sábado, 9 de mayo de 2015

Cap. VIII y final La investigación

Según entrevimos si Digna se suicidó, necesariamente lo hizo simulando un asesinato, y muchas y muy diversas razones podían inferirse de ello.
Pero lo monstruoso de que en junio de 2002 Renato Sales estuviera a punto de cerrar el caso y de que en marzo del 2003 Margarita Guerra lo hiciera, iba más allá del tipo de conclusión.
Porque como demostraría detalladamente el informe de 2004 de la Comisión de Derechos Humanos del DF, el cúmulo de errores y omisiones advertidos por la CIDH hacía del todo imposible llegar a un fallo.
El documento final de ésta, que siguió a cargo del experto colombiano Pedro Díaz Romero, comenzó señalando las fallas del examen médico forense, realizado “inusualmente en un tiempo record de una hora y quince minutos”.
En él, decía Díaz, la “descripción de lesiones externas” fue “insuficiente”, al menos en la “información consignada”. Se trataba de una deficiencia mayor, que por ejemplo incidía directamente en la “futura determinación de la distancia del disparo”.
El examen, plagado de lagunas, no permitía establecer tampoco “aspectos relacionados con cadena de custodia, embalaje de la evidencia, manipulación previa”, etc. Ni precisaba “aspectos importantes de las características de las heridas por proyectil de arma de fuego, a saber: Características de los orificios, color, forma, tamaño, bordes, presencia o ausencia de residuos de disparo”.
Esta deficiencia era particularmente grave en cuanto a la herida del muslo, y había orillado a que a lo largo de la indagatoria se hubieran “planteado varias hipótesis sobre su causa y tiempo de evolución”.
Además, la necropsia no mencionaba “la presencia o ausencia de lesiones traumáticas que desde el punto de vista exclusivamente médico, pudieran eventualmente sugerir riña, lucha o heridas de defensa”. Una falta tras otra, había que agregar las que conducían a que uno de los “puntos que más ha generado cuestionamientos es el tiempo de muerte”.
Y más se advertía sobre este sólo, primer y fundamental trabajo de los peritos: “Con respecto a la toma de muestras no se explica el procedimiento empleado, el sitio de donde se toma la muestra de sangre, así como el laboratorio y el examen solicitado”.
Las fotografías forenses llamaban la atención asimismo por su “calidad deficiente en lo que respecta al enfoque, presentación, acercamientos, testigos métricos, e identificación del caso”. Eso había provocado que en el curso de “la investigación han surgido dudas o preguntas que podrían eventualmente resolverse”.
De manera que el estudio “permite solucionar aspectos tales como mecanismo de muerte y elemento causal, pero es insuficiente como herramienta para la determinación de las circunstancias alrededor de la muerte y tiempo de muerte”.
No era, por lo demás “útil como documento en el que garantice la cadena de custodia”, de correcta conservación de las evidencias.
Del trabajo de “seguimiento de necropsia”, continuaba señalando el informe de la Comisión, “es posible anotar la presencia de falencias (equivocaciones) en el desarrollo del examen externo”.
La deficiente capacitación de los peritos se descubría en casi cualquier aspecto, y en algunos momentos parecía a punto de irritar a Díaz, reconocido médico forense: “todos los cadáveres tienen las manos en posición final con una ligera flexión de las falanges por la contractura muscular que se presenta en absoluto reposo.
“El perito en este dictamen manifiesta que la posición de las manos pudo corresponder a movimientos convulsivos desencadenados por las lesiones encefálicas… De cualquier manera, debe quedar claro que esto sería una simple posibilidad, y aún así no es la razón de que las manos quedan con una ligera flexión.”  
“Se encontró también –seguía el informe- dictámenes metodológicamente desordenados “, y conclusiones que “no son soportables científicamente, desconociendo particularidades de la Licenciada Digna”.
En varios pasajes el consultor de la CIDH reconocía “una metodología adecuada”, pero que solía ir acompañada de “aseveraciones no fundamentadas científicamente”, y que podían ser de gran trascendencia.
Este sería el “caso de del dictamen de pelos, en donde el perito se pronuncia sobre la uniprocedencia de los cabellos, cuando en realidad los resultados de los análisis solo (sic) llegan hasta el punto de decir que comparten correspondencias morfológicas significativas”.
Por el mismo vicio no podían sostenerse conclusiones tan básicas y de tanta importancia como “el de evolución de la lesión del muslo derecho”, y por ello no había modo de fijar “si es o no contemporánea a los hechos”.
Una de las conclusiones resultaba, sin más, apabullante: “El grado de análisis, discusión e interpretación es nulo, tanto en los hallazgos de necropsia como en los resultados de laboratorio”.

En cuanto al especialista en balística comisionado por Díaz, tenía la benevolencia de entender la continua contradicción entre equipos investigadores sobre si los disparos pudieron o no escucharse, o sobre la relación entre casquillos y balas, y así entre las posiciones de los tres disparos.

No sorprendía siquiera a este perito, Alan J. Voth, que los casquillos y el propio revolver no hubieran sido etiquetados, que aquél tuviera que ser rearmado tras su caída o que su número de serie se registrara con un número equivocado.
Hasta hacía caso omiso de un hecho harto peculiar, al que otro informe, el de la Comisión de Derechos Humanos del DF, dará la mayor relevancia, como observaremos más adelante: la forma en la cual en enero de 2003 el segundo equipo cambió por entero la descripción de la trayectoria de la bala en el muslo derecho, determinada por la autopsia de octubre de 2001 y por él mismo en junio de 2002.
Lo que el experto de la CIDH no estaba dispuesto a pasar por alto, eran las continuas, encontradas y categóricas afirmaciones sobre pruebas que de forma alguna podían considerarse concluyentes en los aspectos que se indicaban.
Y en particular, una: “Lo que no se sabe y no se puede determinar es la orientación rotacional de la pistola con relación al eje del cañón.” Porque las aseveraciones en este sentido pretendían sustentar una u otra hipótesis en relación al autor de la muerte: Digna o alguien más.
“Mi experiencia ha sido –decía Voth- que la interpretación de esos resultados y la significación que tienen para la investigación en conjunto es el área en que surgen la mayoría de las discrepancias. Ciertamente, eso sucede en este caso en el cual casi todos los resultados… coinciden y, sin embargo, se llega a dos conclusiones opuestas.”
Grave le resultaba a la vez, de lo que había sido informado en las “entrevistas llevadas a cabo”, revelando “que algunos peritos rara vez toman notas para documentar su examen. Éste es, con frecuencia (pero no siempre), firmado por otro examinador que presenció los resultados o prestó asistencia en el examen. Me fueron relatados, de manera anecdótica, juicios perdidos ante los tribunales debido a que el correspondiente Perito no podía recordar detalles necesarios del examen.” 
Su apunte final era el siguiente: “Esta claro que, únicamente sobre las pruebas de balística, no es posible determinar si el fallecimiento de Digna Ochoa fue homicidio o suicidio”.


El hogar perdido

El Centro Pro había aparecido en 1988, dentro de la ancha, vital corriente que un abrir y cerrar de ojos sentó en México las bases de una cultura de derechos humanos. Su nacimiento “fue un campanazo”, incluso como el mero órgano de promoción e investigación que fue hasta 1994:
-Sobre todo en esos momentos se dedicaban a hacer recolección de casos de análisis -dice David Fernández. -No atendían casos concretos... Era una especie de asesoría jurídica la que daban estos dos abogados (uno de ellos Digna) que eran el área jurídica.
El centro jesuita seguía así los pasos del Francisco de Vitoria y del Bartolomé de las Casas fundado en Chiapas por el obispo Samuel Ruíz, ambos de la orden de los dominicos, que tenía un trabajo muy amplio en este sentido, disperso por el mundo.
Luego el Pro, con ellos y con despachos como el de José Lavanderos y Pilar Noriega, se convertiría en un emblema de los defensores de derechos humanos en “los confines”.
Su fundador había sido el padre Jesús Maldonado, a quien familiarmente se conocía como el Chuche, futuro confesor de Digna, y al que justo cuando ésta se incorporaba definitivamente al Centro, en 1994, suplió el padre Fernández.
Cinco años después el responsable era otro jesuita: Edgar Cortez. A él le tocó hacerse cargo del delicado momento producto de la secuencia de amenazas de 1999.
La vida adulta de Digna estaba por completo ligada al organismo. En él y en la Congregación había encontrado el hogar que el común de las mujeres y de los hombres forman con una pareja.
Un hogar que perdería para siempre cuando en el año 2000 el acoso pareciera empezar a rendir sus frutos.
El 28 de julio de ese año, cuando sintomáticamente las elecciones presidenciales acababan de señalar el próximo fin de la larga hegemonía priísta, la voz de un hombre que llamó al teléfono celular de ella, le advirtió:
-Tenemos a tu sobrina en la azotea y la vamos a tirar.
La voz le ordenó que despidiera a las custodias que la PGJ había destinado para protegerla, y que saliera a la calle. Mientras caminaba, sin percibirlo apenas, le depositaron una amenaza de muerte.
Se comunicó a casa de su hermana y comprobó que nada había sucedido a la muchacha. Pero era demasiado. El secuestro en su casa, nueve meses antes, la había dejado, como bien sabían sus amigos, “totalmente vulnerada”.
Corrió al Pro presa de la histeria, y narró lo sucedido. Instintivamente el Centro se movilizó, convocando a una conferencia de prensa. Pero también el instituto acusaba el efecto de seis años de un hostigamiento cada vez más atrevido, y la conferencia se suspendió.
Jesús Maldonado explicó así lo que sucedió a continuación, mientras Digna era escondida, mudándola varias veces de lugar:
-Hay que considerar que el centro Pro es una institución muy participativa. No es donde el director dice: Esto se va a hacer así, y todo el mundo lo hace... Se discute, se plantean las cosas, se ven pros, contras, se analiza, generalmente en grupo.
“Pero el grupo es también heterogéneo, ya que hay gente que tiene mucha experiencia, hay gente muy novata, digamos. Entonces las cosas son difíciles de manejar, cuando menos a mí me parecía que eran difíciles de manejar, por esas razones. Después había que dar mucha información. Algunas cosas a mi juicio no convenía compartirlas con todos....
“En esta situación pensamos que Digna se saliera un poco de esa tensión en la que estaba viviendo desde hacía tiempo; que... había tenido una serie de hechos que nos hacían pensar que estaba viviendo un estrés o una presión demasiado fuerte, y que convenía que saliera, por un tiempo.
“Entonces algunos pensamos que convenía que se fuera de México, para que estuviera un tiempo más relajada, más tranquila. Que tuviera una cierta asesoría para que se rehiciera más internamente…
 “Pensábamos también que para todo el equipo sería bueno el que bajara un poco la presión que se estaba ejerciendo sobre nosotros, fundamentalmente por las amenazas.
“Entonces fue cuando ya se le propuso a ella que se fuera a Washington. Pensamos que había allí unas personas adecuadas, conocidas, que era un muy buen lugar para que ella, no sé, si quería mejorar su inglés, pudiera hacerlo, y pudiera tomar distancia y salirse un poco de la presión. Bueno, ese era mi punto de vista –puntualizaba el padre, quién sabe si deslindándose de sus sucesores en la dirección del organismo,  y continuaba.
“Ella, como siempre rebatía todo, pues también no quería, se apenó, que ella quería seguir en lo que estaba... Y nosotros quizá la presionamos un poco para que se fuera. Decir: Bueno, conviene a toda la institución. Pensamos que te conviene a ti y que le conviene a toda la institución.”
En una entrevista, Edgar Cortez dio una explicación similar, sin bien más precisa en un aspecto:
“Que una situación tan prolongada de amenazas (le dijo a Digna) genera desgaste a la larga y que requería modificar sus circunstancias para rehacerse humanamente...
''Pero a ella no le pareció. Entre nosotros no hubo diferencias ni disgustos. Pero su salida del país sí se la impuse yo. Ella insistía en quedarse. Pensaba que podía sobrellevar la situación, no quería separarse de sus tareas. Yo volví a la carga. Insistí que con su partida nos ayudaría a preservar la seguridad de otras personas. Al final tomé solo la decisión. No hubo consenso (BLANCHE).”
Digna, pues, tomó el avión a Washington, la capital de los Estados Unidos. Lo hacía a regañadientes, como sería patente en las dolidas cartas que pronto escribiría a Cortez y al padre Chuche.
Recibida por el medio de los defensores humanos del lugar, durante un momento el viaje parecía contribuir en verdad a aminorar la tensión en la que había vivido. Al poco ella y sus nuevos amigos descubrían, sin embargo, que algo no marchaba como debiera.
En la reunión de un organismo internacional le fue informado que el Pro había solicitado no se la considerase en tanto representante oficial del organismo. Extrañada, lo dejó pasar.
Al cabo de unos días recibía una carta de Amnistía Internacional, ante quien el Pro parecía haber gestionado una beca para ella. Pero según todo indicaba, no había sido así: “Ayer me hablaron… para decirme lo de la ayuda económica para mi estadía aquí en Washington–escribió Digna-, me dijo Kerry que no tenían programas de apoyo para acá pero que iban a ver la manera de apoyarme.”
Trató entonces de averiguar lo que se sucedía, y se encontró con una desagradable sorpresa: el Centro estaba convencido de que inventó la llamada del 24 de julio, y había dejado de confiar en ella.
El 27 de septiembre escribió un correo electrónico a su director y a su confesor, en el que expresaba la profunda, incurable herida que había recibido:
“Todo el tiempo que pasé en el Pro fue para mi una gracia… Todo el tiempo que pasé en la Congregación me enriqueció y me ayudó a darle un sentido mucho más profundo a mi trabajo… (y) a pesar de las diferencias que en ocasiones tuve con compañeros-as… aprendí a querer a cada uno y lo que cada uno hacía…
“Ustedes saben lo mucho que me costó aceptar salir de México, acepté porque me hicieron creer que era lo mejor (si supieran que me siento tonta y estúpida por haberlo creído), tal vez era lo mejor pero para ustedes. Si querían que me fuera del Pro… simplemente me hubieran dicho que… les costaba cargar conmigo…”
Aunque en el mensaje Digna renunciaba expresamente al Centro, al recibir contestación de Jesús Maldonado moderó su impulso, confiando en que la  próxima visita de Edgar Cortez a Washington podía limar asperezas.
El director del Pro habló allí del caso con mucha gente, excepto con ella. No había, pues, marcha atrás. Una muevo correo electrónico, dirigido a otro integrante de la institución, decía:
“Estoy segura que llegará el momento en que se darán cuenta que han cometido un grave error, y cuando ese momento llegue, espero que sirva para que no lo vayan a hacer con cualquier otro compañero-a, porque es para destruir a uno…”


Más claro ni el agua
Los irremediables inconvenientes de las pruebas periciales para acercarse a determinar cómo se había producido la muerte de Digna, eran de distintas clases.
Las de balística, según hemos observado, lejos de resultar definitorias podían dar pie igual a la tesis de suicidio que a la de homicidio, y a diversas interpretaciones sobre éste.
En cuanto a los estudios médico forenses o de criminalística, aquejados de numerosísima fallas, hacían perdidizos muchos elementos de juicio. Sobresalía el caso de las heridas que no se debían a arma de fuego.
Una de ellas, la del párpado superior derecho, había sido observada en el dictamen realizado a las diez de la noche y en el examen pericial que se práctico horas después, también en el lugar de los hechos.
Ambos concordaban con una fotografía en la cual la regleta de rigor permitía establecer su tamaño. Sin embargo la herida no había sido señalada en la necropsia.
Para el primer equipo investigador, el no existir de hecho de esta lesión, ni de una factible en el cuello, que se apreciaba sólo al paso en otra instantánea, contribuía al presupuesto del cual partía: no había huellas de resistencia abierta y generalizada, porque la víctima conocía al victimario o a uno de los ellos, en caso de tratarse de más.
De ese modo se explicaba a la vez que la puerta estuviera cerrada. Pero así parecía haberse alentado la disminución inconsciente de la importancia del par de esquimosis en los labios.
A favor de la hipótesis de Arceo estaba la lesión producida por el revolver en el muslo. A su entender y en resumen, la resistencia de la abogada se limitaba al momento inmediato anterior a la muerte, cuando sería sorprendida, y no al lapso relacionado con la entrada del asesino o los asesinos y a su desplazamiento por la oficina.
Las heridas del rostro, entonces, y la posible del cuello, habrían iniciado su proceso de obscurecimiento, bien recibido por el Lic. Sales y su gente, a quien de tal manera les había bastado dar una explicación contraria al disparo.
Por un momento los rumores indicaban que se había tratado de concluir que la abogada intentó segarse la vida de la forma en que las estadísticas sugerían era la más frecuente en el género femenino. Es decir, apuntando no a la cabeza, sino a una región vital que la deformase lo menos posible. En conclusión: Digna había buscado la vena femoral.
Pero debió advertirse una irresoluble contradicción: si se había suicidado simulando un homicidio, ¿por qué había buscado primero la vena femoral, de cuya afectación no esperaba la muerte y que la delataría?
Entonces la única explicación consistía en que con ello había fingido su resistencia. ¿Por qué no lo había hecho de una manera más ostensible y menos entorpecedora, considerando las dificultades posteriores para cambiar de posición, llevarse el arma de una mano a otra y apretar, con los guantes mal encajados y cubiertos de almidón, el gatillo de un revolver voluminoso y poco propicio al manejo cómodo, arrastrando la herida aquella?
¿Cuál era la razón de que no se le ocurriera volcar o romper muebles, rasgarse con descaro la ropa o propinarse aparatosos golpes; de que olvidara resolver “el misterio del cuarto cerrado”, destrabando la puerta, y de que para impedir los rastros de pólvora se pusiera los guantes, espolvoreándolos por dentro y por fuera, dejando una constancia a tal grado obvia? 
¿Y el resto de las extrañas circunstancias? ¿Cómo justificar la presencia de la pistola entre sus pantorrillas y sus muslos, lugar inverosímil para su caída natural? ¿Qué decir de esa y otras indicaciones sobre un cuerpo que quizá había sido manipulado tras la muerte? En particular, la firme postura señalada por las fotografías de expediente, improbable de no haber alcanzado cierto rigor mortis.
Conforme a los testimonios de las tres primeras personas en ver el cadáver, la manipulación continuaría al abandonar ellos el despacho, y tal vez señalaba la intervención de la contraprocuraduría presumida por Granados Chapa.
¿No era factible, también, que las fotografías en mayor o menor medida falsificadas, que habían aparecido en dos diarios, respondieran no a simples prácticas de corrupción policíaca, sino al mismo espíritu de sembrar la confusión? ¿No redondeaban ellas y la publicada por la agencia oficial de noticias, el arreglo de un cuerpo, un escenario y un ambiente de opinión pública aplastado por imprecisiones?  
Al hacerse cargo del caso, la Lic. Guerra no sólo habría pasado por alto tal cúmulo de inconsistencias, sino que pareció abundar en ellas. ¿De qué otra forma entender, entre muchas significativas cosas, que a punto de dar el fallo sobre la investigación, los peritos corrigieran la trayectoria de la bala en el muslo y dieran un pequeño pero sugerente giro a la de la cabeza?
He aquí parte del cuadro comparativo levantado por Alan J. Voth, el experto en balística comisionado por la CIDH:

Informe de
20 oct. 2001
Informe de
4 enero 2002
Informe de
28 junio 2002
Informe
de “fecha 2003”
¿Cuál fue la trayectoria de la bala en la pierna
De arriba hacia abajo, de adelante hacia atrás, ligeramente de izquierda a derecha
De arriba hacia abajo, de adelante hacia atrás, ligeramente de izquierda a derecha
No se informa, pero está implícito que concuerda con los anteriores
De arriba hacia abajo, de adelante hacia tras, de derecha a izquierda
¿Cuál fue la trayectoria de la bala en la cabeza?
De arriba hacia abajo, de izquierda a derecha, de adelante hacia atrás
De abajo hacia arriba, de izquierda a derecha, de adelante hacia atrás
No se informa, pero está implícito que concuerda con el primero
Ligeramente de abajo hacia arriba, de izquierda a derecha, ligeramente de atrás hacia adelante

Con ello la fiscalía daba la impresión de borrar toda idea sobre un disparo en el muslo hecho desde una posición raramente practicable para la víctima, y sobre la terrible incomodad de realizar el mortal. Y de concentrar sus esfuerzos en otras, mucho menos rigurosas cuestiones: demostrar a como diera lugar que Digna había sido siempre una mujer con tendencias suicidas, profundamente desconfiable, capaz de la mayor bajeza.


“Diana e Icaro, amor en tiempos del chat
“Ella dijo que se llamaba Diana. Él, Ícaro. Ella dijo que era de México. El también. Eso fue en un chat de Internet. Se ´pasaron´ a ´una ventana privada´, se hicieron cuates, emprendieron una relación epistolar cibernética y meses más tarde concretaron una ´cita ciega´ en un Vips por la colonia Plateros. Ella llevaba un vestido floreado. A él le gustó a primera vista. Ella le confesó que no se llamaba Diana sino Digna. Él, Juan José. En abril se hicieron novios. En agosto él le propuso que vivieran juntos, en casa de su madre. Ella no quiso.”
Así resume Blanche Petrich el primer romance de Digna desde sus años en Xalapa. El contacto a través del chat había iniciado cuando ella estaba todavía en Washington. Según sus amigos, la vida entonces cambió para la todavía joven mujer. Se ondulaba el pelo, volvió a maquillarse y mudó el estilo de vestir. 
-Nunca escuché a Digna tan feliz –recuerda Lamberto González. Y Estela, la hermana de ella:
-Vino a la casa con Juan José. Fuimos a la playa, venía muy contenta, estaba enamorada, creo…  La vi muy cambiada... más feliz... enamorada.
-Todo mundo dijimos: Digna se ve más hermosa  -dice el Dr. De León, su amigo y médico personal.
-Por teléfono me contó una vez que estaba saliendo con él –es nuevamente Lamberto quien habla-. No recuerdo si me comentó que estaba viviendo con él o si tenía vida íntima. Pero sí que era una relación íntima.
“Yo le preguntaba si no iba a tener hijos. Habíamos tocado muchas veces el tema, antes, los amigos: ¿Por qué no ser madre? Ahora me dijo que ya lo pensaría, aunque lo veía como algo muy lejano.”
Cuando la fiscalía especial se refiera a la relación de Digna con Vera, dirá que el hombre era casado y con hijos, de modo que ella repetía el patrón de su primera relación. Pero esta no tenía nada que ver con aquélla, porque los dos hijos de eran mayores de edad o estaban próximos a serlo, y él vivía con su madre y le proponía a la abogada establecerse juntos.

Viajaron tanto como pudieron en los breves cinco meses antes de que ella muriera: Morelos, Guerrero, Veracruz, un par de ciudades del norte y la zona fronteriza de Texas.
Por más que el documento sobre la historia personal de Digna, ordenado por la Lic. Margarita Guerra, sugerirá una falta en ello, era la primera vez en su vida que esta mujer podía disfrutar siquiera una parte de lo que la mayoría de sus compañeros legítimamente se habían permitido.
¿Por qué Vera despertó sospechas en el primer equipo encargado de la investigación, en el consultor de la CIDH y entre algunos cercanos a la defensora de derechos humanos?
En principio, porque procedía de un mundo por completo ajeno al de ella: el de un hombre sin inquietudes sociales o políticas, que había aspirado a ser pastor de iglesias evangélicas.
En todo caso, había servido para que Digna tratará de asimilarse a una existencia distinta, más completa, quizá:
-La conocí como amiga y la traté como compañera de trabajo. Pero algo le faltaba. Ahora me parecía que era una mujer en plenitud –dice Lamberto con seguridad.


Un testigo a modo
Hasta aquí, para quienes no la conocimos, Digna Ochoa es el dibujo coherente que de ella hacen quienes la trataron largamente: su familia y sus compañeros y compañeras de trabajo.
Se trata de un dibujo que recoge su origen popular, una infancia y una primera juventud en las cuales las responsabilidades multiplican por mucho los juegos y la aventuras. Que la descubre como una mujer de formación muy modesta, sin experiencia en cuestiones amorosas, dulce y colérica, de entrega y arrojo, obligada a vencer el desafío de su condición social y de su género.
El dibujo encaja perfectamente en la personalidad de la”raza”, la “tribu”, que Carlos Monsivaís ve crecer en la América Latina de los 1970 y 1980, como una nueva representación del espíritu de justicia en tanto “prolongación de sus creencias religiosas”.
Encaja el dibujo y no esconde la herencia de una historia común marcada por debilidades, fracturas, deslealtades, bajezas. Va en él también el miedo, a ratos pavoroso, y la conciencia de la infinita pequeñez ante todo, empezando por el poder.
No hay en este cuadro, en su cotidianeidad, nada idílico, sino un desgastante friccionarse con la vida llana, brutal. En la Digna que reta a uniformados y tribunales, está a la vez la de suetercito sin chiste, camisita rosa abrochada hasta arriba y mojigatos mocasines; la que no es bien recibida por las compañeras de Adriana Carmona, que adopta ridículas posiciones de karate y repite escenas de novela rosa.
Cuando la Lic. Margarita Guerra tome su recuerdo, no quedará de ella sino lo que suele quedar de quienes se exponen a la impunidad de un mexicano aparato de justicia.
Será como las jóvenes violadas en Tláhuac en 1998, a las que atendió esta magistrada de culta familia y universitarias menciones honoríficas. Será como ellas, a quienes la autoridad entregó a un manoseo sin recato, que hurgó en su historia íntima para exponerlas públicamente como golfas provocadoras y bajo sospecha, de modo que terminaran rogando olvidar el asunto, porque esa segunda profanación resultaba casi peor que la primera.
En el caso de Digna bastó empezar con un testigo a modo: Adrián Alejandro y Lagunes. La PGJ lo encontró ya a principios de octubre de 2002, a un par de meses de que la Lic. Guerra fuera nombrada fiscal especial.
“... la relación de noviazgo empezó cuando estuve comisionado en Jalapa Veracruz, de 1987 a 1988 –dijo en el interrogatorio el finísimo personaje-, sin embargo no recuerdo la fecha exacta, pero antes cuando yo vivía en Misantla llegue a tener ´algunos caldos o fajes con ella´ (…) cuando ya era casado por el año de 1984 o 1985…”
En esa que fue la primera declaración, quien así se confesaba novio de la futura abogada, reconocía que la buscaba “cada de que yo iba para Veracruz”, pero que él “iba a lo que iba”.
¿Cómo fue que la relación se acabó?, le preguntaron.
“…había aparecido (en la prensa) que había estado secuestrada, y al enterarme yo de esto ni siquiera la fui a ver ya que yo me quería retirar de todas esas situaciones que ella manejaba … no recuerdo la fecha exacta, pero pienso que fue por mediados de agosto no recuerdo el año pero fue cuando ella desapareció y después la encontraron en Mérida, que decían que la habían secuestrado y la habían violado, en ese tiempo estaba viviendo un policía judicial de Jalapa en el mismo edificio que yo y me dijo ´sabes que (sic) ten cuidado porque te estamos vigilando porque tu novia desapareció… por lo que yo mismo me presenté ante el Ministerio Público…”
No extraña pues que este hombrazo hiciera juicios tantas veces como creía necesitaban sus interrogadores, sobre la inestabilidad emocional de Digna:
“…yo notaba desde que la conocí que… fantaseaba mucho y mentía…”
“…desde que la conocí me entere de que ella estaba muy mal sicológicamente…”
“…era muy rara sicológicamente…”
“…se le notaban las depresiones…”
“…tenía problemas de delirio de persecución…”
No podía evitar, sin embargo, caer en contradicciones:
“Señaló en aquélla comparecencia –anotó su interrogador - que desde que conoció a DIGNA, se enteró de que estaba ´muy mal psicológicamente´, luego entonces conteste (sic) ¿cómo se enteró de tal particularidad, o bien, que (sic) hechos o circunstancias lo determinaron a establecer que DIGNA estaba ´muy mal psicológicamente´? RESPUESTA. (sic) ´me entere (sic) por la prensa de su desaparición y en las declaraciones que ella les hizo a ese medio, en donde mencionó de un secuestro y de ahí deduzco yo que estaba mal psicológicamente…”
Ya hemos visto que el tipo orientó al equipo investigador hacia la sospecha sobre la forma en que Digna obtuvo su título profesional y hacia la supuesta relación con los porros de la universidad. ¿Era un simple testigo mal intencionado por naturaleza o por absurdo sentido de autodefensa, o un testigo dirigido?
Antes de referirse a Alejandro y Lagunas, el “estudio” ordenado por la Lic. Guerra se desvivía por desbaratar la confianza en la palabra de la familia de Digna. Para ello topó en los archivos policíacos de Misantla la prueba de que la madre mentía flagrantemente al afirmar “que todos los hijos (…) viven en común y se ayudan entre sí”.
Los archivos probaban que la mujer no estaba en lo cierto, que lo sabía y lo ocultaba con maña, porque no eran los 13 hermanos, sino sólo 12, los bien avenidos y a quienes se reconocía como gente de bien. Uno de ellos, Eusebio, al que apodaban Tizón, estaba en la cárcel y tenía problemas con la justicia desde mayo de 1999, cuando había amenazado a miembros de su familia, sin faltar doña Irene, para terminar dañando a algunos.
El hijo aquel tenía antecedentes y “presentes” penales, era verdad, si bien a partir de entonces, y no antes. Pero en su declaración, el ex novio de Digna, sin venir mayormente a cuento, se explayaba sobre cuán conflictivos eran los Ochoa y refiriéndose a 1987 parecía calcar el expediente abierto a Eusebio en 1999, con inevitables dichos encontrados:
“…conocí a algunos familiares de DIGNA OCHOA... de oídas a un hermano que le apodan EL TIZON, y lo conocí a este TIZON por que el era muy conflictivo en el pueblo...”
Eso en una declaración, y en otra:
“…hay uno que le dicen el Tizón que estuvo preso al parecer por robo y fumaba marihuana y se juntaba con muchos vagos que siempre buscan pleito...”.
¿Preso por robo?, ¿y en 1987? ¿Cómo no constaba en los registros de la policía de Misantla, al menos de acuerdo al estudio de la PGJ? ¿Realmente era Eusebio un conflicto, y público, doce años antes de que dieran comienzo las agresiones contra los suyos? ¿Por qué lo afirmaba el personajillo?
¿Todos los testimonios levantados en Xalapa eran de la misma confiabilidad de este?


Más modelo Guerrero
Como hemos visto y contra lo que luego se empeñará en afirmar la Fiscalía Especial, Digna tenía un larga relación con grandes conflictos de un estado cuya complejidad lleva a Carlos Montemayor a hablar de un sistema de poderes ajenos a cualquier régimen de derecho, muy distinto al colombiano pero igualmente peculiar: el de Guerrero.
Lo tenía a través del Pro y a través de sí misma. Y al parecer resultaba trascendente no en razón de lo que por sí sola hiciera o supiera, sino por cuanto encontraba expresión por medio suyo: las organizaciones sociales, las asociaciones de derechos humanos…
Si las amenazas que en 1996 se particularizaron en ella y en Pilar Noriega, tenían un claro nexo con la defensa a las factibles ramificaciones del EZLN, las de 99, destinadas a su persona y al Centro, por buenas razones podían vincularse a Petatlán y a lo que éste representaba en el conjunto de aquel estado.
A la actividad regular, sistemática, digamos, debía agregarse la que era producto del simple impulso, sin consideraciones políticas mayores, de la abogada. Era el caso del viaje a la sierra poco antes de morir.
Y a la vez, la que el llano azar traía, precisamente por esos días: la colaboración en la defensa de los hermanos Cerezo, hijos de una pareja de miembros conocidos del Ejército Popular Revolucionario y acusados de pertenecer a las Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo (FARP), organizaciones que si bien operaban en diversas partes del centro y sur del país, tenían su centro en Guerrero.
La causa levantada contra Héctor, Antonio y Alejandro Cerezo Contreras, y contra su compañero Pablo Alvarado Flores, era una de las más ominosas en la historia reciente del país.
El 8 de agosto de 2001, menos de mes y medio antes de que Digna muriera, en la ciudad de México habían estallado petardos frente a tres sucursales de la institución bancaria Banamex.
Casi de inmediato los jóvenes fueron aprendidos sin más pretexto que el dicho de los agentes de la Policía Judicial Federal (PJF), quienes ya antes de los hechos parecían vigilarlos por los nexos familiares de los Cerezo y por la presunta presencia de uno de ellos, años atrás, en un campamento guerrillero.
Carentes de indicios que los conectaran con las detonaciones, los agentes habían irrumpido en casa de los hermanos para encontrar, sólo de acuerdo a su testimonio, "artificios explosivos" y “documentos y propaganda” no de las FARP, que a primera vista reivindicaban los actos, sino del EPR.
Con ese único elemento, la Procuraduría General de la República había levantado actas en las que los elementos de la PJF incurrían en contradicciones y en las cuales todo hacía presumir se habían falsificado las firmas.
El despacho de Pilar Noriega y Lamberto González había tomado la defensa del caso, que a pesar de sus obvias irregularidades terminaría con la condena a prisión de los cuatro jóvenes, bajo el siguiente magistral juicio del ministerio público federal: "(tales elementos) son idóneos para establecer con base en la prueba circunstancial, vinculación con actos guerrilleros o de atentados con explosivos".
Digna, que tras un año de distanciamiento de los juzgados, por esos días entraba al despacho de sus amigos, se convertiría en septiembre en una de las abogadas de los jóvenes. ¿Las dos amenazas previas de que fue objeto, a principios del mismo agosto, tenían que ver de una u otra manera con el caso, aunque fuera indirectamente? ¿No enviaban con ello un recado a la oficina Pilar y Lamberto, a la cual ya se había decidido a incorporarse? 
¿Y no puede deducirse con sobrados motivos, que por ello estaba bajo observación policíaca al menos desde septiembre? ¿No hay fundamentos entonces, para pensar que su contacto con los campesinos ecologistas en ese mes, y su viaje a Petatlán a comienzos de octubre, fueron documentados y tal vez seguidos de una u otra forma?
El último mensaje que recibió, tres días antes de su muerte, ¿se relacionaba con el asunto?
En la suma de vínculos con esta serie de conflictos, faltaba considerar todavía el trabajo para el cual Digna había obtenido una beca de la fundación MacArthur a comienzo del año. un estudio sobre el sistema de procuración de justicia en Guerrero, a partir de los juicios a los campesinos ecologistas Teodoro Cabrera y Rodolfo Montiel. ¿Se detallaba o al menos se translucía en él, la información que Montemayor, Mata, Barrera y otros presumían en manos de la defensora derechos humanos?
De tal manera para Digna, que había quedado sin la protección del Pro, los últimos meses de vida estaban tocados una y otra vez por el estado que ella señalaba como el razonable origen del más rudo acoso en su contra.


De medidas cautelares y amenazas
Como salió a relucir tras la muerte, la Procuraduría General de Justicia había congelado la denuncia por el secuestro de Digna, en el último mes de la administración de Ernesto Zedillo, pero no había archivado el expediente.
Al regresar de Washington la abogada, el nuevo procurador, Jorge Madrazo Cuellar, obligado por la solicitud de la Corte Interamericana de Derechos Humanos de darle cobertura con “medidas cautelares”, le asignó una escolta. Lo hizo mientras preparaba el cierre del caso, en mayo, y tramitaba ante la Corte, través de la Secretaría de Relaciones Exteriores, el retiro de la protección.
El organismo internacional consultó el tema con Digna, quien resolvió que nada perdía realmente sin la custodia y se quedó sin ella a partir del 21 de agosto.
-Había llegado a su punto de hartazgo –dice Lamberto González-. No era una mujer imprudente, inconsciente en esos aspectos. Además las condiciones no eran las mismas que antes.
“Quería tener una nueva vida. Había cambiado. La protección o estaba de más o ya no era importante en su vida. Debe haber pensado que había otras formas de sentir seguridad.”
Pero para Pilar Noriega, la decisión fue equivocada, en particular por una razón que explica el Dr. De León:
-La había estado viendo en diversas ocasiones, por problemas muy sencillos: una infección en la garganta, un cuadro diarreico, cosas así. Porque además era una persona sana. Y en esta ocasión particular ella me pidió consulta, porque tenía un insomnio agudo, de pocos días de evolución, que la había llevado a tener fatiga.
Era el 31 de agosto.
-La exploré y no encontré nada en especial, excepto un cuadro de angustia aguda. La presioné, como médico, para que me explicara lo que le pasaba. Le dio un poco de vueltas al asunto pero finalmente, por la confianza y la amistad que hay entre los dos, me dijo: Te voy a decir algo que no le he dicho a nadie.
Había recibido dos llamadas telefónicas reviviendo la última amenaza, que se centraba sobre sus sobrinas.
-Lo que me contó es que por las noches le regresaba la pregunta una y otra vez: ¿Por qué siguen las amenazas? Ya no estoy en el Pro. Ya no estoy en los casos que motivaron las primeras agresiones. Yo me acuerdo que le dije que era una pregunta importante que necesitaba esclarecer.
“Le aconsejé que hablara con su pareja y que se pusiera en manos de expertos, que no se quedara sola con eso. Que pidiera ayuda a quien tuviera facultades para hacer algo al respecto, que se considerara una víctima y no tomara en sus manos su propio caso, ni como abogada de casos apurados que era.”
Ahora habla Pilar, que se enteraría por la misma Digna un mes más tarde: 
-Me dijo que las amenazas le habían llegado antes de que se levantaran las medidas cautelares que había establecido la Corte Interamericana... Me molesté con ella... Hasta cierto punto me siento culpable... Yo le decía que si no lo quería hacer público, que lo hiciera del conocimiento de la Corte... Luego me dijo que ya no habían llegado más.
La preocupación de Pilar era mayor que la del Dr. De León, porque si, en efecto, a principios de agosto Digna cumplía más de un año sin litigar, estaba ya acordado que en breve la supliría en el despacho.
La veracruzana parecía muy consciente de lo que esto significaba. Por eso el propio día en el cual se quedó sin custodia, se preocupó por los beneficiarios de su seguro de vida, Juan José Vera y, en particular, una de sus hermanas, a quien escribió que estaba por ocuparse de un caso de suma gravedad, el de los hermanos Cerezo.

Por lo demás, como sabemos, no sería el último mensaje que le llegaría, y que a futuro tendría una virtud: dar al traste con una de las grandes coartadas de la Lic. Margarita Guerra. 

Cap. VII ¿Perdiendo o ganando el control?

En la segunda mitad de 1999 el asedio a los defensores de derechos humanos alcanzó con mucho su punto más alto hasta entonces, con Digna y el Pro.

Como recordamos, la abogada había sufrido el secuestro exprés el 9 de agosto del mismo año. El 3 de septiembre, por correo llegaron al domicilio al cual recientemente se había mudado el Centro, “tres sobres que contenían diversas amenazas”.
Los tiempos se acortaban y el 8 la intimidación dio un llamativo paso adelante, con cuatro notas confeccionadas con recortes de periódicos. Estaban depositadas dentro del edificio, y no en un lugar de fácil acceso, sino “bajo una maceta”, indicando así que las oficinas de la institución eran fácilmente vulnerables.
En la progresión, el 14 Digna encontró, ni más ni menos que “en el cajón central de su escritorio”, dos sobres blancos con nuevas avisos. Fue ahí que, en apariencia para señalar la conexión con su rapto, se anexó una de las tarjetas de presentación de ella, presumiblemente tomada del portafolio que le habían quitado entonces, firmada con la cruz.
Por si quedaba duda al respecto, tras tres semanas de respiro, y tal vez más allá de la casualidad en cuanto a la fecha, el 9 de octubre, a dos exactos meses del secuestro exprés, fue que la abogada halló en su casa la credencial de elector y otros papeles que iban en el portafolio aquél.
De ese modo también se confirmaba la advertencia: el o los hostigadores podían entrar y salir adonde y cuando quisieran.
Y el juego continuaba cuatro días más tarde, el 13, con otro mensaje que empleaba un sentido del humor por el cual hablaba el nivel de poder y acostumbramiento a él, y de negro refinamiento, digamos, de quien o quienes habían redactado el textos: "¡Cuidado! Bomba en casa. Sólo una, no es para tanto".
Tenía pues razón el para ese momento director del Pro, Edgar Cortez, al declarar que no se trataba de hechos fortuitos; sino de "una acción diseñada”.
Para nada había servido la vigilancia que en septiembre otorgó la Secretaría de Seguridad Pública del DF, ni los decires del Procurador General de la República, Jorge Madrazo Cuellar, ante una comisión del senado, asegurando que “se está investigando”.


Si de terror se trata
En la noche del 28 de octubre, a 15 días de la última nota, Digna experimento la que quizá fue la peor experiencia de su vida. Dejemos que su declaración ministerial la cuente:
“…la declarante llegó a su domicilio que citó en sus generales, y lo hizo sola, procediendo a las 20:30 horas a abrir la cerradura de la puerta única de acceso a su domicilio, percatándose en esos momentos de que una de las dos cerraduras dio nada mas un giro, siendo que normalmente la deja con dos giros dicha cerradura, no dándole importancia a dicha situación toda vez que pensó que se le había olvidado cerrar debidamente…
“ingresando a su domicilio no notando nada extraño en el interior de su departamento, por lo que continuó efectuando una revisión a las dos habitaciones que se hallan en la parte superior no notando nada extraño…
“y que siendo aproximadamente las 22:00 horas (…) es que procede a salir a la sotehuela (…) a fin de subir la flama del calentador, y enseguida ingresa a su domicilio, cerrando la puerta (…) y se metió a bañar, saliendo aproximadamente a las 10:20 horas de la noche, y enseguida procede a dirigirse a una de las habitaciones a encender su televisor…
“y una vez que lo hizo (sic) haciendo es que se percata de la presencia de alguien detrás de la emitente y al intentar voltear solo ve una sombra y enseguida siente que la abrazan sujetándola de ambos brazos y al mismo tiempo le tapan la boca, con un objeto suave y húmedo, sintiendo en ese momento perder el conocimiento y al recuperarlo se da cuenta que se hallaba sentada en el interior de una de las habitaciones que se hallan en la parte superior y la cual utiliza como cuarto de televisión y estudio…
“y es en esos momentos que observa únicamente que enfrente de la emitente se hallaba una persona la cual vestía pantalón obscuro sin precisar características, el cual carecía de calzado, ya que únicamente vestía calcetines, y que así mismo menciona que la luz de dicha habitación se hallaba encendida, y que fue en estos momentos que le cubren sus ojos con una venda, y enseguida un sujeto masculino del cual precisa tiene voz bastante grave y en tono autoritario le manifiesta: ´CÓMO TE LLAMAS, DÓNDE TRABAJAS, QUÉ ES LO QUE HACES, DE DÓNDE ERES´, dándole contestación a dichas preguntas la emitente, escuchando que al preguntarle este sujeto y responder la declarante se escuchaba que otra persona tecleaba una computadora tipo personal…
“y enseguida dicho sujeto le manifiesta ´CÓMO ESTÁN ORGANIZADOS EN EL CENTRO DE DERECHOS HUMANOS AGUSTÍN PRO´, a lo que la emitente le manifestó que se hallaban agrupados en áreas, preguntándole el número de áreas igualmente, a lo que la emitente al momento manifestó que no precisaba el número y fue cuando el sujeto procedió a indicarle de que fuera diciéndole el nombre de cada área a lo que la emitente le fue precisando el nombre de cada área así como los nombres de sus integrantes…
“y dicho sujeto procede a manifestarle de que le dijera el nombre ´DE SUS CONTACTOS´, de sus compañeros, a lo que la emitente le manifestó de que sus contactos eran los ofendidos de violaciones a sus derechos humanos, así como las mismas autoridades que conocieran de dichas violaciones, y que posteriormente dicho sujeto al contar con los nombres de los treinta compañeros de trabajo, le manifestaba que le proporcionara los datos personales de cada uno de sus compañeros, con quiénes vivía, qué es lo que hacía, y qué lugares frecuentaban a lo que la declarante les contestaba que desconocía dichos datos…
“y enseguida dicho sujeto le preguntó cuáles eran los contactos del Centro Pro, en los estados de Chiapas, Oaxaca, Guerrero, Puebla, Hidalgo, Veracruz y Distrito Federal, a lo que la deponente le manifestó que eran los mismos ofendidos de violaciones de sus derechos humanos, así como las autoridades estatales, y enseguida dicho sujeto le preguntó que a quiénes veían cuando acudían a los referidos estados, a lo que la emitente le dio la contestación antes referida y enseguida éste sujeto comenzó a preguntarle que a qué personas conocía del E.Z.L.N., DEL E.P.R. y DEL E.R.P.I., a lo que la emitente le manifestó que no conocía a ninguna persona de esos cuerpos paramilitares, a lo que dicho sujeto le manifestó “PENDEJA, NOSOTROS SABEMOS QUE SI SABES”…
“y enseguida dicho sujeto comenzó a preguntarle que quiénes eran sus contactos en dichos cuerpos Guerrilleros, así como dónde se hallaban sus casas de seguridad, puedes ubicarlas, sabrás reconocerlas, puedes llevarnos, a lo que la deponente le contestaba que no tenia ningún contacto de dichos cuerpos guerrilleros y que no conocía ninguna de las casas de estos, y enseguida dicho sujeto le comienza a decir muchos nombres sin precisar la cantidad ni nombres en específicos, indicándole de que dónde los había conocido quiénes eran, cómo se llamaban, dónde vivían, a lo que la emitente le contestó que no conocía a ninguna de estas personas…
“y fue enseguida que este sujeto le manifestó que si sabia usar armas, que quiénes de su trabajo sabían utilizar armas, que quiénes les habían enseñado, que donde tenían guardadas las armas, a lo que la emitente les manifestó que no sabia usar armas y que tampoco sus compañeros sabían el manejo de armas…
“y enseguida dicho sujeto le manifestó ´TE VAMOS A QUITAR LAS VENDAS PARA MOSTRARTE UNAS FOTOS Y NOS DIGAS QUIÉNES SON´, procediendo a quitarle el vendaje de los ojos, y es en estos momentos que ve una luz muy intensa hacia sus ojos por lo que tuvo que agachar la vista, y es enseguida que este sujeto le coloca en ambas manos a la emitente varias fotografías en un numero no inferior a cincuenta, y que en cada de estas fotografías se apreciaban gentes solas y en ocasiones en grupo y que esta personas que aparecían eran de origen humilde, es decir campesinos quienes en ocasiones se veían portando a nivel de la cintura con machetes, y que dicho sujeto en cada una de las fotos le proporcionaba un nombre y le manifestaba que dónde lo había conocido… “
De acuerdo a este testimonio de Digna, sucedió algo a lo que se habían familiarizado los integrantes de organizaciones guerrilleras de los 1970 cuando los apresaron:
“…y posteriormente dicho sujeto procedió a mostrarle aproximadamente treinta fotografías propiedad de la emitente, se dice y corrige que fueron en un número aproximado de cincuenta fotografías, unas de estas que tomó en el mes de mayo del año de 1999 esto en Córdoba, Estado de Veracruz, y que son las que tomara referente a un caso de una explosión en el estado de Veracruz, así como otras de las fotografías eran de sus familiares y amigos, así como compañeros de su centro de trabajo, así como de otras que tomara en la Ciudad de los Ángeles en los Estados Unidos de América, en la que se aprecia la emitente con personal de Amnistía Internacional, así como en la que se observaba a la declarante con un monje del Tibet…
“y que en cada una de estas fotografías dicho sujeto le iba preguntando por cada una de las personas que aprecia en dichas fotografías, a lo que la de la voz le iba proporcionando (sic) así como su relación con dichas personas y que indica de que cada vez que manifestaba no conocer a las personas que aparecían en las fotografías, dicho sujeto le agredía verbalmente diciéndole PERRA, PENDEJA, HIJA DE PUTA,…
“y que posteriormente dicho sujeto procedió a vendarle los ojos y le indica CAMINA PARA ACÁ, al momento de que sentía que alguien le sujetaba el brazo, por lo que caminó y momentos después siente que la conducen a su recamara en donde al llegar junto al borde de su cama dicho sujeto le indica siéntate, lo cual hace la emitente sobre la cama…
“y es en estos momentos que le colocan en la boca vendas, y es cuando le indican que se acueste, lo cual se niega la emitente y es en estos momentos que siente que la empujan de los hombros hacia atrás, ocasionando con esto que la emitente se recueste en la cama, y al estar sucediendo esto es siente que le suben los pies a la cama, y enseguida le comienzan a amarrar los pies a la altura de los tobillos, y enseguida le amarran las manos quedando estas al frente…
“y al hacer esto, es que escucha que es abierto el gas, así como huele el olor característico de este, por lo que al suceder esto la emitente comienza a desesperarse, por lo que procede a intentar desamarrarse, escuchando que cerraban la puerta de su recamara, y momento después que era cerrada la puerta principal de su departamento…
“por lo que continua intentando desamarrarse, logrando primeramente aflojar las vendas de los ojos, y es cando observa que en el interior de su recamara se hallaba un tanque de gas de su propiedad el cual se hallaba en la sotehuela (sic), y posteriormente logra aflojar las ataduras de sus manos y procede a incorporarse logrando cerrar la llave del gas de dicho tanque de gas…
“y de inmediato abre la puerta de su recamara y a continuación abre la puerta de la sotehuela (sic), y al hacer esto procede a desamarrar sus manos, e intenta efectuar una llamada telefónica, ya que su línea telefónica se hallaba en dicho momentos sobre el barandal de la escalera, no siendo esto posible toda vez de que ´NO HABÍA LÍNEA´ por lo que procede a sentarse en la escalera hasta que logra quitarse las amarraduras de los tobillos…”
“estima que estos sujetos se fueron de su domicilio aproximadamente a las 07.30 horas” del día siguiente, y que “únicamente presenta lesiones físicas exteriores en ambas muñecas producidas al intentar desamarrarse de las vendas”.
Lo que no depuso Digna fue el descubrimiento del último mensaje relacionado con el asalto exprés: el portafolio. Dentro estaban dos de sus libretas, y en una de ellas, como detalle final, cuatro palabras que no eran de su puño y letra: "Ja, ja".
Juan Angulo Osorio escribió entonces, en tono profético:
“Es mejor que documentemos ahora lo que ha sido un brutal episodio de guerra sucia contra una frágil y bondadosa mujer, lo cual tal vez mañana ya no podamos hacer, aunque queramos.”

 


El miedo “como gota de agua”
-Cuando se da el tema de las amenazas, yo sabiendo lo que ella había vivido en Xalapa, platicábamos mucho –recuerda Victor Brenes. -Si era un tema que le preocupaba...
“Digna tenía como dos facetas, que a veces pasa, que yo creo que es común cuando vives un proceso de amenazas. Hacía afuera aparentaba ser muy fuerte, que a ella no le importaban las amenazas y que no iba a dejar lo que hacía... Pero internamente también se preocupaba, también se angustiaba.

“Yo me acuerdo que platicábamos ese proceso que se da cuando a ti te amenazan… Es como una gota de agua que va cayendo y va abriendo un huequito, aunque trates de aparentar que tienes el control.”

-Digna estaba totalmente vulnerada por esa persecución –dice Blanche Petrhich. -Su reacción no era de dolor. Yo creo que eso también habla mucho de su naturaleza. Su reacción era de enojo, de coraje, muy echada para adelante...
“Una no se imagina la terrible tortura que es vivir con esa sensación de desasosiego, de angustia, y en este caso un miedo que la hacía revolverse furiosamente contra la incapacidad del Estado de agarrarle las manos a los asesinos. La falta de voluntad y determinación para actuar...
“Y era inclusive la autoridad de un gobierno venido de la posición, ya no era un gobierno del Distrito federal priísta, con toda la tradición de impunidad del priísmo.
“No, era una nueva esperanza. Y esos procuradores de justicia fueron absolutamente, no sólo incapaces: inactivos, pasivos, despreocupados, negligentes en el asunto de la investigación. Fue algo totalmente criminal.
“Y ella vivía en un estado permanente de enojo. Era su manera, muy valiente, con una gran vena, con una naturaleza verdaderamente admirable, de vivir esto. No era una quejetas. No era que se fuera a chillar por los rincones.... Tenía una gran entereza y tenía miedo...
“Fue una persecución sádica. O sea, los perseguidores pudieron haberla matado tres años antes. Pero la hicieron sufrir el miedo, que debe ser uno de los peores sentimientos que hay...
“Hicimos muy poco. La sociedad hizo muy poco. Esa indolencia...”


“Protegida”

Entretanto, la misma noche el domicilio del Pro era violado. Al día siguiente, los primeros en llegar encontraron que “en la oficina del área jurídica la ventana estaba abierta” y los escritorios en desorden, con papeles regados por el suelo. Sobre uno de los escritorios, llamando la atención, “una carpeta con una leyenda” impresa en color rojo, que podía resultar muy elocuente: “Poder suicida”.
La jugarreta se completaba con la desconexión del sistema de video en circuito cerrado, con el cual el Centro confiaba estar a salvo.
La Procuraduría del DF (PGJDF) ofreció vigilancia a las instalaciones y una custodia para Digna. ¿Serviría para algo?, fue la pregunta de los miembros del Pro. Porque los operativos anteriores habían mostrado su incapacidad ante quienes, para ellos quedaba claro, pertenecían a "instancias altamente profesionales”.
Digna en particular se mostraba renuente a la protección sobre su persona, pero a principios de noviembre la PGJDF se hizo cargo de ella, al tiempo que iniciaba una investigación que cerca de un año después no daba resultado alguno.
En cuanto a la custodia, a la abogada le disgustaba “traer cola, agentes que la seguían por todos lados”. Pilar Noriega conocía el tema de cerca:
-Eran mujeres de la Policía Judicial del DF, sin entrenamiento de ninguna especie para hacer frente a alguna contingencia. Como Digna era de camioncito, le servían de chofer. Pero le chocaba tenerlas.
Las prefería, sin embargo, a los guardaespaldas ofrecidos por la Policía Judicial Federal, debido a que ella y el Centro todo presumían que en los actos de acoso participaban áreas del gobierno federal.
Esa fue el motivo para que en septiembre del 2000 las autoridades del DF transfirieran el caso a la Procuraduría General de la República.
La manera en que procedió ésta, exhibió su total desinterés. Ya el 17 el noviembre había resuelto que el expediente “estaba bajo la figura de la no consulta del ejercicio”.
Le había tomado, pues, menos de treinta días, convencerse de que debían desestimar una denuncia sobre “allanamiento de morada, golpes, robo y privación ilegal de la libertad”, por “falta de elementos” (LA JORNADA)
Para entonces Digna no contaba ya con las custodias, pues se había marchado a los Estados Unidos.


La investigación
En marzo de 2002, mientras el Lic. Renato Sales empezaba a filtrar documentos a la prensa y a defender “con pasión” la tesis del suicidio, ante los medios el procurador capitalino se mostraba más prudente:
“Detalló que en los últimos meses se ha seguido la línea de los contactos y enemistades que Ochoa pudo realizar durante su labor como abogada defensora de los derechos humanos y como luchadora social –decía, de acuerdo al diario que con mayor constancia había seguido la historia-. También se han investigado todos los contactos familiares y afectivos de la occisa. Incluso, afirmó, se ha contemplado la posibilidad de un suicidio, pues no se quiso dejar nada sin investigar.”
Sin embargo, quedaba envuelto en los errores de su equipo. Por ejemplo, en cuanto a la pistola desde la que probadamente se habían efectuado los tres disparos:
“…no hemos logrado encontrar las conexiones entre los hechos, los posibles responsables, los detalles del crimen y el arma empleada ….Se han hecho estudios muy minuciosos del arma, que es un arma muy peculiar; sin embargo, no hemos llegado a nada positivo.”
¿De qué meticulosidad estaba hablando? ¿No se le informó, por ejemplo, que habían olvidado etiquetar los casquillos, complicando el entendimiento de cuál pertenecía a cada impacto? ¿Ni de que se registro equivocadamente el número de serie del revolver? ¿No sabía tampoco que éste había caído de su envoltorio, desarticulado, y que como consecuencia toda huella, incluidos los restos de masa encefálica que por fuerza debía guardar, desaparecieron?
Entonces le habrían ocultado a la vez que el fragmento de la propia sustancia cerebral depositado en el guante de la mano izquierda, se había extraviado también.
El Lic. Batiz cedía además a las tentaciones de Renato Sales, refiriéndose al “misterio del cuarto cerrado”, “que es un clásico de las novelas policíacas” en el cual se concluye el suicidio en razón de que el único acceso al “teatro de los hechos” está cerrado con llave y no guarda muestras de forzamiento.
Y así por un lado se enredaba en el círculo vicioso de presumir una investigación realizada conforme a los cánones, y por otro convertía en irrefutable su deducción para resolver un enigma para el cual el primer encargado del caso, Alvaro Arceo, tenía una explicación plausible: el asesino o uno de los asesinos, era conocido de Digna. Explicación que para otros abarcaba la posibilidad de que la mujer llegara despacho acompañada por el homicida o los homicidas, de buen grado o forzada.
Sí, el procurador estaba atrapado en una averiguación previa abundante en fracturas e irregularidades. ¿De que manera sostener, digamos, su segundo argumento a favor del suicidio, basado en la supuesta imposibilidad de que “nadie podría haber estado en el lugar exacto desde donde se disparó”, de suyo no comprobada, si como estaba demostrando en ese momento el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), se había manipulado la “escena cuando evacuaron las pruebas técnicas”?
¿Y la feria de fotografías publicadas, que además contradecían el testimonio de Gerardo y Lamberto González y del Dr. De León? Más de un año después de los hechos, el Lic. Batiz reconocía:
-Hubo una fotografía que publicó un periódico, que indebidamente salió de la Procuraduría. Hicimos una averiguación al respecto… La historia es esta. Las fotografías que oficialmente se tomaron por los peritos obran en el expediente, son muchas. Hay varias de ellas parecidas a la publicada, pero la que fue publicada no fue tomada por los peritos…
“La policía judicial tenía la costumbre, que ya prohibí, de que llegaran con sus cámaras polaroid… Y hubieron dos policías, una mujer y un hombre, que tomaron fotografías, además de las de los peritos. Los dos declararon que se las entregaron a un comandante que falleció, ya era una persona mayor… Independientemente de que les creamos o no, sí sabemos que hubieron otras fotografías.”
Seguramente el Procurador no quería echar más leña al fuego sobre las prácticas que quería erradicar de la institución y explicaba la costumbre de los agentes de tomar fotografías, por el interés en realizar “su propia investigación”.
En realidad, como bien se sabía en el ambiente, el motivo tradicional era vender este material a la prensa. A veces se llegaba a más, permitiendo a los reporteros gráficos estar en contacto con la escena del crimen. De donde legítimamente podía preguntarse si algo similar había sucedido en el caso Ochoa y si no era esa la razón no ya de las fotografías con correspondencia con las oficiales, sino de las que la contradecían, a las cuales el Lic. Batíz no hacía referencia.
Para terminar, respecto al tema más delicado el hombre aseguraba que se seguían todas las líneas posibles, pero al enumerarlas dejaba fuera una, que la prensa le señalaba: las amenazas y los secuestros.
-Mire –respondía el Procurador a un periodista -, entre las posibilidades está que algún grupo de personas con mucha capacidad de acción y de imaginación…. Puede ser que un sector dentro del poder público. No hemos encontrado ningún indicio hacia allí…
Los seis años de hostigamiento, cuyo último mensaje se había producido tres días antes de la muerte ¿no eran precisamente eso, indicios, y de la mayor relevancia?
Un periodista lo interrogó sobre sus primeras declaraciones tras el encuentro del cuerpo de Digna, y el contestó:
-Yo mencioné que tenía el estilo de cuando se deja un mensaje. Dije yo: un crimen de extrema derecha. Pero era una opinión personal.
¿Qué diferencia había entre esta opinión personal y la que se desprendía de la referencia al “misterio del cuarto cerrado”?
Una hipótesis había quedado desechada, de acuerdo al Lic. Bátiz: la de la participación en los hechos de Juan José Verá, el novio de Digna. No hacía mención al por qué, pero hasta donde se sabría, al equipo investigador le había bastado establecer que el hombre podía corroborar su presencia, entre las horas probables de la muerte, en puntos de la ciudad lejanos de la oficina de la calle de Zacatecas.
A unos días de las declaraciones del Procurador, el informe de la CIDH advertía, como hemos visto, que “la coartada” no era suficiente, en la medida en que podía inferirse una participación indirecta.
Advertía eso y muchas cosas más. Una de ellas, que la indagatoria se había olvidado por completo de los “tres sujetos con ciertos rasgos característicos”, que “procedieron en forma sospechosa” la tarde anterior al fallecimiento.
Pista esta que el primer encargado de la averiguación había tratado de seguir “obsesivamente” y que de la noche a la mañana quedó sepultada. De esa manera se olvidaba el recurso de hacer retratos hablados para cotejarse, por recomendación del informe, “con fotografías de miembros de los cuerpos de policía y de seguridad que pudieron haber estado presentes por ese lugar de acuerdo a reportes de organismos de seguridad”.
Este aspecto señalado por la Comisión resultaba de un obvio sentido común y de enorme trascendencia. En un despacho donde trabajaban defensores de derechos humanos de los cuales se sabía, sin rastro de duda, eran observados por servicios de inteligencia nacionales; en el que entonces se llevaban casos que interesaban de sobremanera al Estado, como el de los hermanos Cereso, presuntos miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo; en un lugar así era de esperarse la presencia de agentes de alguna corporación.
Sin embargo, el comisionado de la CIDH no encontraba documento que indicara la realización de investigaciones en tal sentido. Se trataría de investigaciones dirigidas, antes que nada, a saber si los factibles observadores habían estado en el edificio de la calle de Zacatecas o en su entorno, durante la mañana y el mediodía del 19 de octubre, y si habían apreciado algo fuera de lo común.
Lo que antes se había dicho respecto al CISEN, para el consultor de la Comisión, Pedro Díaz, valía en cuanto a la Secretaría de la Defensa Nacional:
“…la información suministrada… sobre las fichas curriculares o de inteligencia que de la víctima se poseen en sus archivos es incompleta y no obedece a aquella que los organismos de seguridad e inteligencia tienen de activistas de derechos humanos a quienes suelen clasificar en bancos de acuerdo a sus ´supuestas´ filiaciones ideológicas o políticas.”
El por qué era claro: “Para la averiguación penal –continuaba el informe- es de vital importancia conocer de estos archivos que permitan evaluar y explicar de ser el caso, si hubo relación con las anteriores amenazas”.
Casi para finalizar, Pedro Díaz dejaba constancia de que había “expresado en forma directa al Señor Procurador”, la necesidad de “agotar todas las líneas de investigación propuestas desde un comienzo, con igual énfasis y dedicación, a pesar de que a consideración de los investigadores oficiales pareciera que se avanza en alguna de ella (sic) con preeminencia sobre las otras”.
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Es difícil decir lo que pensó al respecto el Lic. Batiz, pero sí lo que hizo con la recomendación su subprocurador encargado del caso. A principios de junio del mismo 2002, la oficina de Renato Sales volvía a filtrar información confidencial a los medios.
Esta vez se llegaba al extremo de entregar la copia de dos cartas escritas por Digna en 1987, durante su estancia en Xalapa y el triste fin de su relación amorosa con un hombre casado. En ellas la joven hablaba de un intento de suicidio, aparentemente tras haber abortado.
La suciedad de la maniobra descubría el espíritu de hacer lo indecible por cerrar la investigación cuando en la práctica se habían abandonado todas las otras líneas, sin profundizar en ellas. Es decir, sin virtualmente haberlas tocado.
La mala fe del acto llevaba a sospechar si había algo más que descomunal negligencia en el subprocurador, al ordenar la limpieza de la alfombra del despacho, borrando cualquier huella.
En realidad ya no había manera de restaurar la escena, porque el Lic. Sales había hecho trasladar los muebles a una oficina de la Procuraduría para, según se rumoraba, reconstruir los hechos ante su jefe.


La peor semilla
Si uno de los grandes instrumentos de la impunidad es el tiempo, su paso, otro es una de las máximas del fascismo alemán: cuanto más increíble es una mentira lanzada por el poder, más creída será.
Es conocido el manual del FBI sobre la forma de sembrar la duda dentro de un grupo de oposición, haciendo caer sobre uno de sus miembros la sospecha de ser un agente infiltrado.
Como hemos dicho, al parecer desde la noche misma de la muerte de Digna algunos integrantes del Pro estaban convencidos de que se trataba de un suicidio, aun sin ver ni el despacho ni el cadáver.
En el transcurso de dos años, conforme el subprocurador Renato Sales y la fiscal especial que lo substituirá, den por descontada cualquier hipótesis que no sea esa, no pocos defensores de derechos humanos se convencerán de que así fue.
El primero de ellos, el ex director del Centro, David Fernández, como podía intuirse si se leía con cuidado la siguiente entrevista, dada antes de confesar públicamente que se afiliaba a la idea de la “autoinmolación”:
-Es interesante hablar de una primera etapa en Digna Ochoa, porque me parece que... fue viviendo un proceso de evolución y transformación de su propio carácter y de su identidad como tal.
“Me parece que en el transcurso del Pro se va endureciendo, y poniéndole tonos dramáticos a su propia vida...
“Pero también en todo momento me parece que Digna vivía como una personalidad contradictoria   . Podía ser, efectivamente, muy dulce, afectuosa... pero también podía ser muy distante, muy agresiva, muy dura, no sólo frente a los adversarios, pero también en sus propias relaciones dentro del Centro... y con sus amigos.
“Dependía mucho del humor con el que llegara, la conducta que iba a tener en un momento dado... no era una persona sencilla, transparente... estaba sujeta a vaivenes... a respuestas diferentes... en distintos momentos del día…
“Su actitud laboral era diligente, se ofrecía, no le rehuía al trabajo, sabía trabajar en equipo... Me parece que esta actitud también fue cambiando. Oí quejas, hacia el final de su vida, de que más bien no cumplía con ciertas responsabilidades que le eran asignadas…
“Me parece que la personalidad de Digna caminaba siempre en el filo de la navaja… me parece que tenía proclividad a caer del lado de la imprudencia. Con frecuencia se le señalaba esto en su confrontación con fuerzas de seguridad, con elementos policíacos, con elementos del poder judiciales del ejército…
“Digna no era muy faciilita para mandarle cosas. Sé de conflictos que tenía en su convento. Entonces seguramente no era fácil tenerla como subordinada para su superiora...
“Digna... confundía, me parece, lo fundamental con lo secundario…  O había esta audacia temeraria que quería acarrear algún tipo de agresión  o había un afán de notoriedad, no lo sé...
 “El distanciamiento (con el Centro) aparentemente se da, yo ya estaba lejos, estas son versiones de oídas, porque no sintió suficiente respaldo. Dicho de otro modo: el distanciamiento viene de que la gente del Pro empieza a dejar de creer respecto de las agresiones que ha vivido… ya parecía que las agresiones que decía haber vivido parecían venir muy adornadas, con una serie de elementos difíciles de cree…
-¿Qué fue lo que Digna aportó?
-Claramente aportó su trabajo, su talento... Objetivamente mirado, independientemente de sus motivaciones internas, legítimas o espurias
En privado, según aseguraban Lamberto González y Pilar Noriega, entre otros, el padre Fernández afirmaba que su ex compañera había inventado sus secuestros y que posiblemente había sido la autora de las amenazas a la institución y a los demás abogados. Lo habría sido por una sencilla razón: trabajaba para un servicio de inteligencia del Estado, tal como él sospechó muy pronto.
Independientemente de la pregunta que enseguida salta a la cabeza, sobre la forma en la cual el ex presidente del Pro explicaba para sí el suicidio de la probable agente, lo que parecía observarse era el éxito del largo y cruel hostigamiento:
David Fernández se convencía de la locura de Digna y estaba dispuesto a creer que había sido una infiltrada, y aparecía así a su vez como un hombre desleal, poco equilibrado y terriblemente irresponsable, en la medida en que no había compartido con sus compañeros las dudas sobre una mujer insertada en el corazón de las organizaciones de derechos humanos.
Quien quisiera profundizar en esta serie de desatinos, podía llegar muy lejos, hasta los extremos más absurdos. 


La culpa y sus aberraciones
La aceptación del Pro como coadyuvante no fue bien vista por la totalidad de los defensores de derechos humanos y de quienes eran cercanos a ellos. A Miguel Ángel Granados Chapa, por ejemplo, la medida no le pareció adecuada en consideración a que el Centro era “juez y parte” y de que Digna había roto con él justamente porque sus responsables habían dudado del último acto de hostigamiento contra ella (ENTREVISTA NUESTRA).
De seguro el periodista conocía además el comentario que la abogada había hecho a algunos de sus amigos: “Si algo me pasara, no quisiera que el Pro lleve mi asunto” (PILAR EN ENTREVISTA NUESTRA POSTERIOR).
El subprocurador Álvaro Arceo, encargado de la averiguación previa en la única etapa en que ésta se centró sobre las líneas basadas en la hipótesis de homicidio, explicaba así el haber sido relevado del caso:
-Inevitablemente entre ese material de investigación había unas menciones no muy alagüeñas para algunos integrantes del Centro. Y eso nos hizo presumir que en algún momento iba a haber una reacción mayor…
“Presumo que esa fue la base de que un momento el señor Procurador tomara la determinación de cambiar al grupo.”
Quienes, como efecto de la semilla de la desconfianza sembrada por el acoso, hablaban de una suerte de conspiración jesuita para detener el avance de la investigación, podían mal emplear esas y otras declaraciones del subprocurador:
-Lo previsible es que (los miembros del Pro, en tanto coadyuvantes) nos dieran información, pruebas, y que nos sugirieran hechos. No lo hicieron. Ocurrió lo contrario.
¿Podía dudarse de la integridad de uno de los organismos que había sido punta de lanza en México, con el Centro Vitoria y los espacios relacionados con la Diócesis de San Cristóbal de las Casas, en la defensa de los derechos humanos allí donde se irrita “profundamente a la fraternidad de la muerte”?
Los grupos de poder que habían sido confrontados por estas mujeres y hombres del “último frente de batalla”, con la muerte de Digna y su indagatoria parecían lograr que una de sus mejores herramientas diera resultado.
Era como si se accionara un mecanismo de autodefensa semejante al que había permitido al mundo entero negar la existencia, mientras estaban en pie, de los campos de exterminio nazi.
Admitir, sin pruebas, el suicidio de Digna, y dejar de lado las obvias líneas de investigación que partían del asesinato, era cómodo y tranquilizador, pero conducía a un desatino tras otro.
En tanto la única explicación posible en caso de suicidio, era que la abogada lo había preparado para simular un homicidio, rodeándolo por capricho con toda clase de confusos elementos, sin recurrir a los más naturales (signos de pelea en la oficina, etc.), debía presumirse un trastorno emocional de grandes proporciones.
Éste a su vez conducía a creer en una personalidad alterada, que tenía que haberse revelado antes: en la creación imaginaria, por ejemplo, de un una serie de actos de intimidación. De ser así, las amenazas al Pro y a otros despachos vinculados a él, quedaban en entredicho o tenían que atribuírsele a ella, porque los peritos señalaban su “alto grado de uniprocedencia”..
En conclusión: ningún órgano de poder, formal o informal, había atentado nunca contra el Centro ni contra los demás.
El mismo razonamiento podía aplicarse, y de hecho era aplicado por órganos del Estado, a los cuerpos hallados en el Ejido Morelia tras el levantamiento del EZLN, a los muertos en Aguas Blancas, a los presuntos zapatistas de Yanga y Catalomacán torturados, a los cadáveres encontrados a las afueras de la escuela de El Charco, a los campesinos ecologistas presos por falsas acusaciones, etcétera: quienes denunciaron los hechos mintieron; ningún institución pública estuvo involucrada.
¿Era consciente el padre Fernández de la trampa y de sus terribles consecuencias, que para 2004 se reflejarán en la profunda división de la comunidad de defensores de derechos humanos y en terrible decaimiento del centro jesuita, regresado en mucho a sus orígenes de simple organismo consultor?
Tal vez no le importaba, si atendemos al artículo con el cual en julio de 2003 romperá el acuerdo que, con un dejo doloso, él mismo confiesa haber hecho con una porción de sus mejores compañeros:
“Había permanecido callado respecto a la muerte de Digna porque así me lo pidieron mis amigos de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal. Con ellos establecí un pacto en el sentido de que nadie se pronunciaría ni en pro ni en contra de la hipótesis de suicidio hasta que las investigaciones de la Procuraduría del Distrito Federal concluyera sus investigaciones y éstas fueron analizadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Por mi parte considero que cumplí el pacto.”
¿Lo había cumplido? En términos formales sí, pero no éticos, porque el estudio se manifestaba justamente contra un trabajo de la PGJ que impedía pronunciarse por cualquiera de la dos tesis. Sin referirse a ello, manipulando al lector, el padre continuaba con otra afirmación malintencionada:
“Sin embargo, este tiempo de silencio ha operado en contra de la verdad y la justicia.” ¿A qué se refería? El tiempo en verdad había obrado contra la verdad y la justicia, aunque el responsable no era el silencio, y menos aún el de él, si leemos con atención el resto del articulo:
“… desde el momento mismo en que fui informado de su muerte intuí que se trataba de un suicidio. Entonces era una certeza moral. Hoy se trata de una certeza sostenida en evidencias.”
¿Cuáles? ¿Las que el propio informe final de la CIDH desnudaba y las que pronto veremos resultarán una aberración para psicoanalistas independientes, para la CDH DF y para el sentido común de quien quisiera conocerlas? ¿No estaba curándose en salud el padre, ante una opinión pública que esperaba fuera enterada por quienes si cumplieron el pacto hasta el final?
Curándose en salud, decimos, ante lo que desnudaba otro párrafo del artículo:
“No es verdad, sin embargo, que haya sido quien esto escribe el que abrió la hipótesis del suicidio a la PGJDF. Tampoco es verdad que yo haya cabildeado con nadie este asunto.”
¿No? En todo caso, quedaba confeso de apoyar el trabajo de Renato Sales, insalvable en términos de investigación y de probidad, y por torpeza o por algún oscuro motivo daba el golpe que faltaba para animar los recelos contra el Pro. Porque ponía en entredicho la participación de éste en el caso, de principio a fin.
Ahora podían darse por buenas las sospechas de que el Centro no sólo no había colaborado realmente con el equipo de Arceo, sino que lo había saboteado y había logrado su retiro del caso.
Y de que cuando menos determinados miembros de él habían guiado a Sales hacia la hipótesis del suicidio, en un soberbio acto de corrupción e impunidad, al aprovechar su carácter de “representante de la víctima”.
Si así había sido, se permitía pensar a quienes dudaban del comportamiento del organismo jesuita en la coadyuvancia, que por la misma vía llegaría a la próxima substituta del subprocurador, la Lic. Margarita Guerra, la pista para buscar probar el papel de Digna como probable agente, demoliendo su figura.
Las razones de los integrantes del Pro a quienes se podía responsabilizar de ello, no tendrían secretos entonces: el sentimiento de culpa, o la culpa escueta, por abandonar a la mujer en el momento más delicado.
Más adelante en el mismo texto, el ex directo del Centro escribirá:
“… la hipótesis del asesinato hubiera cubierto con un halo de gloria a todos los que compartimos trabajo y amenazas con ella.” ¿Lo dirá en serio? ¿No había sentido perder con la muerte de ella, el especio protagónico que con tanto afán había cultivado? ¿No pensaba que de haber un mártir en esta causa, la aureola le tocaba a él? ¿No eran pues viles celos lo que lo movían, como estaban convencidos algunos de quienes lo conocían bien?
Como sea, el padre desvirtuará o no entenderá un aspecto central:
“Y no es verdad –seguía- que en la reivindicación de Digna esté en juego la de los defensores de derechos humanos. Esa es una afirmación retórica poco honesta.”
No, no era eso lo que la sociedad de los abogados de los confines decía, sino otra cosa: cerrar el caso sin haber indagado donde se debía, y aceptar sin elementos válidos que se había tratado de un suicidio, era enviar un mensaje de impunidad que se volvería contra todo el gremio. Un gremio al que, dicho sea de paso, Fernández había dejado de pertenecer en la práctica.
Menguado favor hacía, con su texto y su proceder entero, al Pro y al pequeño, estresado universo de los defensores de derecho humanos.


La varita mágica: una fiscalía especial
A unos días de que, a principios de ese junio de 2002, la oficina del Lic. Renato Sales filtrara a la prensa las cartas de juventud de Digna, en supuesto apoyo a su tesis sobre el suicidio, José Reveles, el conocido periodista e investigador en derechos humanos, advertía que esta versión tenía “fines siniestros, para llevar al fracaso una indagatoria que apunta a la supuesta responsabilidad de militares, agentes de los sótanos del espionaje y autoridades de alto rango”.
Como al poco parecerá probar un artículo del diario La Jornada, y contra las declaraciones de Bernardo Bariz asegurando que “ni hemos cerrado la investigación, ni hemos desechado otras líneas”, su subprocurador estaba “a punto de concluir el caso con esa resolución”.
No pudo hacerlo, en todo caso, porque muy pronto debió presentar la renuncia como encargado de la indagatoria. El procurador del DF tomó entonces una decisión que parecía sabia: dejar que tres representantes de la sociedad civil, reconocidos por todos, designaran al titular de una fiscalía especial creada para el efecto.
A principios de marzo la prensa informaba que esta pequeña comisión, formada por Rosario Ibarra de Piedra, Magda Gómez y Miguel Ángel Granados Chapa, había llegado a un acuerdo: la fiscalía especial estaría en manos de la Lic. Margarita Guerra.
Ninguno de los tres hizo pronunciamientos entonces, pero un año después dos de ellos negarían haber intervenido realmente en el nombramiento. La primera fue la Sra. Ibarra:
“Quiero explicar a quienes se enteran de los cotidianos aconteceres que me equivoqué. Sí, cometí un error, pero es preciso que diga lo que sucedió después.
“Como espero que quienes leen la prensa lo sepan, nunca he estado en favor de las llamadas ´fiscalías especiales´, pero el año pasado, a raíz del asesinato de Digna Ochoa, acepté la invitación del jefe de Gobierno del Distrito Federal para formar un grupo con Magdalena Gómez y Miguel Angel Granados Chapa con el fin de buscar a la persona que pudiera dirigir los trabajos de investigación necesarios para el esclarecimiento de ese crimen (que no suicidio), como lo querían hacer aparecer algunos funcionarios de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal. Por ello, y porque no se trataba de una desaparición sino de un asesinato, acepté y propuse a los licenciados José Lavanderos y Pilar Noriega. Ninguno de los dos aceptó. Ambos adujeron su cercanía y amistad con Digna Ochoa para fundar su negativa. Quedé sin candidato y así se lo hice saber a Magda Gómez y a Granados Chapa, diciéndoles que, por tanto, ellos eligieran. Así lo hicieron y se decidieron por Margarita Guerra, a quien no conocí entonces ni conozco ahora. Reconozco que fue parte de mi error no haber dado a la luz como lo hago ahora, que nada tuve que ver en la elección, pero nunca es tarde…”
Luego Granados Chapa aceptaría a su vez que no sabiendo qué determinación tomar, dejó el asunto en manos de Magda Gómez y del Procurador, en quien confiaba (ENTREVISTA NUESTRA).  
Debían admitir, sin embargo, que tácitamente habían convalidado la resolución. Por lo demás, sólo muy pocos pondrían peros al notable currículum académico de la Lic. Guerra, ni a su reconocida honradez en una larga carrera dentro del sistema de procuración de justicia del DF, donde había alcanzado la Corte Suprema.
Las objeciones que entonces o después hicieron unos cuantos, señalaban sólo dos grandes puntos negros, si bien de consideración dado el caso que se le comisionaba.
El primero estaba relacionado con su investigación sobre las tres jóvenes violadas por 15 policías montados de la delegación Tláhuac, en 1998. En él las organizaciones civiles habían cuestionado agriamente el nombramiento que la Lic. hizo, como su segundo, de Victor Carrancá, quien había participado en la defensa de la escolta aquella del procurador Coello Trejo, acusada precisamente de violar y asesinar mujeres en el sur de la ciudad.  
El segundo era su responsabilidad en el dictamen final sobre la muerte de su compañero y amigo, Abraham Polo Uscanga, que, como hemos visto, se pronunció por la tesis del suicidio.
Bárbara Zamora, representante de la familia Ochoa en la coadyuvancia con la autoridad, había hechos serias y repetidas críticas al trabajo de Renato Sales, pero se preocupaba de que con el cambio la investigación siguiera de “mano en mano”.
¿Cuál era el motivo de que en breve los responsables del Pro empezaran a hablar de su retiro del acompañamiento de la investigación, que en octubre hicieron efectivo?.
-Margarita Guerra no ha brindado las condiciones necesarias para una labor conjunta, además de que no ha aportado información sobre los avances en la investigación del crimen –dijo Edgar Cortéz, todavía director del Centro.
Conforme a sus declaraciones Fiscalía les había notificado que “su derecho de coadyuvancia se restringía únicamente a las amenazas de muerte encontradas en el lugar de los hechos”. Así extraía como conclusión que “la Fiscalía toma las amenazas y la muerte de Digna como hechos distintos”.
Por ello resolvía hacerse a un lado, previniendo del peligro de que se terminara estando “frente a un caso más que queda sin esclarecer”.
A pesar de la contundencia de las afirmaciones, el comportamiento de Cortez  despertaba recelos entre los hermanos de la abogada, que también estaban involucrados en la coadyuvancia. Por esos mismos días Jesús Ochoa aseguraba a los medios que el Pro había tenido conocimiento tiempo atrás del manejo de la hipótesis del suicido y que nunca “se dignó comunicarnos dicha hipótesis y otras cuestiones que hemos venido viendo en el desempeño de estas personas” (PROCESO).
¿El titular del Centro hacía, pues, un doble juego? ¿Con qué objeto? ¿Consciente o inconscientemente se sentía de algún modo responsable de la muerte, en la medida en que al dudar del último acto de acoso denunciado por Digna, la habían orillado a renunciar al organismo y quedar desamparada?
Y de ser así, ¿intentaba proteger al Centro o sólo a sí mismo, de las acusaciones en tal sentido?
¿La culpa, pues, operaba en él, como parecía operar en David Fernández, un resorte perverso? ¿Caía también en el engaño de su predecesor en el cargo, y de ese modo ambos contribuían a que se cumpliera el objetivo del tesonero hostigamiento sufrido por ellos y otros?


Petatlán, ¿línea de investigación agotada?, ¿”contraprocuraduría”?
Más allá de sus antecedentes favorables o desfavorables, la Lic. Margarita Guerra quedaba ahora expuesta al juicio por su trabajo en un caso harto complejo y de la mayor connotación social.
Aproximadamente un mes antes de que entrara en funciones, la prensa había reavivado los indicios que conducían a la sierra de Petatlán y Coyuca de Catalán. El origen eran los artículos de Maribel Gutiérrez, que con otros periodistas de dentro y de fuera del estado de Guerrero, en 1993 habían creado allí el diario El Sur.
Fuera de sus pobladores y de sus poderes legales y secretos, poca gente sabía tanto sobre la región como esta mujer. Muy temprano tras la fundación del periódico, se había encontrado con la problemática del arduo miniuniverso serrano.
Por eso sus artículos señalando por nombre y apellido a los probables autores materiales e intelectuales de la muerte de Digna, debían ser tomados en cuenta. El último de éstos, de acuerdo a sus informes, era Rogaciano Alba, a quien la PGJ del DF identificaba a lo simple como ganadero y cacique local.
¿Un personaje de este tipo era capaz de organizar un asesinato sofisticado, digamos, al estilo del que se presumía? La periodista precisaba:
-No estamos hablando de un caciquillo de pueblo. Actualmente es presidente de la Asociación Ganadera Regional de Guerrero. Es muy cercano al ex gobernador Rubén Figueroa Alcocer, su compadre. Muy vinculado a las corporaciones policíacas. Hay pruebas de que actúa, de repente, al mando de grupos de la Policía Judicial Federal y también del ejército.
De acuerdo a Maribel, el poder de este hombre se extendía también a otra rentable actividad:
-Se dice que es el principal personaje del narcotráfico en esa área -lo que no resultaba cuestión de poca monta, tomando en cuenta que Guerrero era el primer productor de amapola en el país.   
¿Pero cuál sería el motivo para que este personaje ordenase la muerte de la abogada?
-Hubo un caso muy destacado, muy conocido y conflictivo, entre otros que llevaba Digna -continúa la periodista. - Era precisamente el de los ecologistas… No me refiero a los dos presos que fueron muy famosos no sólo en el país, Rodolfo Montiel y teodoro Cabrera… sino a otros integrantes de la Organización de Campesinos Ecologistas y a otros ecologistas que incluso no están en la organización pero que desarrollan una lucha…
“Justamente para buscar apoyo para estos campesinos que no estaban teniendo respaldo de alguien, llamaron a Digna Ochoa a que fuera a la sierra… Se trata de campesinos que han vivido huyendo mucho tiempo, meses, algunos más de un año, algunos siguen todavía perseguidos; se tienen que esconder en el monte, viven en cuevas.”
Al viajar a la zona en octubre, lo que la veracruzana hacía era inmiscuirse en “un lugar altamente conflictivo”, subrayaba la periodista, concordando con cuanto escuchamos antes sobre Petatlán:
-Hay poderosos intereses, muy poderosos, económicos, vinculados al narcotráfico, a la explotación forestal, y políticos, vinculados a la contrainsurgencia, al combate al EPR, al ERPI y a grupos que se rumora se han desprendido de éstos.
En todo caso, Maribel Gutiérrez no había deducido la participación de Rogaciano Alba en la muerte de la abogada. Habían sido fuentes confiables para ella, quienes le habían indicado el nombre y apellido de dos hombres que se aseguraba fueron los responsables directos, solos o asociados a otros, de lo sucedido el 19 de octubre de 2001 en el despacho de la calle de Zacatecas. De acuerdo a estos informes, Nicolás Martínez Sánchez, el Cuarentón, y Gustavo Zárate Martínez, el Tavo, habían obrado por órdenes de Alba. 
Había varias partes que cubrir en la investigación. Una de ellas estaba dentro de la sierra misma y, como hemos visto reconocía el propio Procurador capitalino, en sus primeros intentos había fracasado.
La Lic. Guerra se daba luego por satisfecha con una actuación ministerial a la que la periodista de El Sur tuvo oportunidad de acudir, siquiera parcialmente:
-Yo entreviste al agente del ministerio público que envió la Procuraduría General de Justicia del DF…  Platiqué con él cuando terminó el recorrido … Por cierto, sus actuaciones fueron muy cuestionadas.
“En primer lugar el agente del MP y su equipo de investigadores subieron acompañados por grupos de la Policía Judicial del estado. Eso hizo que los campesinos de las comunidades no pudieran declarar con libertad. Aparte, de los campesinos que son perseguidos y que llamaron a Digna, algunos realmente tienen órdenes de aprensión formales. Entonces no pudieron ellos bajar a declarar… De los principales actores, porque son perseguidos, no declararon…
“En segundo lugar, ellos se apoyaron, para hacer las convocatorias, en el ayuntamiento de Petatlán, que está controlado por el mismo poder al que vienen enfrentándose los campesinos.”
Si bien lo más discutible era otra cosa:
-Cuando yo platico con el agente del ministerio público… con él estaba un agente de la policía judicial del DF, que antes había sido comandante de la Judicial Federal en las Bases de Operaciones Mixtas que funcionan con el ejército en Guerrero, en el año 99, que fue un año de muchos conflictos.
Un buen dato hacía presumir a la periodista que en ese entonces el agente podía haber estado comisionado, ni más ni menos, en Petatlán, de donde valía preguntarse si no se repetía lo sucedido en la investigación sobre las mujeres violadas en Tlahuac, en la cual la Lic. Guerra había buscado ayuda de quien conocía el problema, aunque estuviera del lado de los acusados. 
Tal vez el ex integrante de la Judicial Federal obraba honestamente, pero de vuelta no se podían olvidar las palabras de Miguel Ángel Granados Chapa, sobre una factible contraprocuraduría dentro de la PGJ, obrando quizá por mera inercia, en tanto legado del viejo régimen. Como sea, ¿había sido el mejor guía para el equipo investigador?
Respecto a la otra parte de averiguación, la fiscalía especial se daba por satisfecha con el interrogatorio hecho a Rogaciano Alba, el cacique mencionado como autor intelectual, y con la imposibilidad de que los dos presuntos autores materiales hicieran declaración alguna. Porque casualmente habían muerto. Ambos, en emboscadas.


De víctima a sospechosa
En el México moderno las campañas de descrédito acompañando los atentados contra defensores de derechos humanos, periodistas y militantes de organizaciones sociales y políticas que se friccionaban con el poder, se contaban por cientos.
Pero dos de ellos llamaban particularmente la atención, porque habían concluido con la muerte: el de la periodista Norma Corona y el de magistrado Abraham Polo Uscanga. Del trabajo para ensuciar la memoria de este último y desviar las miradas hacia la extrañísima forma en que había perdido la vida, se refería una periodista:
“Desde su ejecución, voces siempre de hombre, siempre anónimas, han llamado a sus familiares acusándolo de haber tenido múltiples amantes, a lo mejor... todas inventadas. Prostitutas de planta y ocasionales, bailarinas y meseras, jóvenes y viejas, bonitas y feas... Las llamadas dan buena cuenta de las cañerías del sótano en las que se mueve nuestra deplorable procuración de justicia.”
En el caso de Digna, conforme la Procuraduría General de Justicia del DF abandonara, sin seguirlas realmente, las líneas de investigación señaladas originalmente, se intensificaría la labor de zapa en este sentido.
Una labor que debería ir muy lejos, porque ese sector de la sociedad que había probado su disposición a no permitir que el caso siguiera el destino de costumbre: terminar en una gaveta.
Ya en octubre de 2002 la familia Ochoa se quejaba ante la prensa:  
“Quisiéramos que con la misma intensidad con que hemos sido interrogados, lo hicieran con miembros del Ejercito y de la Policía Judicial Federal involucrados en los casos de defensa que tenía a su cargo Digna.”
La queja podía deberse al mero empeño de la fiscalía especial por no dejar rastro por seguir. La verdad es que atinaba: Margarita Guerra y su equipo se concentraban en una sola línea de investigación, y empleaban en ella recursos diez, 20 veces o más amplios que los utilizados para seguir cualquier otra hipótesis, al menos desde los tiempos de Álvaro Arceo.
Se trataba de confeccionar una historia personal de Digna, para servir de soporte al frágil perfil psicológico favorable a la tesis de suicidio, que la fiscalía pudo obtener.
Parte del documento se hizo a partir, en efecto, de los informes proporcionados por la familia, en interrogatorios que no se transcribían, sino se resumían, a la manera acostumbrada por los ministerios públicos.
En él, uno de los temas predilectos era la carrera escolar de la abogada, que probaría una tendencia hereditaria a mentir.
“…que su hija siempre fue una buena estudiante”, dice allí doña Irene Plácido por boca del interrogador, a quien la comisión que se le encargo resultaba de tal importancia que se tomó la molestia de buscar las entrevistas de la señora en la radio. Como esta:
“… y yo veía como le echaba ganas buscaba que luego no tenía libros y ella buscaba, que ya conseguía por aquí, ya conseguía por allá, siempre trataba ‘...’ de estar al corriente en la escuela, muchos decían yo quiero ser como ella...”
“…sin embargo –precisaba la funcionaria encargada de tan prolija y vital investigación-, de conformidad con su expediente académico que comprende desde el nivel medio superior hasta el superior, se tiene que realmente en la secundaria (Digna) obtuvo un promedio de 8.6 ocho punto seis, en el bachilleres de 7.7 siete punto siete y, en la universidad de 7.8 siete punto ocho, en ésta última reprobó 9 nueve materias, habiéndolas aprobado en examen extraordinario…”
En principio no se entendía el ahínco de la Fiscalía en esta cuestión, al tiempo que dejaba prácticamente sin indagar el origen de seis años de hostigamiento o las señales que conducían a la sierra de Petatlán.
Pero en un momento dado, el propósito quedó claro. Lo hizo al llegar al tema de la tesis de Digna para obtener la licenciatura, sobre el cual daba la impresión de advertir a los acuciosos investigadores un triste personaje que dirá cuanto acomodé a la autoridad: Adrián Alejandro y Lagunes (ASÍ ES, NO HAY ERROR), con quien Digna mantuvo la que en apariencia fue su única relación amorosa de juventud.
“... yo termine esa relación –dijo el hombre- en el año de 1987…  ya que yo notaba desde que la conocí que tenía mucha imaginación… pues fantaseaba mucho y mentía, pues me decía que haría cosas, tales como que iba a exentar exámenes y que en cuanto a su elaboración de tesis decía que lo harían muy rápido… y la realidad no era posible…”
El paso siguiente era introducir algo más que la duda sobre la forma en la cual Digna había obtenido su título profesional. El propio Adrián Alejandro se encargó de proporcionar, o de repetir por pedido, el camino a seguir por los investigadores, al referirse a una carta de la joven: 
“Recuerda si no sales en la lista de los del Prope busca a Mario Pérez Soler si no está en la facultad búscalo en rectoría, pero pídele que ayude también a Chucho ahí esta el número de su credencial y entre las enciclopedias esta su credencial...”.
“Y, sobre el sujeto de nombre MARIO PÉREZ SOLER –apuntará complacido el documento de la fiscalía -, existe un informe de policía judicial de fecha 27 veintisiete de mayo de 2003 dos mil tres, en donde el personal comisionado, al trasladarse al estado de Veracruz, después de haber realizado diversas investigaciones en la Facultad de Derecho en donde DIGNA OCHOA cursó su carrera, obtuvo, entro otros datos, los siguientes: ´... en esos tiempos (cuando estudiaba DIGNA OCHOA) dentro de la universidad existía mucho movimiento porril, con gran poder e influencia dentro de la facultad, que uno de los grupos mas fuertes era el encabezado por Mario Pérez Soler, conformado por estudiantes de fueras de la ciudad de Xalapa, que portaban armas y eran sumamente violentos, logrando con ello amedrentar a los profesores y aun al mismo director de aquel entonces, logrando obtener beneficios en sus calificaciones, en sus tesis y exámenes en general...”
La conclusión entonces fue que los elementos de información recabados “nos conducen a deducir válidamente que la tesis profesional que DIGNA OCHOA ´elaboró´, muy probablemente se tramitó en forma irregular”.
Digna había sido, pues, una estudiante mediocre, una mentirosa consuetudinaria, como su madre tal vez, y conectada desde sus tiempos universitarios con personalidades siniestras cercanas al poder, podría haberse relacionado después con algún servicio de inteligencia del Estado.

Para ello se necesitaba de escrupulosos rastreos entre docenas de personas y toda clase de archivos del estado de Veracruz, al tiempo que, como se había temido, las líneas originales de investigación sencillamente desaparecían del mapa.