lo largo de la indagatoria se
hubieran “planteado varias hipótesis sobre su causa y tiempo de evolución”.
Además, la necropsia no mencionaba “la presencia o
ausencia de lesiones traumáticas que desde el punto de vista exclusivamente
médico, pudieran eventualmente sugerir riña, lucha o heridas de defensa”. Una
falta tras otra, había que agregar las que conducían a que uno de los “puntos que
más ha generado cuestionamientos es el tiempo de muerte”.
Y más se advertía sobre este sólo, primer y
fundamental trabajo de los peritos: “Con respecto a la toma de muestras no se
explica el procedimiento empleado, el sitio de donde se toma la muestra de
sangre, así como el laboratorio y el examen solicitado”.
Las fotografías forenses llamaban la atención asimismo
por su “calidad deficiente en lo que respecta al enfoque, presentación,
acercamientos, testigos métricos, e identificación del caso”. Eso había
provocado que en el curso de “la investigación han surgido dudas o preguntas
que podrían eventualmente resolverse”.
De manera que el estudio “permite solucionar aspectos
tales como mecanismo de muerte y elemento causal, pero es insuficiente como
herramienta para la determinación de las circunstancias alrededor de la muerte
y tiempo de muerte”.
No era, por lo demás “útil como documento en el que
garantice la cadena de custodia”, de correcta conservación de las evidencias.
Del trabajo de “seguimiento de necropsia”, continuaba
señalando el informe de la Comisión, “es posible anotar la presencia de
falencias (equivocaciones) en el desarrollo del examen externo”.
La deficiente capacitación de los peritos se descubría
en casi cualquier aspecto, y en algunos momentos parecía a punto de irritar a
Díaz, reconocido médico forense: “todos los cadáveres tienen las manos en
posición final con una ligera flexión de las falanges por la contractura
muscular que se presenta en absoluto reposo.
“El perito en este dictamen manifiesta que la posición
de las manos pudo corresponder a movimientos convulsivos desencadenados por las
lesiones encefálicas… De cualquier manera, debe quedar claro que esto sería una
simple posibilidad, y aún así no es la razón de que las manos quedan con una
ligera flexión.”
“Se encontró también –seguía el informe- dictámenes metodológicamente
desordenados “, y conclusiones que “no son soportables científicamente,
desconociendo particularidades de la Licenciada Digna”.
En varios pasajes el consultor de la CIDH reconocía “una
metodología adecuada”, pero que solía ir acompañada de “aseveraciones no
fundamentadas científicamente”, y que podían ser de gran trascendencia.
Este sería el “caso de del dictamen de pelos, en donde
el perito se pronuncia sobre la uniprocedencia de los cabellos, cuando en
realidad los resultados de los análisis solo (sic) llegan hasta el punto de
decir que comparten correspondencias morfológicas significativas”.
Por el mismo vicio no podían sostenerse conclusiones tan
básicas y de tanta importancia como “el de evolución de la lesión del muslo
derecho”, y por ello no había modo de fijar “si es o no contemporánea a los
hechos”.
Una de las conclusiones resultaba, sin más,
apabullante: “El grado de análisis, discusión e interpretación es nulo, tanto
en los hallazgos de necropsia como en los resultados de laboratorio”.
En cuanto al especialista en balística comisionado por Díaz,
tenía la benevolencia de entender la continua contradicción entre equipos
investigadores sobre si los disparos pudieron o no escucharse, o sobre la
relación entre casquillos y balas, y así entre las posiciones de los tres
disparos.
No sorprendía siquiera a este perito,
Alan J. Voth, que los casquillos y el propio
revolver no hubieran sido etiquetados, que aquél tuviera que ser rearmado tras
su caída o que su número de serie se registrara con un número equivocado.
Hasta hacía caso omiso de un hecho harto peculiar, al que
otro informe, el de la Comisión de Derechos Humanos del DF, dará la mayor
relevancia, como observaremos más adelante: la forma en la cual en enero de 2003
el segundo equipo cambió por entero la descripción de la trayectoria de la bala
en el muslo derecho, determinada por la autopsia de octubre de 2001 y por él
mismo en junio de 2002.
Lo que el experto de la CIDH no estaba dispuesto a
pasar por alto, eran las continuas, encontradas y categóricas afirmaciones sobre
pruebas que de forma alguna podían considerarse concluyentes en los aspectos
que se indicaban.
Y en particular, una: “Lo que no se sabe y no se puede
determinar es la orientación rotacional de la pistola con relación al eje del
cañón.” Porque las aseveraciones en este sentido pretendían sustentar una u
otra hipótesis en relación al autor de la muerte: Digna o alguien más.
“Mi experiencia ha sido –decía Voth- que la
interpretación de esos resultados y la significación que tienen para la
investigación en conjunto es el área en que surgen la mayoría de las
discrepancias. Ciertamente, eso sucede en este caso en el cual casi todos los
resultados… coinciden y, sin embargo, se llega a dos conclusiones opuestas.”
Grave le resultaba a la vez, de lo que había sido
informado en las “entrevistas llevadas a cabo”, revelando “que algunos peritos
rara vez toman notas para documentar su examen. Éste es, con frecuencia (pero
no siempre), firmado por otro examinador que presenció los resultados o prestó
asistencia en el examen. Me fueron relatados, de manera anecdótica, juicios
perdidos ante los tribunales debido a que el correspondiente Perito no podía
recordar detalles necesarios del examen.”
Su apunte final era el siguiente: “Esta claro que,
únicamente sobre las pruebas de balística, no es posible determinar si el
fallecimiento de Digna Ochoa fue homicidio o suicidio”.
El hogar perdido
El
Centro Pro había aparecido en 1988, dentro de la ancha, vital corriente que un
abrir y cerrar de ojos sentó en México las bases de una cultura de derechos
humanos. Su nacimiento “fue un campanazo”, incluso como el mero órgano de promoción
e investigación que fue hasta 1994:
-Sobre todo en esos momentos se dedicaban a hacer
recolección de casos de análisis -dice David Fernández. -No atendían casos
concretos... Era una especie de asesoría jurídica la que daban estos dos
abogados (uno de ellos Digna) que eran el área jurídica.
El
centro jesuita seguía así los pasos del Francisco de Vitoria y del Bartolomé de
las Casas fundado en Chiapas por el obispo Samuel Ruíz, ambos de la orden de
los dominicos, que tenía un trabajo muy amplio en este sentido, disperso por el
mundo.
Luego
el Pro, con ellos y con despachos como el de José Lavanderos y Pilar Noriega,
se convertiría en un emblema de los defensores de derechos humanos en “los
confines”.
Su
fundador había sido el padre Jesús Maldonado, a quien familiarmente se conocía
como el Chuche, futuro confesor de
Digna, y al que justo cuando ésta se incorporaba definitivamente al Centro, en
1994, suplió el padre Fernández.
Cinco
años después el responsable era otro jesuita: Edgar Cortez. A él le tocó
hacerse cargo del delicado momento producto de la secuencia de amenazas de
1999.
La
vida adulta de Digna estaba por completo ligada al organismo. En él y en la Congregación
había encontrado el hogar que el común de las mujeres y de los hombres forman con
una pareja.
Un
hogar que perdería para siempre cuando en el año 2000 el acoso pareciera
empezar a rendir sus frutos.
El
28 de julio de ese año, cuando sintomáticamente las elecciones presidenciales acababan
de señalar el próximo fin de la larga hegemonía priísta, la voz de un hombre
que llamó al teléfono celular de ella, le advirtió:
-Tenemos a tu sobrina en la azotea y la vamos a tirar.
La
voz le ordenó que despidiera a las custodias que la PGJ había destinado para
protegerla, y que saliera a la calle. Mientras caminaba, sin percibirlo apenas,
le depositaron una amenaza de muerte.
Se
comunicó a casa de su hermana y comprobó que nada había sucedido a la muchacha.
Pero era demasiado. El secuestro en su casa, nueve meses antes, la había
dejado, como bien sabían sus amigos, “totalmente vulnerada”.
Corrió
al Pro presa de la histeria, y narró lo sucedido. Instintivamente el Centro se
movilizó, convocando a una conferencia de prensa. Pero también el instituto acusaba
el efecto de seis años de un hostigamiento cada vez más atrevido, y la
conferencia se suspendió.
Jesús
Maldonado explicó así lo que sucedió a continuación, mientras Digna era
escondida, mudándola varias veces de lugar:
-Hay
que considerar que el centro Pro es una institución muy participativa. No es
donde el director dice: Esto se va a
hacer así, y todo el mundo lo hace... Se discute, se plantean las cosas, se
ven pros, contras, se analiza, generalmente en grupo.
“Pero el grupo es también heterogéneo, ya que hay
gente que tiene mucha experiencia, hay gente muy novata, digamos. Entonces las
cosas son difíciles de manejar, cuando menos a mí me parecía que eran difíciles
de manejar, por esas razones. Después había que dar mucha información. Algunas
cosas a mi juicio no convenía compartirlas con todos....
“En esta situación pensamos que Digna se saliera un
poco de esa tensión en la que estaba viviendo desde hacía tiempo; que... había
tenido una serie de hechos que nos hacían pensar que estaba viviendo un estrés
o una presión demasiado fuerte, y que convenía que saliera, por un tiempo.
“Entonces algunos pensamos que convenía que se fuera
de México, para que estuviera un tiempo más relajada, más tranquila. Que
tuviera una cierta asesoría para que se rehiciera más internamente…
“Pensábamos
también que para todo el equipo sería bueno el que bajara un poco la presión
que se estaba ejerciendo sobre nosotros, fundamentalmente por las amenazas.
“Entonces
fue cuando ya se le propuso a ella que se fuera a Washington. Pensamos que
había allí unas personas adecuadas, conocidas, que era un muy buen lugar para
que ella, no sé, si quería mejorar su inglés, pudiera hacerlo, y pudiera tomar
distancia y salirse un poco de la presión. Bueno, ese era mi punto de vista
–puntualizaba el padre, quién sabe si deslindándose de sus sucesores en la
dirección del organismo, y continuaba.
“Ella,
como siempre rebatía todo, pues también no quería, se apenó, que ella quería
seguir en lo que estaba... Y nosotros quizá la presionamos un poco para que se
fuera. Decir: Bueno, conviene a toda la
institución. Pensamos que te conviene a ti y que le conviene a toda la
institución.”
En
una entrevista, Edgar Cortez dio una explicación similar, sin bien más precisa
en un aspecto:
“Que
una situación tan prolongada de amenazas (le dijo a Digna) genera desgaste a la
larga y que requería modificar sus circunstancias para rehacerse humanamente...
''Pero
a ella no le pareció. Entre nosotros no hubo diferencias ni disgustos. Pero su
salida del país sí se la impuse yo. Ella insistía en quedarse. Pensaba que
podía sobrellevar la situación, no quería separarse de sus tareas. Yo volví a
la carga. Insistí que con su partida nos ayudaría a preservar la seguridad de
otras personas. Al final tomé solo la decisión. No hubo consenso (BLANCHE).”
Digna,
pues, tomó el avión a Washington, la capital de los Estados Unidos. Lo hacía a
regañadientes, como sería patente en las dolidas cartas que pronto escribiría a
Cortez y al padre Chuche.
Recibida
por el medio de los defensores humanos del lugar, durante un momento el viaje
parecía contribuir en verdad a aminorar la tensión en la que había vivido. Al
poco ella y sus nuevos amigos descubrían, sin embargo, que algo no marchaba
como debiera.
En
la reunión de un organismo internacional le fue informado que el Pro había
solicitado no se la considerase en tanto representante oficial del organismo. Extrañada,
lo dejó pasar.
Al
cabo de unos días recibía una carta de Amnistía Internacional, ante quien el
Pro parecía haber gestionado una beca para ella. Pero según todo indicaba, no
había sido así: “Ayer me hablaron… para decirme lo de la ayuda económica para
mi estadía aquí en Washington–escribió Digna-, me dijo Kerry que no tenían
programas de apoyo para acá pero que iban a ver la manera de apoyarme.”
Trató
entonces de averiguar lo que se sucedía, y se encontró con una desagradable
sorpresa: el Centro estaba convencido de que inventó la llamada del 24 de
julio, y había dejado de confiar en ella.
El
27 de septiembre escribió un correo electrónico a su director y a su confesor,
en el que expresaba la profunda, incurable herida que había recibido:
“Todo
el tiempo que pasé en el Pro fue para mi una gracia… Todo el tiempo que pasé en
la Congregación me enriqueció y me ayudó a darle un sentido mucho más profundo
a mi trabajo… (y) a pesar de las diferencias que en ocasiones tuve con
compañeros-as… aprendí a querer a cada uno y lo que cada uno hacía…
“Ustedes
saben lo mucho que me costó aceptar salir de México, acepté porque me hicieron
creer que era lo mejor (si supieran que me siento tonta y estúpida por haberlo
creído), tal vez era lo mejor pero para ustedes. Si querían que me fuera del
Pro… simplemente me hubieran dicho que… les costaba cargar conmigo…”
Aunque
en el mensaje Digna renunciaba expresamente al Centro, al recibir contestación
de Jesús Maldonado moderó su impulso, confiando en que la próxima visita de Edgar Cortez a Washington
podía limar asperezas.
El
director del Pro habló allí del caso con mucha gente, excepto con ella. No
había, pues, marcha atrás. Una muevo correo electrónico, dirigido a otro
integrante de la institución, decía:
“Estoy
segura que llegará el momento en que se darán cuenta que han cometido un grave
error, y cuando ese momento llegue, espero que sirva para que no lo vayan a
hacer con cualquier otro compañero-a, porque es para destruir a uno…”
Más claro ni el agua
Los irremediables inconvenientes de las pruebas periciales para acercarse
a determinar cómo se había producido la muerte de Digna, eran de distintas
clases.
Las de balística, según hemos observado, lejos de resultar definitorias podían
dar pie igual a la tesis de suicidio que a la de homicidio, y a diversas
interpretaciones sobre éste.
En cuanto a los estudios médico forenses o de criminalística,
aquejados de numerosísima fallas, hacían perdidizos muchos elementos de juicio.
Sobresalía el caso de las heridas que no se debían a arma de fuego.
Una de ellas, la del párpado superior derecho, había
sido observada en el dictamen realizado a las diez de la noche y en el examen
pericial que se práctico horas después, también en el lugar de los hechos.
Ambos concordaban con una fotografía en la cual la
regleta de rigor permitía establecer su tamaño. Sin embargo la herida no había
sido señalada en la necropsia.
Para el primer equipo investigador, el no existir de
hecho de esta lesión, ni de una factible en el cuello, que se apreciaba sólo al
paso en otra instantánea, contribuía al presupuesto del cual partía: no había
huellas de resistencia abierta y generalizada, porque la víctima conocía al
victimario o a uno de los ellos, en caso de tratarse de más.
De ese modo se explicaba a la vez que la puerta
estuviera cerrada. Pero así parecía haberse alentado la disminución
inconsciente de la importancia del par de esquimosis en los labios.
A favor de la hipótesis de Arceo estaba la lesión
producida por el revolver en el muslo. A su entender y en resumen, la
resistencia de la abogada se limitaba al momento inmediato anterior a la
muerte, cuando sería sorprendida, y no al lapso relacionado con la entrada del
asesino o los asesinos y a su desplazamiento por la oficina.
Las heridas del rostro, entonces, y la posible del
cuello, habrían iniciado su proceso de obscurecimiento, bien recibido por el
Lic. Sales y su gente, a quien de tal manera les había bastado dar una
explicación contraria al disparo.
Por un momento los rumores indicaban que se había
tratado de concluir que la abogada intentó segarse la vida de la forma en que
las estadísticas sugerían era la más frecuente en el género femenino. Es decir,
apuntando no a la cabeza, sino a una región vital que la deformase lo menos
posible. En conclusión: Digna había buscado la vena femoral.
Pero debió advertirse una irresoluble contradicción: si
se había suicidado simulando un homicidio, ¿por qué había buscado primero la
vena femoral, de cuya afectación no esperaba la muerte y que la delataría?
Entonces la única explicación consistía en que con
ello había fingido su resistencia. ¿Por qué no lo había hecho de una manera más
ostensible y menos entorpecedora, considerando las dificultades posteriores
para cambiar de posición, llevarse el arma de una mano a otra y apretar, con
los guantes mal encajados y cubiertos de almidón, el gatillo de un revolver voluminoso
y poco propicio al manejo cómodo, arrastrando la herida aquella?
¿Cuál era la razón de que no se le ocurriera volcar o
romper muebles, rasgarse con descaro la ropa o propinarse aparatosos golpes; de
que olvidara resolver “el misterio del cuarto cerrado”, destrabando la puerta,
y de que para impedir los rastros de pólvora se pusiera los guantes,
espolvoreándolos por dentro y por fuera, dejando una constancia a tal grado
obvia?
¿Y el resto de las extrañas circunstancias? ¿Cómo
justificar la presencia de la pistola entre sus pantorrillas y sus muslos,
lugar inverosímil para su caída natural? ¿Qué decir de esa y otras indicaciones
sobre un cuerpo que quizá había sido manipulado tras la muerte? En particular,
la firme postura señalada por las fotografías de expediente, improbable de no
haber alcanzado cierto rigor mortis.
Conforme a los testimonios de las tres primeras
personas en ver el cadáver, la manipulación continuaría al abandonar ellos el
despacho, y tal vez señalaba la intervención de la contraprocuraduría presumida
por Granados Chapa.
¿No era factible, también, que las fotografías en
mayor o menor medida falsificadas, que habían aparecido en dos diarios,
respondieran no a simples prácticas de corrupción policíaca, sino al mismo
espíritu de sembrar la confusión? ¿No redondeaban ellas y la publicada por la
agencia oficial de noticias, el arreglo de un cuerpo, un escenario y un ambiente
de opinión pública aplastado por imprecisiones?
Al hacerse cargo del caso, la Lic. Guerra no sólo
habría pasado por alto tal cúmulo de inconsistencias, sino que pareció abundar
en ellas. ¿De qué otra forma entender, entre muchas significativas cosas, que a
punto de dar el fallo sobre la investigación, los peritos corrigieran la
trayectoria de la bala en el muslo y dieran un pequeño pero sugerente giro a la
de la cabeza?
He aquí parte del cuadro comparativo levantado por
Alan J. Voth, el experto en balística comisionado por la CIDH:
|
Informe de
20 oct. 2001
|
Informe de
4 enero 2002
|
Informe de
28 junio 2002
|
Informe
de “fecha 2003”
|
¿Cuál fue la trayectoria de la bala en la pierna
|
De arriba hacia abajo, de adelante hacia atrás, ligeramente de izquierda a derecha
|
De arriba hacia abajo, de adelante hacia atrás, ligeramente de izquierda a derecha
|
No se informa, pero está implícito que concuerda con
los anteriores
|
De arriba hacia abajo, de adelante hacia tras, de derecha a izquierda
|
¿Cuál fue la trayectoria de la bala en la cabeza?
|
De arriba hacia abajo, de izquierda a derecha, de adelante hacia atrás
|
De abajo hacia arriba, de izquierda a derecha, de adelante hacia atrás
|
No se informa, pero está implícito que concuerda con
el primero
|
Ligeramente de abajo hacia arriba, de izquierda a derecha,
ligeramente de atrás hacia adelante
|
Con
ello la fiscalía daba la impresión de borrar toda idea sobre un disparo en el
muslo hecho desde una posición raramente practicable para la víctima, y sobre
la terrible incomodad de realizar el mortal. Y de concentrar sus esfuerzos en
otras, mucho menos rigurosas cuestiones: demostrar a como diera lugar que Digna
había sido siempre una mujer con tendencias suicidas, profundamente
desconfiable, capaz de la mayor bajeza.
“Diana e Icaro, amor en tiempos del chat”
“Ella dijo que se llamaba Diana. Él,
Ícaro. Ella dijo que era de México. El también. Eso fue en un chat de Internet. Se ´pasaron´ a ´una
ventana privada´, se hicieron cuates, emprendieron una relación epistolar
cibernética y meses más tarde concretaron una ´cita ciega´ en un Vips por la
colonia Plateros. Ella llevaba un vestido floreado. A él le gustó a primera
vista. Ella le confesó que no se llamaba Diana sino Digna. Él, Juan José. En
abril se hicieron novios. En agosto él le propuso que vivieran juntos, en casa
de su madre. Ella no quiso.”
Así resume Blanche Petrich el primer
romance de Digna desde sus años en Xalapa. El
contacto a través del chat había
iniciado cuando ella estaba todavía en Washington. Según sus amigos, la vida
entonces cambió para la todavía joven mujer. Se ondulaba el pelo, volvió a
maquillarse y mudó el estilo de vestir.
-Nunca escuché a Digna tan feliz –recuerda Lamberto González. Y Estela,
la hermana de ella:
-Vino a la casa con Juan José. Fuimos a la playa, venía muy contenta,
estaba enamorada, creo… La vi muy
cambiada... más feliz... enamorada.
-Todo mundo dijimos: Digna se ve más
hermosa -dice el Dr. De León, su
amigo y médico personal.
-Por
teléfono me contó una vez que estaba saliendo con él –es nuevamente Lamberto
quien habla-. No recuerdo si me comentó que estaba viviendo con él o si tenía
vida íntima. Pero sí que era una relación íntima.
“Yo le
preguntaba si no iba a tener hijos. Habíamos tocado muchas veces el tema,
antes, los amigos: ¿Por qué no ser madre? Ahora me dijo que ya lo pensaría,
aunque lo veía como algo muy lejano.”
Cuando la fiscalía especial se refiera a la relación
de Digna con Vera, dirá que el hombre era casado y con hijos, de modo que ella
repetía el patrón de su primera relación. Pero esta no tenía nada que ver con
aquélla, porque los dos hijos de eran mayores de edad o estaban próximos a
serlo, y él vivía con su madre y le proponía a la abogada establecerse juntos.
Viajaron
tanto como pudieron en los breves cinco meses antes de que ella muriera:
Morelos, Guerrero, Veracruz, un par de ciudades del norte y la zona fronteriza
de Texas.
Por
más que el documento sobre la historia personal de Digna, ordenado por la Lic.
Margarita Guerra, sugerirá una falta en ello, era la primera vez en su vida que
esta mujer podía disfrutar siquiera una parte de lo que la mayoría de sus
compañeros legítimamente se habían permitido.
¿Por
qué Vera despertó sospechas en el primer equipo encargado de la investigación,
en el consultor de la CIDH y entre algunos cercanos a la defensora de derechos
humanos?
En
principio, porque procedía de un mundo por completo ajeno al de ella: el de un
hombre sin inquietudes sociales o políticas, que había aspirado a ser pastor de
iglesias evangélicas.
En
todo caso, había servido para que Digna tratará de asimilarse a una existencia
distinta, más completa, quizá:
-La
conocí como amiga y la traté como compañera de trabajo. Pero algo le faltaba.
Ahora me parecía que era una mujer en plenitud –dice Lamberto con seguridad.
Un testigo a modo
Hasta aquí, para quienes no la conocimos, Digna Ochoa es el dibujo
coherente que de ella hacen quienes la trataron largamente: su familia y sus
compañeros y compañeras de trabajo.
Se trata de un dibujo que recoge su origen popular, una infancia y una
primera juventud en las cuales las responsabilidades multiplican por mucho los
juegos y la aventuras. Que la descubre como una mujer de formación muy modesta,
sin experiencia en cuestiones amorosas, dulce y colérica, de entrega y arrojo, obligada
a vencer el desafío de su condición social y de su género.
El dibujo encaja perfectamente en la personalidad de la”raza”, la “tribu”,
que Carlos Monsivaís ve crecer en la América Latina de los 1970 y 1980, como
una nueva representación del espíritu de justicia en tanto “prolongación de sus
creencias religiosas”.
Encaja el dibujo y no esconde la herencia de una historia común marcada
por debilidades, fracturas, deslealtades, bajezas. Va en él también el miedo, a
ratos pavoroso, y la conciencia de la infinita pequeñez ante todo, empezando
por el poder.
No hay en este cuadro, en su cotidianeidad, nada idílico, sino un
desgastante friccionarse con la vida llana, brutal. En la Digna que reta a uniformados
y tribunales, está a la vez la de suetercito sin chiste, camisita rosa abrochada hasta
arriba y mojigatos mocasines; la que no
es bien recibida por las compañeras de Adriana Carmona, que adopta ridículas
posiciones de karate y repite escenas de novela rosa.
Cuando la Lic. Margarita Guerra tome su recuerdo, no quedará de ella sino
lo que suele quedar de quienes se exponen a la impunidad de un mexicano aparato
de justicia.
Será como las jóvenes violadas en Tláhuac en 1998, a las que atendió esta
magistrada de culta familia y universitarias menciones honoríficas. Será como
ellas, a quienes la autoridad entregó a un manoseo sin recato, que hurgó en su
historia íntima para exponerlas públicamente como golfas provocadoras y bajo
sospecha, de modo que terminaran rogando olvidar el asunto, porque esa segunda profanación
resultaba casi peor que la primera.
En el caso de Digna bastó empezar con un testigo a modo: Adrián Alejandro
y Lagunes. La PGJ lo encontró ya a principios de octubre de 2002, a un par de
meses de que la Lic. Guerra fuera nombrada fiscal especial.
“... la relación de noviazgo empezó cuando estuve comisionado en Jalapa
Veracruz, de 1987 a 1988 –dijo en el interrogatorio el finísimo personaje-, sin
embargo no recuerdo la fecha exacta, pero antes cuando yo vivía en Misantla
llegue a tener ´algunos caldos o fajes con ella´ (…) cuando ya era casado por
el año de 1984 o 1985…”
En esa que fue la primera declaración, quien así se confesaba novio de la
futura abogada, reconocía que la buscaba “cada de que yo iba para Veracruz”,
pero que él “iba a lo que iba”.
¿Cómo fue que la relación se acabó?, le preguntaron.
“…había aparecido (en la prensa) que había estado secuestrada, y al
enterarme yo de esto ni siquiera la fui a ver ya que yo me quería retirar de
todas esas situaciones que ella manejaba … no recuerdo la fecha exacta, pero
pienso que fue por mediados de agosto no recuerdo el año pero fue cuando ella
desapareció y después la encontraron en Mérida, que decían que la habían
secuestrado y la habían violado, en ese tiempo estaba viviendo un policía
judicial de Jalapa en el mismo edificio que yo y me dijo ´sabes que (sic) ten
cuidado porque te estamos vigilando porque tu novia desapareció… por lo que yo
mismo me presenté ante el Ministerio Público…”
No extraña pues que este hombrazo hiciera juicios tantas veces como creía
necesitaban sus interrogadores, sobre la inestabilidad emocional de Digna:
“…yo notaba desde que la conocí que… fantaseaba mucho y mentía…”
“…desde que la conocí me entere de que ella estaba muy mal
sicológicamente…”
“…era muy rara sicológicamente…”
“…se le notaban las depresiones…”
“…tenía problemas de delirio de persecución…”
No podía evitar, sin embargo, caer en contradicciones:
“Señaló en aquélla comparecencia –anotó su interrogador - que desde que
conoció a DIGNA, se enteró de que estaba ´muy mal psicológicamente´, luego
entonces conteste (sic) ¿cómo se enteró de tal particularidad, o bien, que (sic)
hechos o circunstancias lo determinaron a establecer que DIGNA estaba ´muy mal
psicológicamente´? RESPUESTA. (sic) ´me entere (sic) por la prensa de su
desaparición y en las declaraciones que ella les hizo a ese medio, en donde
mencionó de un secuestro y de ahí deduzco yo que estaba mal psicológicamente…”
Ya hemos visto que el tipo orientó al equipo investigador hacia la
sospecha sobre la forma en que Digna obtuvo su título profesional y hacia la
supuesta relación con los porros de la universidad. ¿Era un simple testigo mal
intencionado por naturaleza o por absurdo sentido de autodefensa, o un testigo
dirigido?
Antes de referirse a Alejandro y Lagunas, el “estudio” ordenado por la
Lic. Guerra se desvivía por desbaratar la confianza en la palabra de la familia
de Digna. Para ello topó en los archivos policíacos de Misantla la prueba de
que la madre mentía flagrantemente al afirmar “que todos los hijos (…) viven en
común y se ayudan entre sí”.
Los archivos probaban que la mujer no estaba en lo cierto, que lo sabía y
lo ocultaba con maña, porque no eran los 13 hermanos, sino sólo 12, los bien
avenidos y a quienes se reconocía como gente de bien. Uno de ellos, Eusebio, al
que apodaban Tizón, estaba en la cárcel y tenía problemas con la justicia desde
mayo de 1999, cuando había amenazado a miembros de su familia, sin faltar doña
Irene, para terminar dañando a algunos.
El hijo aquel tenía antecedentes y “presentes” penales, era verdad, si
bien a partir de entonces, y no antes. Pero en su declaración, el ex novio de
Digna, sin venir mayormente a cuento, se explayaba sobre cuán conflictivos eran
los Ochoa y refiriéndose a 1987 parecía calcar el expediente abierto a Eusebio
en 1999, con inevitables dichos encontrados:
“…conocí a algunos familiares de DIGNA OCHOA... de oídas a un hermano que le apodan EL TIZON, y lo conocí a
este TIZON por que el era muy conflictivo en el pueblo...”
Eso en una declaración, y en otra:
“…hay uno que le dicen el Tizón que estuvo preso al parecer por robo y
fumaba marihuana y se juntaba con muchos vagos que siempre buscan pleito...”.
¿Preso por robo?, ¿y en 1987? ¿Cómo no constaba en los registros de la
policía de Misantla, al menos de acuerdo al estudio de la PGJ? ¿Realmente era
Eusebio un conflicto, y público, doce años antes de que dieran comienzo las
agresiones contra los suyos? ¿Por qué lo afirmaba el personajillo?
¿Todos los testimonios levantados en Xalapa eran de la misma
confiabilidad de este?
Más modelo Guerrero
Como hemos visto y contra lo que luego se empeñará en afirmar la Fiscalía
Especial, Digna tenía un larga relación con grandes conflictos de un estado
cuya complejidad lleva a Carlos Montemayor a hablar de un sistema de poderes
ajenos a cualquier régimen de derecho, muy distinto al colombiano pero
igualmente peculiar: el de Guerrero.
Lo tenía a través del Pro y a través de sí misma. Y al parecer resultaba
trascendente no en razón de lo que por sí sola hiciera o supiera, sino por
cuanto encontraba expresión por medio suyo: las organizaciones sociales, las
asociaciones de derechos humanos…
Si las amenazas que en 1996 se particularizaron en ella y en Pilar
Noriega, tenían un claro nexo con la defensa a las factibles ramificaciones del
EZLN, las de 99, destinadas a su persona y al Centro, por buenas razones podían
vincularse a Petatlán y a lo que éste representaba en el conjunto de aquel
estado.
A la actividad regular, sistemática, digamos, debía agregarse la que era
producto del simple impulso, sin consideraciones políticas mayores, de la
abogada. Era el caso del viaje a la sierra poco antes de morir.
Y a la vez, la que el llano azar traía, precisamente por esos días: la
colaboración en la defensa de los hermanos Cerezo, hijos de una pareja de
miembros conocidos del Ejército
Popular Revolucionario y acusados de pertenecer a las Fuerzas Armadas Revolucionarias
del Pueblo (FARP), organizaciones que si bien operaban en diversas partes del
centro y sur del país, tenían su centro en Guerrero.
La causa levantada contra Héctor,
Antonio y Alejandro Cerezo Contreras, y contra su compañero Pablo Alvarado
Flores, era una de las más ominosas en la historia reciente del país.
El 8 de agosto de 2001, menos de mes
y medio antes de que Digna muriera, en la ciudad de México habían estallado
petardos frente a tres sucursales de la institución bancaria Banamex.
Casi de inmediato los jóvenes fueron
aprendidos sin más pretexto que el dicho de los agentes de la Policía Judicial
Federal (PJF), quienes ya antes de los hechos parecían vigilarlos por los nexos
familiares de los Cerezo y por la presunta presencia de uno de ellos, años
atrás, en un campamento guerrillero.
Carentes de indicios que los conectaran
con las detonaciones, los agentes habían irrumpido en casa de los hermanos para
encontrar, sólo de acuerdo a su testimonio, "artificios explosivos" y
“documentos y propaganda” no de las FARP, que a primera vista reivindicaban los
actos, sino del EPR.
Con ese único elemento, la
Procuraduría General de la República había levantado actas en las que los elementos
de la PJF incurrían en contradicciones y en las cuales todo hacía presumir se
habían falsificado las firmas.
El despacho de Pilar Noriega y
Lamberto González había tomado la defensa del caso, que a pesar de sus obvias
irregularidades terminaría con la condena a prisión de los cuatro jóvenes, bajo
el siguiente magistral juicio del ministerio público federal: "(tales
elementos) son idóneos para establecer con base en la prueba circunstancial,
vinculación con actos guerrilleros o de atentados con explosivos".
Digna, que tras un año de
distanciamiento de los juzgados, por esos días entraba al despacho de sus
amigos, se convertiría en septiembre en una de las abogadas de los jóvenes.
¿Las dos amenazas previas de que fue objeto, a principios del mismo agosto,
tenían que ver de una u otra manera con el caso, aunque fuera indirectamente?
¿No enviaban con ello un recado a la oficina Pilar y Lamberto, a la cual ya se
había decidido a incorporarse?
¿Y no puede deducirse con sobrados
motivos, que por ello estaba bajo observación policíaca al menos desde
septiembre? ¿No hay fundamentos entonces, para pensar que su contacto con los
campesinos ecologistas en ese mes, y su viaje a Petatlán a comienzos de
octubre, fueron documentados y tal vez seguidos de una u otra forma?
El último mensaje que recibió, tres
días antes de su muerte, ¿se relacionaba con el asunto?
En la suma de vínculos con esta serie de conflictos, faltaba considerar
todavía el trabajo para el cual Digna había obtenido una beca de la fundación
MacArthur a comienzo del año. un estudio sobre el sistema de procuración de
justicia en Guerrero, a partir de los juicios a los campesinos ecologistas Teodoro
Cabrera y Rodolfo Montiel. ¿Se detallaba o al menos se translucía en él, la
información que Montemayor, Mata, Barrera y otros presumían en manos de la
defensora derechos humanos?
De tal manera para Digna, que había quedado sin la protección del Pro,
los últimos meses de vida estaban tocados una y otra vez por el estado que ella
señalaba como el razonable origen del más rudo acoso en su contra.
De medidas cautelares y amenazas
Como salió a relucir tras la muerte, la
Procuraduría General de Justicia había congelado la denuncia por el secuestro
de Digna, en el último mes de la administración de Ernesto Zedillo, pero no
había archivado el expediente.
Al regresar de Washington la abogada, el nuevo
procurador, Jorge Madrazo Cuellar, obligado por la solicitud de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos de darle cobertura con “medidas cautelares”,
le asignó una escolta. Lo hizo mientras preparaba el cierre del caso, en mayo,
y tramitaba ante la Corte, través de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el
retiro de la protección.
El organismo internacional consultó el tema con
Digna, quien resolvió que nada perdía realmente sin la custodia y se quedó sin
ella a partir del 21 de agosto.
-Había
llegado a su punto de hartazgo –dice Lamberto González-. No era una mujer
imprudente, inconsciente en esos aspectos. Además las condiciones no eran las
mismas que antes.
“Quería
tener una nueva vida. Había cambiado. La protección o estaba de más o ya no era
importante en su vida. Debe haber pensado que había otras formas de sentir
seguridad.”
Pero para Pilar Noriega, la decisión fue
equivocada, en particular por una razón que explica el Dr. De León:
-La
había estado viendo en diversas ocasiones, por problemas muy sencillos: una
infección en la garganta, un cuadro diarreico, cosas así. Porque además era una
persona sana. Y en esta ocasión particular ella me pidió consulta, porque tenía
un insomnio agudo, de pocos días de evolución, que la había llevado a tener
fatiga.
Era el 31
de agosto.
-La
exploré y no encontré nada en especial, excepto un cuadro de angustia aguda. La
presioné, como médico, para que me explicara lo que le pasaba. Le dio un poco
de vueltas al asunto pero finalmente, por la confianza y la amistad que hay
entre los dos, me dijo: Te voy a decir
algo que no le he dicho a nadie.
Había
recibido dos llamadas telefónicas reviviendo la última amenaza, que se centraba
sobre sus sobrinas.
-Lo que
me contó es que por las noches le regresaba la pregunta una y otra vez: ¿Por qué siguen las amenazas? Ya no estoy en
el Pro. Ya no estoy en los casos que motivaron las primeras agresiones. Yo
me acuerdo que le dije que era una pregunta importante que necesitaba
esclarecer.
“Le
aconsejé que hablara con su pareja y que se pusiera en manos de expertos, que
no se quedara sola con eso. Que pidiera ayuda a quien tuviera facultades para
hacer algo al respecto, que se considerara una víctima y no tomara en sus manos
su propio caso, ni como abogada de casos apurados que era.”
Ahora habla Pilar, que se enteraría por la misma Digna
un mes más tarde:
-Me dijo que las amenazas le habían llegado antes de
que se levantaran las medidas cautelares que había establecido la Corte
Interamericana... Me molesté con ella... Hasta cierto punto me siento
culpable... Yo le decía que si no lo quería hacer público, que lo hiciera del
conocimiento de la Corte... Luego me dijo que ya no habían llegado más.
La preocupación de Pilar era mayor que la del Dr. De
León, porque si, en efecto, a principios de agosto Digna cumplía más de un año
sin litigar, estaba ya acordado que en breve la supliría en el despacho.
La veracruzana parecía muy consciente de lo que esto significaba.
Por eso el propio día en el cual se quedó sin custodia, se preocupó por los
beneficiarios de su seguro de vida, Juan José Vera y, en particular, una de sus
hermanas, a quien escribió que estaba por ocuparse de un caso de suma gravedad,
el de los hermanos Cerezo.
Por lo demás, como sabemos, no sería el último mensaje
que le llegaría, y que a futuro tendría una virtud: dar al traste con una de
las grandes coartadas de la Lic. Margarita Guerra.